El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, está actuando adecuadamente al cabildear contra el acuerdo con Irán. Y el presidente Obama está actuando de forma inadecuada al acusarle de interferir en la política exterior americana y sugerir que jamás ningún otro líder extranjero ha intentado hacerlo: "No recuerdo un caso parecido", ha llegado a decir.
El presidente Obama está muy equivocado en lo relacionado con la historia americana. Multitud de líderes extranjeros han intentado influir en la política exterior de Estados Unidos cuando ha afectado a los intereses nacionales de sus países. Lafayette intentó involucrar a EEUU en la Revolución Francesa, así como los colonos americanos buscaron la ayuda de Francia para llevar a cabo su propia revolución. Winston Churchill compareció en el Congreso y presionó fuertemente para que América cambiara su política aislacionista en vísperas de la Segunda Guerra Mundial. El presidente Obama tampoco puede alegar desconocimiento de los acontecimientos mucho más recientes, como cuando él mismo envió al Congreso a David Cameron, primer ministro del Reino Unido, a hacer lobby en favor del acuerdo con Irán. También recientemente Shinzo Abe, primer ministro de Japón, nos presionó con respecto al Acuerdo de Asociación Transpacífico.
La nación del primer ministro Netanyahu se juega mucho más en el acuerdo con Irán que la mayoría de los países que lo negociaron. Pero Israel fue excluida de las negociaciones. Cualquier líder de Israel podría y debería ejercer todo tipo de influencia acerca del mismo.
No puede haber la menor duda de que Israel es el previsto objetivo primordial de la apuesta nuclear iraní. Recuerden que Hashemi Rafsanyani, expresidente de Irán, ha dicho de Israel que es un Estado que puede ser destruido de forma instantánea con una sola bomba, y que incluso si pudiera responder no podría destruir Irán o el islam. Ninguna amenaza similar se ha hecho contra el Reino Unido, Francia, Alemania, Rusia o China. Aunque sigue siendo visto por Irán como el "Gran Satán", EEUU tiene menos que temer de un arsenal atómico iraní que Israel.
¿De veras cree el presidente Obama que los líderes israelíes deben permanecer en silencio y simplemente aceptar las consecuencias de un acuerdo que pone en peligro a sus conciudadanos? Como ha dicho en varias ocasiones el primer ministro Netanyahu, Israel no es Checoslovaquia. En 1938 Checoslovaquia también fue apartada de las negociaciones que dieron lugar a su desmembramiento, pero, a diferencia de Israel, no tenía capacidad para influir en las naciones negociadoras ni para defenderse militarmente.
Seguramente, Estados Unidos no aceptaría un acuerdo negociado por otras naciones que pusiera a sus ciudadanos en peligro. Ningún líder americano permanecería en silencio. Israel tiene todo el derecho a expresar su preocupación acerca de un acuerdo que ha traspasado no solo sus líneas rojas, también las propuestas en un primer momento por Obama.
El ataque del presidente Obama al primer ministro Netanyahu por hacer exactamente lo que haría él en una situación así ha alentado a los antiisraelíes a lanzar acusaciones de doble lealtadcontra los detractores del acuerdo. Nada podría estar más lejos de la verdad. Tanto yo como el resto de los críticos somos tan leales a nuestro país como el presidente Obama y los que apoyan el acuerdo. Soy un demócrata progresista que se opuso a la invasión de Irak y apoyó a Obama las dos veces que se postuló para presidente. Muchos de los más firmes detractores del acuerdo no pueden ser tachados de belicistas, porque de hecho creemos que el acuerdo en realidad incrementa las posibilidades de que haya guerra.
El presidente debería dejar de atacar a los críticos nacionales e internacionales del acuerdo e ir a la esencia del mismo. Por eso he desafiado a la Administración Obama a que debata con los críticos en un debate en una cadena nacional de televisión. Sería una gran oportunidad para debatir a lo Lincoln-Douglas sobre esta cuestión tan importante de la política exterior. En estos momentos, la mayoría de los americanos está en contra del acuerdo, al igual que las dos Cámaras del Congreso. El presidente tiene el reto de hacer cambiar de opinión a la gente. Después de todo, esto es una democracia. Y el presidente no debería estar facultado para imponer su voluntad al pueblo estadounidense con un mero tercio de una de las Cámaras del Congreso cuando la mayoría de los estadounidenses ha expresado su rechazo. Así que cesen los insultos y comiencen los debates.