Con el anuncio de los resultados de la primera vuelta en las elecciones regionales francesas empieza el proceso de "fusión" de las listas electorales que hayan superado la barrera del 10% de votos. De aquí al 21 de marzo, los diversos candidatos de la izquierda deberán unificar una única lista y un único programa que presentar a los electores, y que se enfrentará a una candidatura unificada de la derecha (la majorité présidentielle, liderada por la UMP de Sarkozy, que optó por agruparse antes de la primera vuelta) y, en algunas regiones, al Frente Nacional.
Las diferencias entre la elección a dos vueltas –vigente en Francia para todos los procesos electorales, incluyendo naturalmente las presidenciales–, y el sistema electoral español no son sólo de forma. En primer lugar, en Francia son los electores los que tienen que validar los pactos de gobierno. Resulta por tanto imposible que se empiece con la aritmética parlamentaria y con el reparto de consejerías una vez los ciudadanos no puedan ya expresarse mediante el voto (véase el Gobierno de Baleares, formado, pese a la mayoría del PP, por una coalición entre los socialistas, que habían perdido, nacionalistas y separatistas catalanes, comunistas y esa especie de asociación de malhechores que ya se sabía entonces que era UM). Y es que en Francia no sólo fusionan listas, sino que se presenta un nuevo programa electoral.
En segundo lugar, el sistema de doble vuelta permite un mayor pluralismo –no hay necesidad de voto útil– dado que en la primera vuelta todo tipo de partidos y candidatos independientes tienen un hueco, sin que optar por cualquiera de estas opciones pueda suponer tirar el voto. Además, el sistema a dos vueltas reduce el poder de las cúpulas de los partidos –ya de por sí en Francia los candidatos se eligen por primarias internas– y permite una mayor expresión popular. Véase el caso de Georges Frêche –no precisamente un ejemplo de regeneracionismo pero muy popular en su región–, candidato en Languedoc-Roussillon pese a haber sido expulsado del Partido Socialista, y que no sólo ha ganado sino que ha dejado fuera de la segunda vuelta a su antiguo partido. Sin embargo, gracias a la barrera del 10% de votos para pasar a la segunda vuelta y a la posibilidad de fusionar listas entre quienes lo logran, sólo las dos o tres opciones mayoritarias llegan a la segunda vuelta, con lo que se evita que un mosaico de partidos minoritarios haga ingobernables las instituciones.
Finalmente, se trata de un mecanismo que obliga a los partidos tradicionales a ir más allá de una oferta dicotómica que ignore a los electores, dado que deben ponderar el distinto peso de los nuevos "productos" políticos (en el caso francés, Europa Ecologista, el Frente Nacional, etc.) y presentar una lista y un programa para la segunda vuelta que deje claras las alianzas sin que puedan traicionar a sus electores, quienes deberán revalidarlas. Así, creo que sería muy positivo que en la Comunidad de Madrid el PSOE e IU tuviesen que presentarse juntos y con un solo programa (por ejemplo en materia educativa) que compitiese con el del PP y que fuese conocido antes de votar. O que el PP y el PSOE tuviesen que llegar a una segunda vuelta de las elecciones generales con una lista electoral y un programa de gobierno que fueran definitivos, que no se alterasen por pactos posteriores (que serían innecesarios) y que tuviesen en cuenta la sensibilidad de su electorado a nivel nacional. Partidos nacionales como UPyD o IU podrían aspirar a fusionar listas y, sin embargo, los separatistas perderían ese papel de bisagra que tienen. Y lo que es seguro es que se ayudaría a regenerar el sistema de partidos, afianzando el carácter nacional y verdaderamente democrático del sistema político constitucional.