Durante la Segunda Guerra mundial, los indígenas de las islas del Pacífico veían cómo, después de construidas pistas de aterrizaje y puertos, aparecían aparatos voladores y barcos con provisiones. Con sus conocimientos disponibles, estos aborígenes dedujeron que aquellas construcciones formaban parte de un rito para atraer el favor de espíritus benefactores para que enviaran a la tierra sus regalos. Llevados por esos razonamientos, decidieron fabricar sus propias pistas y puertos esperando que llegaran las correspondientes naves. Esto, que se llamó "culto cargo" o "culto al carguero", del inglés "cargo cult" es una manifestación extrema de la creencia de que simplemente imitando los aspectos y los gestos externos de algo de cuya causalidad se ignora, puede obtenerse resultados.
Sin cambiar de modelo a imitar –los americanos– pero ahora con políticos indígenas de España, podemos encontrar una manifestación similar de cargo cult en los parques tecnológicos creados como una burda copia de Silicon Valley que crecen como setas en todas las autonomías. De la misma forma que los aborígenes del Pacífico construían aviones con maderas y hojas de palmera para atraer a los pájaros sagrados, los políticos crean empresas subvencionadas, con mucho cristal y mucha palabrería rimbombante, esperando que eso "dinamice" el anidamiento de empresas reales. Estrictamente hablando, esto se debería llamar culto a la tecnología o culto a la gran gallina tecnológica.
Igualmente, los ministerios y consejerías se llenan de organismos dinamizadores y de observatorios que pretenden la transmutación de la realidad en una apariencia de cartón piedra que se asemeje a cosas "avanzadas de nuestro entorno". El colmo del sarcasmo ya es la fabricación artificial de espasmos de una fantasmagórica sociedad civil, pastoreada por los políticos al grito de "esto solo lo arreglamos entre todos". Estos "voluntarios" achacan la crisis a una especie de falta de ánimo y de imagen, confundiendo los síntomas psicológicos de la situación con la enfermedad financiera que los causa, que sólo puede tener una explicación y una solución técnica. De la mano de estos chamanes, la economía ha entrado en el mundo de los tratados de autoayuda dentro de la espiritualidad de la Nueva Era. Pronto el arúspice de la Moncloa nos anunciará que ha visto la recuperación en los posos de un vaso de té.
De la misma forma, ya en el terreno personal, el típico tonto mitómano copia los gestos externos de los caracteres que ve en la ficción americana que nos entregan en sesión continua los medios de comunicación. En realidad, ninguno de ellos, ni en el terreno personal ni el el político, tiene la menor idea de cómo surge, siempre desde abajo, la innovación, la tecnología, el estilo, el arte o la riqueza empresarial. Quizá es porque aquí se ha copiado de los americanos todo menos la libertad de empresa, la separación de poderes o un verdadero Estado de Derecho con sus valores tradicionales, que son precisamente las cosas que nos liberarían de nuestra fascinación por el cacicazgo de la clase política y sus adheridos, porque son esos los que derrochan nuestro dinero y nuestras energías en decorados y tramoyas desde las que robarnos mientras nos atontan con su palabrería y sus ensoñaciones.