Algunos libertarios me piden que, al contestarles y transmitir aquí sus opiniones, oculte sus nombres y apellidos; en todo caso, me piden que deje solo los nombres propios. No se me alcanza a qué viene tanta preocupación con la intimidad, la privacidad o cómo se llame. No estamos aquí en un régimen totalitario y, por tanto, creo que debemos sentirnos libres para opinar sobre todo lo humano y lo extraterrestre. Por otra parte, nuestro nombre, domicilio y otros datos los dejamos tranquilamente en los hoteles o los grandes almacenes. El número de nuestro teléfono es público, pues nos llaman continuamente para vendernos más internet. Pero me atengo a la petición de esos libertarios más intimistas. Por favor, indíqueseme en cada caso si puedo aludir al nombre y los apellidos de los libertarios que me escriben. Entiendo que estas comunicaciones son para que puedan hacerse públicas.
Sebastián Navarro es uno de los miles de amigos que uno tiene a través de las relaciones internéticas o de las ondas electromagnéticas. Añado la vieja relación a través de la imprenta. En el caso de don Sebastián su último estímulo ha sido una entrevista que me ha hecho en Radio Nacional Manuel Ventero. Me escribe emocionado don Luis para identificarse con mi manera de ver el mundo. Gracias le sean dadas. No tengo lugar para dárselas a todos los que se identifican conmigo. En este caso la misiva de don Sebastián a Libertad Digital es una muestra de esa cálida relación invisible que mantengo con tanta gente. Muchas veces me acontece que me saluda efusivamente alguien en la calle. Dice que "eso que ha dicho usted [en algún medio] es lo que yo pienso". La satisfacción es recíproca. Al dar mis opiniones a los distintos medios no me mueve tanto el deseo de originalidad como el de expresar lo que sienten otras muchas personas. Luego veo que Pedro Fuendavila me escribe con las mismas palabras de identificación después de oír (ahora se dice "escuchar") la entrevista con Manuel Ventero. Estas cosas colman mi vanidad, que es mucha. Por cierto, alguna persona me ha comentado que el libro de mis Memorias está lleno de soberbia. No había caído yo en ese rasgo. Creo que se confunde soberbia con vanidad. Pero un punto de vanidad es lógico cuando uno habla de sí mismo.
José María Navia-Osorio sigue leyendo mis Memorias y me envía muy atinadas observaciones. Por ejemplo, la madurez que significaba tener 30 años en 1967 con relación a esa misma circunstancia etánea en 2010. Además, advierte el de Oviedo que "en 1967 se quería dar por cerrada la guerra civil y ahora, 40 años después, se quiere volver a abrir". En efecto, veo ahora más sectarismo en la izquierda que hace 40 años, y eso que ahora manda la izquierda en el Gobierno y en la nación. Pero, a lo que vamos, no veo que los sociólogos treintañeros actuales sean capaces de escribir los Foessa que yo dirigí en 1966 y 1970. Supongo que ese contraste se da en otros muchos campos del conocimiento.
Don José María se irrita que en el entierro de Marcelino Camacho apareciera el ministro de Trabajo bajo una bandera republicana. Es curioso ese ritual de la presencia de banderas republicanas allí donde hay manifestaciones sindicales. La curiosidad está en que los sindicatos actuales más se parecen a los de Franco que a los de la República. Se pregunta don José María cómo es que yo escribo "Cámelot" con tilde y por qué asocio ese nombre a mi casa. Muy sencillo. Estudié en los USA durante la era Kennedy. En esos años a la corte de intelectuales de Kennedy se le puso el nombre de Cámelot. Escribí algunas cosas sobre el mundo intelectual de esa época. Siempre me fascinó el mito de los Caballeros de la Mesa Redonda. Puestos a levantar una casa son aires de castillo, el nombre natural fue el de Cámelot. Lo pronuncio así, a la inglesa. Cualquiera que vea mi casa, convendrá en que le cuadra el nombre. La cosa no tiene mayor misterio.