Como es sabido, la locución pertenece a la elegante prosa de José Antonio Primo de Rivera. Se refería a la función ideal de la aristocracia en su tiempo (que viene a ser el nuestro). Esa idea ha quedado oscurecida frente a su peripecia política. Se verá que nos viene de perlas para entender lo que sigue.
Recibo algunas críticas fundadas sobre el contenido de esta seccioncilla, centrada, efectivamente, en la crítica de las perversiones del lenguaje público. Esos libertarios críticos me señalan que deberíamos fijarnos asimismo en el otro método, en proponer ejemplos del buen uso del idioma. Recojo el guante. Nada mejor para ese propósito que leer los ensayos sobre la lengua española que ha escrito Santiago de Mora-Figueroa, marqués de Tamarón. En este caso recomiendo su última novela, El Rompimiento de Gloria. El título es ya un prodigio de buena escritura. Se refiere a esa figuración que aparece en algunos cuadros religiosos o heroicos por la que se abre el Cielo y baja una luz mágica como si fuera un foco. El fantástico meteoro puede verse algunas veces en la Sierra de Madrid después de una tormenta o en las puestas de Sol. Es claro que la naturaleza imita al arte. Entiendo que ese mismo efecto del rompimiento se intenta conseguir en el barroquísimo transparente de la catedral de Toledo. A lo que voy, el autor es una buena personificación hodierna del magisterio de costumbres y refinamiento. Puede que esa idea joseantoniana proviniera de Kypling, un autor favorito del marqués de Estella.
La novela de Tamarón está redactada en primera persona, lo que la hace más interesante para gozar de su cristalino lenguaje. Los libertarios saben de mi preferencia por la primera persona en la novela. Los tres personajes centrales (inverosímiles como pudieran parecer) de nuestro autor son un trasunto de él mismo. No es algo que se disimule mucho, salvo como broma. Por ejemplo, resulta divertido ver a Tamarón como un comunista, instruido pero comunista al fin.
No voy a entrar en la materia ideológica de la novela. Compete aquí decir que es un prodigio de prosa pulida, refinada, exquisita. Contrasta con el estilo que ahora se utiliza tanto, que es el escribir como se habla, como si no hubiera quedado superada la literatura de la berza. El vocabulario del Rompimiento es riquísimo, con abundantes incorporaciones del léxico de la botánica que decora la Sierra de Madrid. A veces recuerda a Azorín por ese escrúpulo de designar las cosas que no conoce el urbanícola. Algún ecologista ya quisiera para sí el dominio de los elementos del paisaje, la fauna y la flora que transmite Tamarón como quien no quiere la cosa.
Lo que más me interesa señalar para los curiosos libertarios es el constante recurso de juegos de palabras, falsos amigos, retruécanos, paronomasias, aliteraciones y demás caprichos léxicos. Le gusta sobre todo lo que a mí me fascina: las disquisiciones etimológicas. En definitiva, después de haber despedazado aquí los vicios del politiqués, no estará mal que nos solacemos con el goce de la escritura. Espero que algún libertario más estudioso me envíe sus impresiones de este texto, que a partir de ahora se pone como lectura obligatoria para este curso.
Está tan bien escrita la novela de Tamarón que algún lector exigente dirá que parece "antigua". En efecto, lo es. Hay indicios para suponer que incluso le desagrada el naturalismo de finales del siglo XIX. Para mí su autor es la metempsícosis de Juan Valera, aristócrata, embajador, políglota, ensayista, novelista y político liberal. No puede ser mayor la coincidencia del cordobés con el jerezano.