José María Navia-Osorio (bienvenido al club) se pregunta por el origen de esa palabra, "albricias", que yo he utilizado aquí, ya no me acuerdo en qué contexto. Es una palabra árabe que significa la recompensa que daba el poderoso al que traía buenas noticias. Supongo que al que traía malas noticias lo degollaba y en paz. Por eso se dice lo de "matar al mensajero". En una época en la que las noticias circulaban con dificultad los poderosos fiaban su poder en la pronta recepción de las noticias que podían ser de interés. Todavía en el siglo XIX, antes del telégrafo sin hilos, los especuladores de la Bolsa de Nueva York eran capaces de fletar un bergantín para que les trajera las noticias más interesantes de Europa. Los privilegiados que tuvieran acceso a esas noticias podían anticipar muy bien las subidas o bajadas de la Bolsa. Por eso hoy las "albricias" no son tan necesarias, pero es una palabra que sigue teniendo sentido. Los periódicos publican las encuestas electorales días antes de los comicios para merecer las albricias de los lectores. En la vida cotidiana, la persona que nos trae una buena noticia merece una invitación, un abrazo o una sonrisa. Hay un refrán sarcástico que dice así: "Albricias, madre, que pregonan a mi padre". Se supone que el padre ha muerto y por eso lo pregonan. En cuyo caso es el momento de mirar lo que toca de la herencia. El refrán se puede aplicar muy bien a la política y a los negocios, allí donde hay alguna forma de herencia.
Luis Cáceres plantea una etimología algo más complicada: la de "pedante" y sus compuestos. Nada tiene que ver con "pedestre" (el que va a pie, el rastrero) y un poco con "pedagogía" (la ciencia o arte de enseñar). El origen está en el griego "paideuo" (= educar, criar) o "paidotés" (= maestro, preceptor). El pedante o pedagogo era un profesional (generalmente un esclavo) que daba clases a los niños o los llevaba al colegio o de excursión. Esa figura mantenía lo que podríamos llamar "incongruencia de estatus" (una pedantería de los sociólogos). Es decir, era realmente un esclavo o un trabajador de baja alcurnia, pero que se rodeaba de los hijos de los patricios y, además, debía enseñar a sus pupilos a conducirse de la mejor manera posible. Así pues, el pedante pasó a ser un término un tanto despectivo para el que hablaba o se comportaba de modo afectado. Así ha llegado hasta nosotros.
Un camino parecido es el que siguió la palabra "hortera". Primitivamente fue un madrileñismo para designar al empleado o dependiente de una tienda de postín, por lo general de tejidos. Como es lógico, el hombre debía ir bien vestido y mantener un lenguaje cuidado para que las clientas se encontraran a gusto. Pero es comprensible que esa figura pecara de amaneramiento, a veces de elegancia un poco artificial y ridícula. Por eso el "hortera" pasó a ser un término denigratorio para las personas que aspiraban a parecer de una clase superior a la que les correspondía. Digamos que el hortera pasó a ser el falso señorito, un tanto afectado y ridículo, en definitiva, un ser vulgar. Todo eso desde la perspectiva de los señoritos de verdad. El paso de uno a otro sentido del término debió de darse en los años de la II República. Es algo que se percibe muy bien en las novelas de Pío Baroja. Ni que decir tiene que el hortera es siempre una figura masculina.