Puede haber sido una noche de celebraciones, de hecho mucha gente todavía sigue celebrándolo: el mayor y más grave problema de España, el actual Gobierno socialista, inicia el principio de su fin. Pero un ánimo cada vez más sombrío se extiende sobre los más despiertos a medida que avanza la noche electoral catalana.
El discurso identitario va arrasando hora a hora, pese a la abstención que no es más que un colaboracionismo encubierto, y se constituye definitivamente en la fuerza hegemónica, dominante e irreversible ya en Cataluña. Ese discurso identitario que ya es un viejo conocido en Europa. La reclamación de una "identidad que ha sido agredida", única base de todo discurso nacionalista, es la raíz sobre la que se articula el resto del discurso.
Victimismo, identificación y señalamiento de los "enemigos", tanto internos como externos: el PP dentro de casa, la "puñalada por la espalda" y España desde el exterior. El judío y las "democracias" vencedoras en 1918. Una queja permanente: "Somos las víctimas, dejadnos en paz, sólo queremos ser nosotros mismos". Todo se ve como agresión, agresión al catalán, agresión a la economía doméstica a través del "robo" del Estat espanyol, agresión al bienestar y confort de la sociedad catalana, agresión a sus legítimos derechos...
Hay que negociar. Chamberlain baja del avión y es recibido en olor de multitudes, pues trae con él "la paz". El Partido Popular no cabe en sí de gozo, ya no son los "malos" en Cataluña, ahora caen simpáticos y les han permitido existir por un tiempo más, gracias a lo cual podrán volver a La Moncloa. En la soledad, un hombre barrunta el desastre y proclama: "Entre el deshonor y la guerra habéis elegido lo primero, y además tendréis también la guerra". Sabe que la bestia no se sacia nunca.
¡Pero si quieren ser independientes!, ¿por qué no les dejamos?, clama la masa pardilla y analfabeta. Los discursos identitarios no se agotan ahí, necesitan para su supervivencia la reivindicación constante, tal y como nuestro "gran amigo del sur" manifiesta en su eterna reclamación de Ceuta, Melilla, Canarias. ¡Pero dádselo de una vez, así nos dejarán en paz! Suicidio ignorante, jamás se detiene. Independencia, un nuevo Marruecos mediterráneo reclamando para toda la eternidad Valencia y las Baleares. Y la legión de memos que seguirán clamando por satisfacerles para que "nos dejen en paz". Ahora Checoslovaquia, luego Polonia.
Pero hoy es fiesta, hoy hay que aclamar a Chamberlain que vuelve de Múnich con "la paz", hoy hay que aclamar al ya triunfante Rajoy que vuelve a La Moncloa, hoy Arriola ha triunfado definitivamente en Génova 13. Algunos, sin embargo, preferimos ir a acompañar al solitario político del puro en la boca que ve el horizonte negro en su bienio de ostracismo. No hay en absoluto nada que celebrar ni ningún motivo para la alegría. La sombra de Hitler es demasiado pavorosa como para permitirnos banalidades, y encoje el ánimo hasta de los corazones más templados.
Y hoy miles de jóvenes catalanes ven abrirse ante ellos un horizonte de promesas y esperanzas, un futuro cercano de recuperación del orgullo patrio y prosperidad alcanzada mediante la toma de las riendas de su propio destino, que será una realidad en breve. No importa que los argumentos sobre los que se sustentan estos sueños sean todos falsos, desde las balanzas fiscales hasta los recuerdos históricos de un golpista al que hoy quieren elevar a los altares del martirio.
Hoy, cualquier joven catalán educado en las madrasas del fundamentalismo identitario puede alzarse henchido de emoción y cantar sin ningún rubor "el mañana me pertenece". Mientras escucha, el viejo judío siente como una pesada losa cae lentamente sobre él preanunciando el futuro inmediato.