En varias ocasiones Barack Obama aseguró que su administración iba a ser la más transparente de la historia de Estados Unidos. Prometió televisar a nivel nacional los debates sobre la "reforma" sanitaria, al igual que hacer públicos por internet todos los proyectos de ley discutidos en el Congreso. Todavía estamos aguardando que así sea.
Ha pasado ya casi un año y el presidente transparente no da explicaciones reales de casi nada, como prueban los recientes e insólitos casos de intrusos en la Casa Blanca y aun los extraños visitantes que de turistas pasan de repente a ser invitados presidenciales para la sorpresa de todos.
Ocurre en estos días que andan las agencias de noticias babeando con la historia de cómo una pareja de jubilados se presentó equivocadamente un día antes para una visita turística a la Casa Blanca. Y nos cuentan cómo recibieron inesperadamente una invitación para desayunar con el presidente Obama y su esposa Michelle.
Por arte de birlibirloque, de las agencias a los noticieros y de la prensa a las revistas del corazón, se nos presenta todo esto como el bonito gesto de hospitalidad de los Obama. Claro está que faltaría añadir detalles como el de que el tal Harvey y su esposa Paula Darden no eran precisamente meros turistas, sino fieles partidarios de Obama y cuya visita les había arreglado de antemano su congresista de Georgia.
Hoy sabemos ya que esa visita tuvo lugar dos semanas antes del incidente del otro célebre caso de Tareq y Michaele Salahi, de Virginia, de quienes –dando otra vuelta de tuerca– las agencias nos dijeron que sí se colaron en la cena oficial ofrecida por Obama al primer ministro de la India.
Para disimular, la Casa Blanca cuenta que los dos hechos no tienen nada que ver. A los Darden se les invitó tras comprobar que reunían los requisitos y tras pasar los controles de seguridad. A los Salahi, insisten, nunca se les invitó, ni se les sometió a una prueba de antecedentes penales. O sea, que los invitados no lo eran, pero los no invitados sí. Un lío.
Pero más grave que todo este desconcierto de invitados que pulula por la Casa Blanca resulta el escaso tratamiento general, cuando no el silencio, de las mismas agencias y medios informativos sobre los verdaderos visitantes políticos y económicos del presidente. Y es ahí donde entra lo del presidente transparente.
Porque con estos líos de visitadores y con un juicio previo pendiente, la administración Obama se ha visto recientemente obligada a hacer pública la lista oficial de visitantes a la Casa Blanca entre el 20 de enero y el 31 de julio de este año. El transparente Obama sólo ha dado una lista de 481 entradas, aunque haya habido muchas más visitas.
Entre el extenso listado de nombres aparecen los de "Michael Moore", "William Ayers" y "Jeremiah Wright". Pero, según el consejero del presidente –Norm Eisen–, esos nombres son mera coincidencia con los famosos homónimos respectivos del popular cineasta, del terrorista dinamitero y del reverendo racista. O sea, que esos visitantes no eran los que imaginamos sino otras personas con mera coincidencia de nombres y apellidos.
En el malabarismo de la transparencia, la lista resulta interesante porque muestra también cómo mientras Obama no tenía tiempo de reunirse con su general Stanley McChrystal para concretar el asunto de Afganistán, sí en cambio lo tenía para recibir a la turba de poderosos que apoyaron su candidatura y lo elevaron a la presidencia.
Ahí está Andy Stern, presidente del sindicato SEIU, ligado a la escandalosa organización ACORN, que pasó hasta veintidós veces por la Casa Blanca en apenas seis meses. Los 60 millones de dólares para la campaña presidencial y los 100.000 voluntarios para apoyar a Obama no merecían menor trato hacia el sindicalista.
La familia Podesta, ex clintonistas y cabilderos principales, realizaron hasta veinticinco visitas, con John Podesta a la cabeza como jefe del progresista Center for American Progress, y con Tony Podesta, presidente del Podesta Group, cuyo volumen de negocios se ha visto duplicado tras la llegada de Obama al poder.
En la lista de visitantes no podía faltar tampoco George Soros, el multimillonario anticapitalista que financia docenas de organizaciones izquierdistas en Estados Unidos como MoveOn.org, ACT, CAP y que comparte (mera coincidencia...) un especial interés con Obama respecto al petróleo brasileño de Petrobras.
Desde Illinois aparece el visitante nostálgico de Obama: el capo y alcalde de Chicago –Richard Daley– con quien intentó cocinar el fiasco de Chicago 2016. Aparece asimismo Kim Gandy, presidenta de NOW –organización de feministas radicales– con quince visitas. Con ocho está Nancy Keenan, presidenta de "NARAL-Pro Choice America", la mayor red pro-abortista de Estados Unidos.
El transparente Obama también hizo campaña prometiendo acabar con los lobbys, esos que calificó de inmorales cabilderos con intereses especiales y personales. Sin embargo, su lista está plagada de un peregrinaje de dichos seres: Ed Yingling de la Asociación de Bancos Americanos; Camden Fine, de la Comunidad Independiente de Banqueros; Steve Elmendorf, Linda Lipsen, Daniel Mica, Robert Nichols, Timothy Ryan y una larga lista.
En cuanto a esos ricos empresarios de los que Obama se quejaba porque cobraban demasiado, también aparecen varios en la lista. Por ejemplo Jeffrey Inmelt, el presidente de General Electric, que controla también la cadena más sectariamente obamita, la MSNBC. Entre la gente del mundo del petróleo (esos que Obama mismo descalificó por ser socios de Bush-Cheney) aparecen también varios fieles visitantes de Obama: Rex Tillerson de Exxon Mobil o David O´Reilly de Chevron.
Saltan también muchos nombres de avariciosos de Wall Street a los que Obama prometió poner a raya pero que acabaron también invitados a la Casa Blanca: Lloyd Blankfein y Gary Cohn de Goldman Sachs; Vikram Pandit de Citigroup; Jamie Dimon de JPMorgan Chase; John Mack de Morgan Stanley, y hasta Maurice Greenberg, ex presidente de AIG.
Estos son los verdaderos visitantes que le importan a Obama y que prefería silenciar. Son precisamente los que la mayoría de las agencias de noticias han dejado en segundo plano prefiriendo narrarnos anécdotas idiotas como las de los Darden y su inesperado desayuno. Y todo para servir al presidente transparente.