Los socialistas han registrado en el Congreso de los Diputados una iniciativa para que se "eliminen los estereotipos que mantienen los roles machistas" en los patios de los colegios y se promueva, por ejemplo, que las niñas jueguen al fútbol y los niños a la comba, según explicó el diputado socialista José Alberto Cabañes, autor de la propuesta.
Ya sé que repugna al sentido común el tomarse esto en serio y considerar mentalmente sano a quien lo defiende. Pero para sentir esa repugnancia hay que tener sentido común y gran parte de la gente ha renunciado a él. Para vencer a cierto tipo de izquierda radical, que es la que detenta el poder, hay que ponerse en sus mentes antes de contraatacar con argumentos que les hagan mella, porque al ignorar el sentido común son inmunes al ridículo. Para empezar hay que realizar una travesía mental que incluye el rechazo más profundo y radical de lo que damos por sentado en todos los lugares y épocas.
El señor Cabañes y otros izquierdistas españoles adquieren sus ideas del ala extrema de los demócratas americanos de los años 60, y éstos a su vez se basan en la teoría del determinismo cultural, que básicamente afirma que no existe la naturaleza humana. El resto mas activo y radical de esa teoría son los llamados "estudios de género" recién importados a la universidad española, a los que se han entregado con la furia de los conversos. Según esta teoría, los niños y las niñas son distintos no porque tengan diferentes tendencias naturales, sino porque existe una cultura patriarcal en la familia, en la calle y en la escuela, que les impone esos modelos sexuales. A la larga esto margina a las mujeres en unos papeles etiquetados como humillantes y despreciables, como ser madres o amas de casa... El papel de la escuela consiste por tanto en des-educar y primar a las supuestas víctimas. Pero su objetivo no es sólo "liberar" a las mujeres sino feminizar al hombre, ya que lo masculino es la causa de todos los males. Cualquiera que haya estado en contacto con pedagogos que integran el profesorado podrá constatar que este pensamiento no es una exageración.
Esto no es únicamente propio de los radicales de izquierda –ellos tan sólo lo llevan a sus consecuencias últimas– sino que constituye la verdad oficial que todo bienpensante debe aceptar; incluso el que sea de derechas, ya que la derecha ha renunciado a presentar una enmienda a la totalidad a esa visión. Muy al contrario, sus élites simplemente han abandonado la visión judeocristiana y han abrazado la del adversario. Es normal que haya un divorcio total con sus bases. El anterior defensor del menor del Gobierno del PP de la Comunidad de Madrid, Javier Urra, ya dijo desde su cargo que había que conseguir que los niños fueran como las niñas.
La paradoja es que estas ideas han sido ampliamente derrotadas por un programa científico que sustenta la visión conservadora de la naturaleza humana. Una nueva generación de científicos se han puesto a mirar sus respectivas disciplinas desde el punto de vista de la evolución. Y han encontrado que el determinismo cultural es incompatible con la teoría de la evolución. Además, las diferencias de conducta de hombres y mujeres no son primariamente fruto de la educación, sino de estrategias instintivas que son universales y distintas para cada sexo –como en otros animales– y que por tanto ni son locales a esta sociedad ni pueden ser cambiadas por medio de la educación.
Las víctimas de esta nueva fatal arrogancia son los chicos. Christina Hoff Sommers, una feminista no al uso, describe como sistemáticamente los pedagogos y psicólogos consideran las conductas normales de los chicos como patológicas y son tratados, allí en Estados Unidos y ahora aquí en España, como pre-delincuentes maltratadores ante sus compañeras y pasan a ser adoctrinados en unas escuelas convertidas en correccionales. Sobra decir que las consecuencias de este modelo han sido totalmente contraproducentes y dañinas individual y socialmente. Por fortuna, contra el adoctrinamiento existe la tendencia también instintiva de la rebeldía. El efecto final es una exacerbación de lo que se pretende evitar. La alarmante disminución de rendimiento escolar de los niños varones es sólo el primero de estos efectos perniciosos.