El polifacético José María Navia-Osorio anda componiendo unas "normas de cortesía" específicas para las conversaciones telefónicas o internéticas. Avanzo algunas de sus propuestas. 1) No hay por qué contestar a una persona que deja un mensaje en el teléfono o en el ordenador y que uno no conoce. 2) No hay que dar el número de teléfono o el correo de una persona a otra sin el consentimiento de la primera. 3) No hay por qué contestar a los correos que se envían de forma masiva. Añado algunas sugerencias. a) Dada la abundancia creciente de las llamadas y correos, habría que simplificar al máximo las fórmulas de despedida. En el Facebook yo empleo el "vale" (en latín, "cuídate”). b) Si llama al teléfono alguien por error, no hay por qué remachar que “se ha equivocado” o que es un “bocazas”. Basta hacerle notar que ha habido un error. Hay más situaciones cotidianas en las que no están claras las reglas de urbanidad. Por ejemplo, si invito a varias personas a subir al coche, lo correcto sería que la persona de más rango fuera en el asiento de atrás. Suele hacerse lo contrario, sin percatarse de que el asiento delantero, al lado del conductor, es el más peligroso en caso de accidente.
Sobre la sustitución del verbo oír por escuchar, Francisco Moreno Doncel señala que en el programa de Pepa Fernández en RNE No es un día cualquiera se dice "escuchantes". Sustituye al oyentes o radioyentes de toda la vida. Don Francisco insiste en que, a pesar de la moda léxica, lo que se dice en la radio se oye, más que se escucha. Reitero que la acción de escuchar ha sustituido en la práctica a la de oír cuando se refiere a la radio o la tele. Si seguimos así, en lugar de "audiencia" de los medios llegaremos a decir "escuchencia".
Sobre la polisemia de juegos, Ignacio Frías narra la conversación de un jovencito que entra en la tienda de lencería y pregunta: "¿Tienen ustedes juegos de cama?". Ante la cortés afirmación del dependiente, el jovencito continúa tan serio: "¿Podría hacer el favor de darme algunas instrucciones?". Recuerdo que el humor se produce muchas veces ante situaciones en las que una palabra clave es polisémica, y más todavía si se refiere a algún tabú. Los tabúes preferidos de nuestra cultura son la religión, la sexualidad y los excrementos. Freud vio una relación entre los tres.
Una de las tesis de esta seccioncilla es que el habla abarca muchas más palabras y expresiones de las que contiene el diccionario de la RAE. Por eso hay que pasar a diccionarios o vocabularios especializados. Acaba de salir de las prensas uno muy curioso: Diccionario de madrileñismos, de Manuel Alvar Ezquerra (Ediciones La Librería). Es de una riqueza insospechada. Anoto solo una pequeña muestra de la letra A: (estar) afónico (= no tener dinero), aguillé (= cuchilla de afeitar), alcagüés (= cacahuete), alcobendurrio (= gentilicio de Alcobendas; también albondinguillero, entre otros), alicáncano (= despreciable), alondra (= albañil), amigazo (= persona con mucha mano en las oficinas públicas), apoquinen (= acción de pagar), aquí (= persona próxima al que habla), azangarrado (= abúlico, apático). La última palabra demuestra mi teoría (de andar por casa): para insultar nada como combinar el sonido rr con el de z. Lo que importa es advertir la enorme riqueza expresiva de los madrileñismos, no solo los rurales sino los que surgen en el ambiente de la gran ciudad. Es la mejor demostración de que la lengua sigue viva. Lo que no creo es que del diccionario de Alvar Ezquerra se derive el fundamento para pedir un referéndum de independencia. No hay una lengua propia de un territorio sino de sus hablantes, de unos o de otros. Lo interesante es que, junto a cualquier lengua, hay también habla, la que está en la calle. De momento, aconsejo a los madrileños y a los visitantes de la Villa y Corte que se den una vuelta por el libro de Alvar Ezquerra. El hombre va siempre con su segundo apellido porque su padre fue también un eminente lingüista. De casta le viene al galgo.