Amigo soy de las tertulias radiofónicas y televisivas, tanto de interviniente como de oyente o espectador, pero más amigo soy de la verdad. Las tertulias son un género de mucha solera en la vida española. Empezaron con el equivalente de lo que hoy serían las peñas futbolísticas, que en el siglo XVII eran las tertulias teatrales. El nombre se puso en broma para honrar el antecedente de Tertuliano, al parecer un incansable polemista. Luego, con la sociedad burguesa, las tertulias pasaron a los cafés. Una de ellas, la del Café Suizo (en el lugar que hoy ocupa el Casino de Madrid en la calle de Alcalá) tenía por norma que los tertulianos peroraran sobre asuntos ajenos a su especialidad o profesión. Ahí está la gracia de las tertulias, que son cosa muy distinta de las comisiones de expertos. Es algo que no entienden bien muchos extranjeros, asombrados ante la relevancia que adquieren en España las tertulias de la radio o de la televisión.
Otra cosa que confunde a los extranjeros es que los tertulianos de la radio o de la tele solapen sus intervenciones de tal modo que a veces hablan tres o más a la vez. No se sigue la norma educada de empezar a hablar cuando el otro ha terminado su discurso, sino la de interrumpir esa oración con otra más decidida, en voz más alta. Esa constante cultural se une a la urgencia que sienten algunos tertulianos de emitir el mayor número de palabras en el menor tiempo posible. Dan la impresión de que cobran por palabras, como los telegramas de antaño. A veces esa urgencia hace que los tertulianos más inquietos se coman literalmente muchas sílabas y aun palabras enteras. El resultado conjunto es el efecto de "jaula de grillos". En ese caso la tentación del oyente o del espectador es cambiar de emisora o de canal, pero en todas partes cuecen las mismas habas.
Naturalmente, la capacidad para poder interrumpir al otro tertuliano que habla depende mucho de la personalidad del interruptor. Pero hay también factores objetivos que facilitan esa capacidad. Por ejemplo, suele ser alta y descarada en las personas que tienen un discurso reiterativo, opaco, nada original. De ahí que su descaro pueda llegar a ser doblemente irritante para el oyente o el espectador.
Por lo que respecta al contenido de las intervenciones, la gracia está en que unos tertulianos sean progresistas (de izquierdas) y otros liberales o conservadores (de derechas); todavía hay una tercera opción para los nacionalistas, que lo son por adscripción territorial. Como es lógico cada uno ensalza o vitupera a los personajes públicos según sea la opción ideológica personal. Pero lo curioso es que los conservadores o liberales a veces critican también a los personajes públicos de su cuerda, cosa que no hacen casi nunca los progresistas o los nacionalistas respecto de sus conmilitones. No alcanzo a explicar esa disonancia. Más fácil de entender es la posición ideológica de los tertulianos que están siempre a favor de los que mandan, sean quienes sean; son los "pesebreros", con un notable sentido de la oportunidad.
Dado que la esencia de la tertulia es la polémica, interesa recordar algunos de los trucos para llevar el agua al molino del que razona. Uno de ellos es dejar caer una cifra, una estadística (por ejemplo, el porcentaje de una pregunta de encuesta). Muchas veces se trata de un número fantasioso o incluso falaz, pero, por lo general, no se discute; simplemente los otros contertulios lo dan por bueno. Así pues, resulta un argumento convincente. Los demás trucos polémicos son los clásicos de la Retórica; se manejan mejor o peor según se domine más o menos el lenguaje.
A pesar de que la gracia de una tertulia esté en la administración de las discrepancias entre los tertulianos, a veces se necesita un mínimo de acuerdo. Son escasos los asuntos que ayudan a lograr el necesario acuerdo ideológico. Hay uno que sirve admirablemente para ese fin: el terrorismo. Es una paradoja, pero el día en que se acabe el terrorismo vasco va a ser difícil que los tertulianos puedan llegar a ese necesario punto de acuerdo en sus polémicas.