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Amando de Miguel

Aborto: contaminación léxica

La razón para esa decisión política es puramente ideológica. La nueva ley del aborto provocado simplemente molesta a los católicos y, de rechazo, al PP. Es, pues, un instrumento político muy útil, especialmente en estos tiempos de infortunio económico.

La ardorosa polémica sobre el aborto ilustra muy bien la influencia que puede tener la terminología en la ideología. Sobre esa cuestión del aborto destaca la polisemia de las palabras. Para empezar, aborto significa dos cosas muy diferentes. Está el "aborto provocado", que tradicionalmente ha sido un delito (aunque no castigado) y hoy todavía es algo socialmente mal considerado. Está también el "aborto espontáneo": un lamentable percance en la salud.

Bien, la polémica se establece con el aborto provocado, que oficialmente no se llama así sino "interrupción voluntaria del embarazo". Aquí no es ya polisemia sino deliberada confusión, lo que prueba que ni siquiera los defensores del aborto provocado se sienten seguros de su posición. No es "interrupción", porque normalmente lo que se interrumpe es para volver a reanudar el proceso una vez superada la razón de ese corte. En el caso del aborto provocado es evidente que no va a reanudarse nada, sino que concluye abruptamente el proceso. Tampoco es una interrupción "voluntaria", puesto que la mujer que aborta normalmente se ve forzada a esa decisión por presiones sociales. Así pues, mejor sería emplear otro circunloquio: "terminación forzada del embarazo".

La decisión forzada de terminar un embarazo (traumática como es siempre) se comprende humanamente en una sociedad tradicional en la que caía un fuerte estigma sobre la mujer soltera que tenía un hijo. Ese hijo era un "bastardo", un "ilegítimo", términos afrentosos que hoy están en desuso. En la sociedad actual se ha rebajado mucho esa sanción social, por lo que tampoco sería tan grave seguir adelante con un embarazo fuera de la relación matrimonial. Si ese supuesto no se cumple es porque se sigue viendo mal la decisión de un aborto provocado. Se puede sospechar, incluso, que la ardorosa defensa de los partidarios de legalizar el aborto provocado es porque llevan a cuestas el episodio mal resuelto de algún aborto provocado en su biografía o en la de los parientes cercanos. Esa angustia larvada explicaría el uso al eufemismo y al circunloquio de esa expresión oficial de "interrupción voluntaria del embarazo". Aunque pueda parecer extraño, las culpas se lavan bien con la manipulación del lenguaje.

Otra maniobra léxica es la de hablar de "plazos" para legitimar el aborto provocado. Resulta que por debajo de quince semanas (curiosamente no se dice "no más de tres meses") el aborto provocado es libre y legítimo según la nueva propuesta política. Sensu contrario, por encima de ese plazo, el aborto provocado aparece como reprobable. Es claro que quien hace la ley, hace la trampa. Todo es cuestión de que un médico certifique uno u otro plazo para hacer que lo prohibido sea libre y legítimo.

Resulta curioso que el Gobierno socialista se apunte ahora a esta reforma de la ley del aborto provocado (con la trasmutación léxica que digo) cuando era algo que no figuraba en su programa electoral. La razón para esa decisión política es puramente ideológica. La nueva ley del aborto provocado simplemente molesta a los católicos y, de rechazo, al PP. Es, pues, un instrumento político muy útil, especialmente en estos tiempos de infortunio económico. Tan grave es la coyuntura, tan indeciso se siente al Gobierno, que reaviva la polémica del aborto provocado como una maniobra de diversión. He aquí otra figura del lenguaje.

La "maniobra de diversión" es un término de la jerga militar tradicional. Consiste en el simulacro bélico con que se ejercita la tropa para no tenerla ociosa y relajada en tiempos de tregua. Ya que el Gobierno no se atreve o no puede dar la batalla para contener la pavorosa crisis económica, lo mejor es entretener al personal con polémicas morales o ideológicas, como esta del aborto provocado. De paso, con la legitimación del aborto provocado se cumple un principio de la política progresista o de izquierdas: hacer primar los derechos colectivos sobre los individuales.

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