El español Felipe II murió en 1598 y la inglesa Isabel I en 1603. El primero dejó un país tranquilo, en la cima de su poder y con la sucesión asegurada, mientras que la segunda, que se había negado a casarse, murió rodeada de intrigas y aterrorizada, y con un reino que estaba lejos de ser la potencia en que luego se convertiría. La dinastía de Felipe proseguiría un siglo más, pero la de Isabel, la Tudor, se extinguió con ella.
A las pocas horas de la muerte de ésta, se proclamó como rey de Inglaterra a Jacobo VI de escocia, hijo de la reina María Estuardo, a la que Isabel había apresado y hecho decapitar en 1587. El nuevo monarca unió las coronas de inglesa y escocesa por primera vez. En su nuevo reino se le conoció como Jacobo I. Y una de sus primeras decisiones fue pedir la paz con España.
La guerra abierta contra España había comenzado en 1585. Hasta entonces, Isabel se había limitado a hacer la vista gorda ante las expediciones piratas a las Indias y contra los convoyes españoles (y a participar en ellas), así como ante envíos de mercenarios a los protestantes holandeses y franceses. La guerra comenzó de manera favorable a Inglaterra, con el ataque de Drake a Cádiz en 1587 y la derrota de la Gran Armada en 1588, pero España se recuperó en seguida.
La guerra es favorable a España
En 1589, la otra expedición de Drake, la Contraarmada, fracasó en La Coruña y Lisboa, y tuvo unas pérdidas en buques y hombres superiores a las españolas del año anterior. Los golpes entre ambos países siguieron en los años siguientes: destrucción de Cádiz en 1596, pequeños desembarcos españoles en Inglaterra, conspiraciones católicas contra la reina, ataques a los puertos y convoyes de las Indias... El último episodio de esta guerra fue la operación española de ayuda a los rebeldes irlandeses decidida por Felipe III en 1601.
Al comienzo del reinado de Jacobo I, el balance de la guerra era desfavorable para los ingleses. España disponía de puertos en la costa del canal de La Mancha, de los que el más valioso era Dunquerque, y de la base de La Coruña, de la que ya habían zarpado varias expediciones contra las islas Británicas. Además, la conversión del rey de Navarra Enrique III al catolicismo y su ascensión al trono de Francia habían llevado la paz a ese país. El comercio estaba interrumpido y los únicos aliados que le quedaban a Inglaterra en el Atlántico eran los separatistas holandeses. Por último, en política interior la clase dirigente se enfrentaba a los irlandeses en una guerra de conquista y a los oprimidos católicos ingleses, todavía numerosos. Mejor una paz segura que una guerra incierta.
Como explica el historiador Agustín Rodríguez González (Drake y la Invencible: mitos desvelados), Jacobo recurrió a un argumento monárquico para justificar la paz: como rey de Escocia no estaba en guerra con España, y como no se podían separar al rey de Escocia del de Inglaterra porque eran la misma persona, Inglaterra debía de estar también en paz con España.
Los ingleses, aliados de Madrid
El principal negociador español en Londres fue Juan Fernández de Velasco, condestable de Castilla y duque de Frías; y por parte inglesa, Charles Howard, conde de Nottingham, hombre de confianza de Isabel I, que había sido el jefe de la armada inglesa contra la invasión de 1588 y del saqueo de Cádiz en 1596, así como miembro del tribunal que condenó a muerte a la reina María.
El Tratado de Londres se firmó en agosto de 1604 y se redactó en latín, castellano e inglés. Jacobo I lo ratificó al día siguiente, aunque Felipe III esperó hasta junio de 1605.
El rey inglés se comprometía a que ni él ni ninguno de sus súbditos ayudaría a los rebeldes holandeses mediante ningún medio. Se prohibía la venta de armas, municiones y aparejos a los holandeses. Por otro lado, se abrían los puertos ingleses a los barcos de guerra españoles, que podían entrar en ellos sin necesidad de permiso si iban en escuadras de ocho o menos unidades; también podían abastecerse en esos puertos y hacer reparaciones. Según Rodríguez González, "se rozaba la colaboración naval".
Otros acuerdos del Tratado consistían en que se permitía el comercio libre entre ambos reinos; Inglaterra reconocía a la infanta Isabel Clara Eugenia y a su marido como soberanos de los Países Bajos españoles; ambas potencias renunciaban al corso (lo que España había hecho ya en la época de los Reyes Católicos) y en consecuencia se castigarían los actos de piratería cometidos por los súbditos respectivos.
El príncipe de Gales en Madrid
Del cumplimiento del Tratado de Londres por parte de los ingleses da idea el fin del cortesano Walter Raleigh, que había participado en el ataque a Cádiz en 1596: en 1617 mandó una expedición de saqueo a Venezuela y al regresar a Inglaterra fue detenido a instancias del embajador español. Como Raleigh ya había pasado doce años en prisión acusado de conspirar contra el rey Jacobo, fue fácil reavivar ese proceso y juzgarle por él. El pirata fue ejecutado en 1618.
Otro fruto de la paz entre el Imperio español y la pequeña Inglaterra fue el viaje del príncipe de Gales, Carlos de Estuardo, a Madrid para negociar su matrimonio con la infanta María Ana de Austria, hermana de Felipe IV, quien reinaba desde 1621. Carlos y su favorito, el duque de Buckingham, llegaron a la corte madrileña en marzo de 1623 y permanecieron en ella seis meses. El matrimonio no se realizó debido a cuestiones religiosas tanto en España como en Inglaterra (los puritanos no aceptaban una reina papista y española), y su frustración fue una de las causas de la nueva guerra entre Inglaterra y España que estalló en 1625, a las pocas semanas de que el príncipe de Gales sucediese a su padre y se casase con una hermana de Luis XIII de Francia.
Nueva traición inglesa
Desde 1598, España y sus principales enemigos firmaron sendos tratados de paz: el de Vervins con Francia (1598), el ya citado de Londres (1604) y el de Amberes con las Provincias Unidas (1609). Se estableció así un período de paz que se llamó ‘Pax Hispánica’, aunque todas las partes consideraban que habían pactado sólo unas treguas. En Madrid existían dos partidos en política exterior: uno consideraba que para afianzar el poder de la Casa de Habsburgo era mejor la vía diplomática y matrimonial, mientras que otro se decantaba por el uso de la guerra cuando fuese necesario.
En 1621 concluyó la Tregua de los Doce Años con las Provincias Unidas y los Países Bajos católicos retornaron a la soberanía España; en 1624 el cardenal Richelieu se convirtió en primer ministro de Luis XIII, cuya guía en política exterior era la destrucción de los Habsburgo. Además, en 1620, el yerno de Jacobo y cuñado de Carlos, el protestante Federico del Palatinado, fue depuesto como rey de Bohemia por las tropas del emperador Fernando II, pariente de Felipe IV. Todas estas crisis, a las que se añade la expansión marítima de los holandeses a costa del imperio hispano-portugués (en 1621 se fundó la Compañía de las Indias Occidentales), produjeron la ruptura de la ‘Pax Hispánica’ y la guerra de los Treinta Años, entre 1618 y 1648.
Con el tratado de paz con España aún vigente, Jacobo I firmó una alianza con las Provincias Unidas en 1624, que negoció en su nombre el duque de Buckingham. La primera operación militar fue el ataque de una armada anglo-holandesa a Cádiz en el otoño de 1625. Pero, como dice el historiador Rodríguez, España fue a esta guerra preparada.
Victorias españolas en Cádiz, Breda y Brasil
En ese año de 1625, las armas españolas obtuvieron varias victorias resonantes por tierra y mar: la derrota completa de la escuadra que atacó Cádiz; la recuperación de San Salvador de Bahía en Brasil, ocupado por los holandeses el año anterior; la toma de Breda en los Países Bajos; y el auxilio a la aliada república de Génova con la derrota de las flotas de Francia, Venecia y Saboya. En el terreno militar, fue un año maravilloso para España.
En 1621 Madrid por fin había permitido el corso a sus súbditos contra los enemigos de la Corona y con la guerra declarada los corsarios flamencos con base en Dunquerque capturaron decenas de barcos ingleses y cortaron el comercio de la isla.
En 1628, Londres trató de mandar una escuadra de auxilio al puerto francés de La Rochelle, controlado por los hugonotes, pero la armada española, mandada por Fadrique de Toledo, con su simple presencia hizo huir a los ingleses.
El descontento popular con el valido de Carlos I alcanzó tal grado que en agosto de 1628 fue asesinado y se le enterró en secreto para evitar la profanación de su cadáver.
En Madrid se volvió a estudiar la invasión de Inglaterra, pero se desechó no por motivos navales, sino porque en 1627 el reino suspendió pagos. Sin embargo, las operaciones militares continuaron: en 1629 otra escuadra española a las órdenes de Fadrique de Toledo destruyó los asentamientos ingleses en las islas de Saint Kitts y Nevis.
Inglaterra se humilla
Ante los fracasos militares, en 1629, el rey Carlos I empezó las negociaciones de paz con España. En 1630 se firmó el Tratado de Madrid, que restauraba el contenido del Tratado de Londres: cesaba la ayuda militar y comercial a los holandeses, se abrían los puertos ingleses a los navíos españoles...
En Inglaterra, años más tarde estalló una guerra civil que concluyó con la proclamación de la república y la ejecución de Carlos I. Se cuenta que éste pasó sus últimos días estudiando libros sobre el monasterio de El Escorial, que había conocido en su viaje a España.
Sólo con el dictador inglés Oliver Cromwell la armada inglesa fue capaz de derrotar a una España agotada por la guerra de los Treinta Años y atacada por todas partes. El dictador inglés también elaboró los primeros planes para anular la potencia naval española mediante la ocupación de Gibraltar, hecho que se realizó 60 años más tarde y todavía dura.