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Amando de Miguel

El mito del cambio climático

"Este verano ha hecho más calor que nunca. Está claro lo del cambio climático", se dice. Pues no, no lo está.

El comentario de la gente ilustrada al final de las vacaciones estivales es como sigue: "Este verano ha hecho más calor que nunca. Está claro lo del cambio climático". Pues no, no lo está.

El clima (y no la climatología), por definición, es algo que se altera cíclicamente a grandes trancos. La razón es que el Sol es la única fuente de calor apreciable para los terrícolas. Nuestra estrella particular se halla sometida a vaivenes periódicos, como todos los demás astros. De ahí que la expresión cambio climático sin más sea una tontería. Lo que pasa es que cumple dos funciones. Una, que parece un enunciado científico. Otra, que satisface la cuota de temor que necesita la humanidad para seguir vegetando. Porque cuando se vaticina el cambio climático se implica que la Tierra se va calentando inexorablemente hasta llegar al cataclismo.

La cosa no es para tanto y ni siquiera es nueva. Hace unos cien mil años (más o menos) el clima de la Tierra era mucho más cálido que el actual. En la Península Ibérica retozaban los hipopótamos. Luego llegó poco a poco un gran ciclo de enfriamiento que ha durado hasta hace poco. La Tierra ha empezado a calentarse otra vez, seguramente en una amplísima fase milenaria.

Entre medias se han producido ciclos más cortos de unos pocos siglos. Por ejemplo, en la Edad Media europea se gozó de un ambiente cálido, lo que permitió, por ejemplo, las correrías de los vikingos. Baste decir que Groenlandia (= tierra verde) se llamó así por sus amenas praderas. Por la misma época en Gran Bretaña se producía vino. En el siglo XVII, vuelta a una pequeña glaciación en Europa. La Guerra de los Treinta Años se desarrolló sobre campos helados. A partir de entonces empezó una nueva fase templada. No parece que esos ritmos tengan nada que ver con la actividad humana. Parece un acto de soberbia colectiva acusar a la industria y el tráfico automóvil de la presente situación de calentamiento. No hay más que comprobar lo pequeños que resultan los asentamientos humanos vistos desde un avión.

Aceptemos que el planeta ha entrado decididamente en una fase de calentamiento. Son ciertos algunos peligros, como la subida del nivel del mar, hasta el punto de que algunas islas se sumergirán. Bien, pero inmensas extensiones hoy poco productivas, como Siberia, el norte de Canadá, Groenlandia o la Tierra de Fuego, se convertirán en grandes vergeles. Surgirán nuevos polos de atracción turística en los nuevos trópicos. Todos esos cambios serán lentísimos. De momento, en un país como España se observa que la masa forestal se expande a pesar de los incendios forestales. ¿Por qué no se comenta una cosa así? Es más, predomina la falsa creencia contraria de que en España hay cada vez menos árboles.

Lo fundamental es descartar las visiones apocalípticas, de las que se beneficia tanta gente interesada. Ciertamente, nos debe preocupar el avance de otros males mucho mayores, como la pérdida de tantos valores morales sobre los que ha edificado nuestra civilización. Para ocultar ese terrible hecho, bien puede venir la frivolidad del cambio climático, entre otras menudencias. Por ejemplo, el desarrollo sostenible. Pero eso será otro día.

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