Aunque hay versiones contradictorias, parece ser que el padre de la niña de Slumdog Millionaire intenta venderla por 200.000 euros. No se hizo realidad el sueño que cuenta la película. La India es un país que sale de la miseria a la misma velocidad que se liberaliza, entierra el gandhismo de rueca y abre su economía al exterior. Pero el sueño, para muchos, va a tener que esperar alguna generación más.
El título de la película significa más o menos "perro de suburbio millonario"; y perros de suburbio eran y vuelven a ser los niños protagonistas. A pesar de que se decía que los productores habían procurado que esos críos tuvieran una educación y una mejora en su calidad de vida, esto por lo visto no era más que parte del envoltorio con el que se vendió la película a los occidentales. Tan preocupados y sensibles que somos a la situación de la infancia y la juventud en el Tercer Mundo, no hubiéramos podido consumir con agrado el producto si pensáramos que esa vida miserable es y será, probablemente, su vida.
El hecho de que el padre haya intentado vender o no a su hija por una buena suma de dinero es irrelevante. En la India es habitual la venta de niños, como en cualquier sitio donde la palabra "pobreza" significa haberse criado sin saber cada día si se va a comer o no. Cuando se intenta sobrevivir así, cualquier pequeña oportunidad de obtener un beneficio inmediato significa una gran diferencia. Los que experimentan una infancia en esta situación de incertidumbre no se enfrentan a las mismas opciones que nosotros, los opulentos. La estrategia vital de esas personas se orienta al corto plazo, ya que a medio pueden morir. La disminución de la aversión al riesgo y el tomar decisiones que pueden servir para resolver un problema del día siguiente –aun cuando sean desastrosas en el largo plazo– son estrategias que sirven para vivir bajo incertidumbre. Nuestros antepasados han evolucionado durante millones de años en diferentes situaciones. Se seleccionaron, y nosotros heredamos, los mecanismos psicológicos para la toma de decisiones que mejor permitían sobrevivir y tener descendencia en cada situación.
Volviendo al caso que nos ocupa, el padre puede estar obrando por el bien de su familia o por motivos estrictamente egoístas –según sea un buen padre o un mal padre– como cualquiera de entre nosotros. Al vender su hija, puede buscar una mejor situación para su familia o puede hacerlo por cualquier fin egoísta (o una mezcla de ambos). La única diferencia es que, en su caso, su mejor opción es vender a su hijo más valioso, mientras que para uno de nosotros, para conseguir los mismos fines, la mejor opción podría consistir, por ejemplo, en no permitirle estudiar una carrera y ponerlo a trabajar. En cualquiera de los dos casos la decisión puede ser un mal menor o un acto despiadadamente egoísta.
El padre pobre en esa situación necesita exprimir al máximo la oportunidad que le da el momento. Por otra parte es muy posible que su hija quede en una situación menos miserable que la que tiene actualmente. La posibilidad de que el padre lo haga por el bien de toda su familia puede ser bastante razonable. ¿Entonces? ¿Por qué, a primera vista, la venta de un hijo nos parece aberrante? Simplemente porque la evaluamos moralmente desde nuestra propia perspectiva y desde nuestras propias opciones. En una situación como la nuestra vender a un hijo sería, sin duda, una acción aberrante, porque ese dinero no resultaría tan necesario ni para nuestra familia ni siquiera para nuestros fines egoístas, mientras que, por el contrario, colocaríamos a nuestro hijo en una situación peor que la que tiene dentro de la familia. Sería algo abyecto en nuestras circunstancias, pero no en las de pobreza extrema.