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Alberto Acereda

Crucificando a una nación

Obama pone así en un cargo clave a un aliado sindicalista que odia a los empresarios y al capitalismo, pagando así su deuda con los sindicatos que tanto le ayudaron en su elección.

En fechas espiritualmente entrañables como estas que ahora vivimos cerrando la Semana Santa uno quisiera olvidar, al menos por unas horas, la política. Pero ni siquiera en estos días de descanso religioso uno puede mirar para otro lado ante lo que está ocurriendo política y socialmente en Estados Unidos. Por mera y acaso atrevida asociación mental, la conmemoración de la pasión, crucifixión y muerte de Cristo me lleva, sin pretender exagerar y con los debidos respetos, a una suerte de pagana comparación de los mismos hechos pero aplicados ahora sobre el cuerpo social y político de Estados Unidos.

El paralelismo radica en que hay aquí un paulatino intento de la actual administración de crucificar los valores y principios que hicieron grande la nación norteamericana, hasta ahora la más próspera y libre del planeta. No se trata ya de una obsesión semanal de querer ver tan turbio el panorama político estadounidense, sino de la constatación misma que muestran los hechos y las acciones legislativas y ejecutivas que se van tomando unilateralmente desde Washington y bajo el consciente impulso de la Casa Blanca.

Tras aprobarse unilateralmente por los demócratas una de las peores leyes en los últimos cuarenta años, Obama aprovecha ahora el tiempo de descanso del Congreso para colar –como el que no quiere– quince nombramientos de personas allegadas al presidente y que no contaban, ni cuentan, con el apoyo del Senado. Cierto es que este uso no es propio de Obama y tanto los presidentes republicanos como los demócratas han utilizado este método de nominación ante la imposibilidad de obtener la aprobación del Congreso. En sus respectivos ocho años de presidencia, George W. Bush y Bill Clinton lo usaron. Sin embargo, al emplear ese subterfugio, Obama rompe así otra más de sus promesas porque en estos nombramientos no ha habido ni transparencia ni honestidad. Obama fue quien se presentó como el candidato que iba a cambiar las prácticas políticas de Washington y quien, además, criticó este uso de nombramientos en 2005.

Jim Geraghty exponía el otro día en las páginas de National Review las treinta y tres promesas rotas por Obama en apenas quince meses en la Casa Blanca. Recordé entonces lo del "bendecido" y lo del número 33. Y me acordé también del adorado Baltasar Espinosa del célebre cuento El evangelio según Marcos, de Borges. Porque el problema aquí es que los nombramientos anteriores de Clinton o Bush no incluyeron el nivel de sectarismo del que hace ahora gala Obama aprovechando el vacío legislativo y el tiempo espiritual de la Semana Santa cristiana y la Pascua judía, vivida con devoción por millones de norteamericanos.

Los puestos nombrados a dedo por Obama incluyen a miembros claves y entre los designados aparece el polémico abogado Craig Becker, otro amiguete personal del presidente en sus años por Chicago, colocado ahora en la Junta Nacional de Relaciones Laborales. Obama pone así en un cargo clave a un aliado sindicalista que odia a los empresarios y al capitalismo, pagando así su deuda con los sindicatos que tanto le ayudaron en su elección. Con Becker, Obama busca su anhelado deseo de controlar a las masas suprimiendo el voto privado de los obreros dentro de los sindicatos con la mal llamada "card check", o sea negar la libertad y confidencialidad de la elección.

Este nombramiento no viene solo, ni resulta una excepción. Forma parte de la paulatina crucifixión de la libertad de la nación estadounidense por parte de Obama a través de nombramientos de los llamados "zares" en su administración, cargos que no pasan por ninguna votación en el Congreso y que Obama ha empleado con mucha mayor frecuencia que otros presidentes. Y otra vez aquí, colocando en esos puestos a radicales ideólogos de la izquierda más abyecta. La lista de esos "zares" ronda la cuarentena y hace oídos sordos a la segunda sección del artículo II de la Constitución y a la necesaria revisión de los nominados. Obama tiene zares para todo: desde el zar de la "diversidad" hasta el zar de las escuelas "seguras", pasando por el zar de los "empleos verdes". Cuando uno examina los "zares" nombrados por Obama para esos puestos, vuelve otra vez a la mente lo de la crucifixión de esta nación. Como el Baltasar Espinosa del cuento de Borges, Obama cree que trata con un pueblo analfabeto.

El zar de las escuelas "seguras" es Kevin Jennings, un activista obsesionado con la promoción de la homosexualidad entre niños y jóvenes. El zar de la "diversidad" en las telecomunicaciones es Mark Lloyd, quien no cree en la libertad de expresión y reclamó que a los blancos había que quitarlos de puestos de importancia y favorecer a las minorías étnicas y sexuales. Eso, aparte de apoyar el antiamericanismo y las políticas de Hugo Chávez. El zar de los "empleos verdes", también elegido por Obama, era Van Jones: un confeso marxista que tuvo que dimitir tras saberse que había firmado un manifiesto culpando a Bush del 11-S y haber insultado a los republicanos. El zar de la "ciencia", John Holdren, cree que la esterilización es una medida legítima para el control de la población. Y, por dar sólo un ejemplo más, el zar de la "salud", Ezekiel Emanuel, apoya el racionamiento de la atención médica dando prioridad a quienes participen plenamente en la sociedad y dejando fuera si hace falta a los ancianos.

Estos son sólo algunos de los asesores de Obama, como el citado Craig Becker, nombrado a dedo en el descanso legislativo del Congreso y cuando los ciudadanos se disponían a conmemorar sus religiones en estas fechas. Con estos centuriones, Obama sigue intentando poner clavos en el cuerpo de Estados Unidos. Por fortuna, los norteamericanos no se duermen y el galpón de América ya está sin techo. Muchos, como los Gutres del cuento de Borges, han empezado ya, con conocimiento, a arrancar las vigas para iniciar el rescate de América este noviembre...

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