Entre otros temas, estimo de gran importancia distinguir tres aspectos de la rebelión del 11 de septiembre de 1973 en Chile. En primer término, la justificación al derecho de resistencia tan caro a las tradiciones liberales, contemporáneamente desde Sidney y Locke, a la Declaración de la Independencia estadounidense que enfatiza que si cualquier forma de gobierno atenta contra las libertades de las personas "está en el derecho de la gente alterarlo o abolirlo e instituir un nuevo gobierno". Lo mismo había ocurrido en Inglaterra con la sublevación contra Jacobo II y, posteriormente, contra el despotismo español en Sudamérica o la invasión aliada contra Hitler.
Salvador Allende ganó las elecciones con el 36,2% de los votos, 1,3% más que el segundo candidato, Jorge Alessandri. Como no obtuvo la mayoría necesaria, la Democracia Cristiana, como tercera fuerza, le otorgó el apoyo en el Congreso al primero. Una vez en el poder, Allende estableció relaciones diplomáticas con Cuba, Alemania Oriental, Corea del Norte y Vietnam del Norte, y anunció su propósito de modificar la Corte de Justicia ya que juzgaba que adolecía "de parcialidad de clase" y también al Congreso, eliminando su estructura bicameral y amenazó con clausurarlo si continuaba con "su actitud obstruccionista", a pesar de haber votado la modificación constitucional –con carácter retroactivo– para proceder a expropiaciones masivas de propiedad privada. Comenzaron las "tomas" violentas, la inflación fue del 500% en su primer año de gobierno, los controles de precios produjeron faltantes de prácticamente todos los bienes, desórdenes cotidianos que incluían matanzas impunes, un estado de zozobra generalizada puesta de manifiesto en crecientes marchas multitudinarias opositoras, como la del 1 de diciembre de 1971.
El propio Eduardo Frei declaró al diario italiano Corriere della Sera (reproducido en El Mercurio, 30 de marzo de 1973) que el país era "un carnaval de locura" y que se encaminaba a "un régimen totalitario marxista". Incluso en el editorial del New York Times del 25 de junio de 1973 se lee que la política de Allende, "dominada por su coalición marxista, insiste con políticas y tácticas que aceleran la polarización y empujan a Chile al abismo", todo ratificado en su asidua correspondencia con Fidel Castro y sus conocidas confesiones a Regis Debray.
En este clima de prostitución y degradación de los principios más elementales de la democracia se produjo la sublevación de marras, ampliamente justificada por los espíritus libres. El segundo aspecto que debe distinguirse, sobre el que he escrito reiteradamente, es el a todas luces injustificable e inaceptable manejo de la guerra antisubversiva, dando lugar a la bochornosa y repugnante figura de "los desaparecidos" con el consecuente rechazo a debidos procesos, en ausencia incluso de juicios sumarios y actas con responsables. Por último, nada ni nadie civilizado, en ninguna circunstancia, puede aceptar la apropiación de dineros públicos para usos personales.
Sin perjuicio de otros aspectos que son propios del periodo en cuestión, en estas líneas queremos dejar sentada nuevamente nuestra posición respecto de tres capítulos que tiñen la historia chilena y también la de Occidente, al haberse rescatado a nuestros hermanos de la implantación de otro Gulag. Unos hechos que sirven de lección para alertar una vez más de los daños irreparables de los abusos del poder.