Sorprende que, por azares del destino, a veces se produzcan curiosas coincidencias. Porque qué puede ser sino curiosa coincidencia la de que se cumplan cien años de la inauguración de la Escuela Moderna de Ferrer Guardia cuando termina una semana en la que el asunto de la profesora de religión de Almería ha situado el nombre de su fundador en primera línea de actualidad.
Fue el 8 de septiembre de 1901cuando la Escuela Moderna abrió por primera sus puertas en Barcelona. Este colegio, al que Eduardo Gil Bera en su libro Baroja o el miedo llama “academia del anarquismo bondadoso”, llegó a tener doce sucursales en Barcelona y una treintena más repartidas por Cataluña y Valencia. Según dicen los estudiosos, sus principios pedagógicos fueron, ni más ni menos, que los que habían inspirado a todos los movimientos educativos renovadores de finales del siglo XIX: las ideas “libertarias” de Rousseau.
Mucho habría que hablar sobre la influencia del ilustre ginebrino, padre ideológico de tantas experiencias pedagógicas, me limitaré aquí a recoger brevemente los puntos principales de la doctrina sobre la que Ferrer fundó su escuela. Se defendía una enseñanza antiautoritaria, igualitaria, que respetara la personalidad del alumno y que se mantuviese contraria a todo tipo de elitismo y a cualquier muestra de competitividad. Se proclamó defensora de una educación racionalista pues aseguraba que para combatir contra la Iglesia y el Estado no había mejor arma que la ciencia.
Ferrer Guardia recogió en su obra La Escuela Moderna textos que los niños solían escribir y que tienen un tono tal de catecismo doctrinario que hace difícil comprender lo que el pedagogo anarquista entendía por “respeto a la personalidad del alumno”. Una niña de trece años, a la que se le pedía una crítica del fanatismo religioso escribió: “El fanatismo es producido por el estado de ignorancia y atraso en que se halla la mujer; por eso los católicos no quieren que la mujer se instruya, ya que la mujer es su principal sostén”
Otra, con sólo diez años, sobre la necesidad de la instrucción, hizo esta pequeña “redacción”: “Entre las faltas del género humano se encuentran la mentira, la hipocresía y el egoísmo. Si los hombres estuvieran instruidos y principalmente las mujeres, enteramente iguales al hombre, esas faltas desaparecerían. Los padres no enseñarían a sus hijos en las escuelas religiosas, que inculcan esas ideas falsas, sino que los llevarían a las escuelas racionales donde no se enseña lo sobrenatural, lo que no existe; ni tampoco a guerrear, sino a solidarizarse todos y a practicar el trabajo en común”
La Escuela Moderna poseía una editorial en la que trabajó Mateo Morral hasta aquel 31 de mayo de 1906 en que lanzó contra la comitiva real, que pasaba por la calle Mayor de Madrid, la bomba que acabó con la vida de más de veinte personas. Difícil será saber si la “utopía anarquista” que impulsó el crimen de Mateo Morral, a la que con dura ironía Gil Bera llama “fervor por enderezar el rumbo equivocado y sufriente de la humanidad”, se enseñaba sutilmente en aquella “escuela de anarquistas bondadosos” de Barcelona.
Lo que sí parece claro es que, aunque nada se pudo entonces probar, el fundador de la Escuela Moderna tuvo mucho que ver en aquel famoso atentado. Poco después de que Ferrer fuera detenido, juzgado y absuelto de complicidad con Mateo Morral, la escuela cerró sus puertas. Más tarde, en 1909, Ferrer, acusado de participar en los sucesos de la Semana Trágica de Barcelona fue de nuevo encarcelado, juzgado y, esta vez, condenado a muerte. Aunque nunca quedó claro si Ferrer estuvo o no implicado en los sucesos de Barcelona ni si fue él quien inspiró a Mateo Morral para que colocara la bomba en Madrid su ejecución el 13 de octubre de 1909 le convirtió en el santo mártir del anarquismo.
En el libro de Gil Bera se cita una carta que Unamuno escribió a Jiménez Ilundáin en la que se puede leer: “Se fusiló en perfecta justicia al mamarracho de Ferrer, mezcla de loco, tonto y criminal cobarde, a aquel monomaníaco con delirios de grandeza y erostratismo, y se armó una campaña indecente de mentiras, embustes y calumnias”. Demoledoras palabras para el fundador de la Escuela Moderna que entre los pedagogos progresistas es considerado como un revolucionario educador y cuya imagen, dicen, está la sociedad obligada a reivindicar.
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