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Amando de Miguel

Cada vez más prohibiciones

Si un español de hace un par de siglos resucitara ahora, se maravillaría de tantas prohibiciones como existen por todas partes.

Si un español de hace un par de siglos resucitara ahora, se maravillaría de tantas prohibiciones como existen por todas partes.

Siempre se ha dicho: "Lo que no está prohibido está permitido". Sin embargo, el hecho notable es que cada vez hay más prohibiciones de todo tipo. Se disfrazan muchas veces de "regulaciones" en pro del interés común, pero empiezan a agobiar tantas indicaciones de que algo no se debe hacer con riesgo de sanciones. A pesar de las cuales, muchas prohibiciones simplemente no se cumplen. En cuyo caso hay que redoblar el cartel: "Queda terminantemente prohibido…".

Son innúmeras las prohibiciones para los agricultores, los pescadores, los cazadores. Se castiga la recogida de piñas, de cangrejos, de caracoles. La quema de rastrojos se considera un crimen. A las autoridades de muchos pueblos les molesta la venta ambulante. Los grafiteros se saltan bonitamente las normas y emborronan a placer las tapias, bardas y paredes para que el público se deleite con sus gracias. Más grave es que los okupas se apropien de las viviendas ajenas. En tales casos la Policía y los jueces hacen la vista gorda, no se sabe por qué. Una salida puede ser que se halla en vigor la prohibición de robar fluido eléctrico, algo que necesitan los okupas. Las compañías eléctricas no protestan, pues la merma de ingresos se derrama sobre los usuarios legales, que somos casi todos.

Hay un cartel que me llama mucho la atención. Es el de "Se prohíbe bajar en ascensor en caso de emergencia". Lo ponen en muchos hoteles y edificios públicos al lado de la puerta del ascensor. ¿De cualquier tipo de emergencia? ¿Qué tiene que hacer un discapacitado que va en silla de ruedas ante esa situación? Bien es verdad que hace medio siglo en muchas casas de Madrid se leía este aviso: "Prohibido bajar en ascensor". De nuevo habría que ver la cara del que fuera un cojo.

Hay vetos que, por ser legales, no llaman mucho la atención. Por ejemplo, en el documento del Registro Civil ya no figuran las palabras marido y mujer, o esposo y esposa. Ahora dice cónyuge A y cónyuge B. No aclara quién tiene derecho a la A o a la B. Comprendo que ahora sea legal el matrimonio entre personas del mismo sexo, pero aun así, ¿no podría uno de los contrayentes hacer de marido y otro de esposa?

Hay prohibiciones que no se escriben; solo se practican. Por ejemplo, las personas de más de 70 años (por poner un tope) no deben figurar en las listas electorales de ningún partido. Más sibilina es la nueva prohibición que se materializa en el "delito de odio". Simplemente, se castiga el pensar, como en los viejos tiempos de la Inquisición y similares. Incluso está vedado exponer el argumento que niega o matiza el holocausto de los judíos durante la II Guerra Mundial. Por lo mismo, se tipifica como delito la expresión de desprecio a las mujeres, a los homosexuales y no sé cuántas figuras más. Resulta notable que la opinión pública acepte con naturalidad que se prohíba pensar, discurrir, hablar, aunque sean ideas extravagantes. No parece un progreso, por mucho que aparezca como una norma impuesta por los progresistas de todos los partidos. No estoy seguro de si uno podría pasar a la consideración de delincuente por dudar del cambio climático, del Big Bang o de la menor capacidad de los negros para nadar. Si no fuera así, todo se andará.

El hecho notorio es que, si un español de hace un par de siglos resucitara ahora, se maravillaría de tantas prohibiciones como existen por todas partes. Aunque apreciara la gran dosis de libertad y de igualdad de que disponemos, no sabría cómo interpretar el hecho de que abunden tantos carteles prohibiendo todo tipo de expresiones. Menos mal que ha desaparecido aquel de "Se prohíbe blasfemar y hablar de política" de las tascas de antaño. Nuestro hipotético viajero en el tiempo se preguntaría si está prohibido que los niños jueguen en la calle, pues no se ven en tal acción.

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