Veo con sana envidia la apertura del Senado de Brasil para la nueva legislatura. He quedado fascinado por la primera sesión preparatoria. Su puesta en escena ha sido perfecta, incluso el final ponía el bello de punta: todos los senadores puestos en pie cantaban el himno nacional. Un prodigio de belleza. Si el desarrollo de una nación se midiera, como quisieran algunos politólogos imaginativos, por la belleza o fealdad de su himno nacional, entonces diría que una de las naciones más desarrolladas del mundo es Brasil. Como dijera el gran Vasconcelos, el himno de Brasil es algo distinto de los demás himnos patrios. En un sentido es bélico; cuando se le escucha, se ven desfilar esos brillantes ejércitos de ciudadanos que defienden la libertad y el honor, pero no se manchan con la venganza y la injusticia; es bélico, pero no es provocador ni posee acentos lúgubres. Sus melodías son claras como un amanecer... La última palabra del verso patriótico es: Brasil, y su claro timbre, concluye el mexicano Vasconcelos, resuena como anuncio de ventura; se diría el son de una campana que anuncia la aurora del porvenir.
Por fortuna, Brasil es algo más que sólo futuro. Brasil ya no es potencia. Es presente grandioso. Brasil ya no es un sentimiento de porvenir ilimitado. Es una casa-grande y senzala. Brasil ya dejó de ser una nación emergente. Es la octava economía del mundo y la segunda de América. Brasil es una gran nación. Mestiza. Mulata. Este genuino país representante de la raza cósmica seguirá conquistando posiciones de primera potencia en un mundo posimperial y multipolar. Pero Brasil es, aparte de una potencia económica, una grandiosa realidad democrática y nacional. Reconozco que para hacerse cargo de esta política es menester estudiar el alto sentido de la nación que ha impuesto a toda la casta política el anterior presidente de la República. Lula ha continuado de modo muy inteligente la mayor aportación de Fernando Enrique Cardoso. Lula se ha convertido en el principal defensor de la nación.
Ese espíritu nacional de Lula se veía por todas partes en la sesión de apertura del Senado. Es obvio que de ahí deriva la búsqueda permanente de consenso entre los políticos brasileños. Contrasta esa búsqueda de unidad de los políticos brasileños por un lado, con el odio y la rabia, la bronca permanente, de la casta política española. Mientras que los primeros están en la realidad, los segundos sólo parecen preocupados por sus intereses personales y de partido. Las formas de hablar de estos senadores brasileños muestran una escuela de alta política. En Brasil no existe algo parecido a la crispación, o peor, odio que los políticos españoles tratan de imponer sobre los suyos y los de más allá. Aquí son minoritarios los "políticos" brutos, agitadores y propagandistas. Aquí no hay nacionalismos baratos, ni socialistas de confederación, tampoco abundan los políticos de cuánto peor para el gobierno, mejor para la oposición.
De la apertura del nuevo Senado brasileño destaco la sutileza, la amabilidad y la inteligencia. Noto en la clase política brasileña voluntad permanente de consenso, de alcanzar acuerdos, para desarrollar la nación. Esta nación tiene un modelo político, especialmente envidiable para un español, a saber, todos los partidos políticos defienden la integridad y la independencia de la propia nación. Sencillo. El bienestar efectivo y la libertad que hay en la calle tienen su reflejo en el comportamiento de los políticos. Creo que, por encima de otras aportaciones, este estilo aperturista, dialogante y consensualista de los políticos brasileños ha sido uno de los mejores legados de Luis Inázio Lula da Silva para la siguiente legislatura.
Este modelo político, insisto, tiene su origen en la defensa de una tradición nacional. Lula se comportó como un patriota de la vieja escuela nacional. El patriotismo nacional se ha extendido por toda la clase política. La oposición es consciente de que no será oposición sin esa voluntad de pacto nacional. Al fin, por encima del mito de la geografía de Brasil y al margen del mito revolucionario de pioneros y Bandeirantes, o peor, mitos indigenistas y de marxistas trasnochados, ha triunfado el gran modelo que vislumbró en los años treinta el gran intelectual, seguidor de Unamuno y Ortega, Gilberto Freyre. Brasil es una nación mestiza. Sin el edificio de la nación Brasil no es nada.