De la Vega fue presentada en el parlamento de Paraguay como hija de un alto funcionario franquista, pero ella replicó que eso era falso. Por el contrario, según la vicepresidenta, su padre fue un "represaliado" por Franco. Desconozco casi por completo los orígenes familiares de esta señora, pero observando someramente su trayectoria política y un poco su currículum vitae no me atrevería a meter la mano en candela sobre la veracidad de su rectificación. Quiero decir que la consistencia ética de su historia pública, como suele decirse en estos casos, brilla por su ausencia. Por eso, precisamente, y porque los socialistas en general han sido maestros en borrar sus orígenes franquistas (ahí tienen como ejemplo de lo que digo a Zapatero, sí, el mismo Zapatero trata de ocultar el lado franquista de su familia, mientras resalta al abuelo "republicano"), tiendo a no creerme esa salida tan poco diplomática de la señora De la Vega en un país extranjero.
No es modélica, desde el punto de vista moral, la historia pública de la señora De la Vega. Tampoco en este viaje a Hispanoamérica está haciendo demasiados esfuerzos por ser prudente. Habla y habla sin ninguna limitación. Da órdenes a la Fiscalía General del Estado (sic). Rectifica a quien se le pone entre ceja y ceja. Miente y vuelve a mentir pero sin ninguna repercusión para ella ni para su partido. Sus miradas torvas siguen asustando a los periodistas independientes que la acompañan en su viaje; son las mismas miradas que dirige a los periodistas que siguen las ruedas de prensa posteriores al Consejo de Ministros.
Creo que De la Vega desprecia a quien la crítica y ejerce el poder con contundencia. Siempre está al borde del abismo totalitario. O sea, abusa, abusa y abusa del poder con fruición. Aunque sabe que el todopoderoso es Zapatero, le gusta ser la mala de la película. Por eso, es implacable con todos, pero su especialidad es la oposición, sí, sí, la persecución de la oposición hasta hacerla desaparecer del mapa político es su principal ocupación. Para ello ha conseguido que todas las instancias del Estado bailen a su alrededor. Además de la mencionada Fiscalía General del Estado y los Altos Tribunales de España, empezando por el Tribunal Constitucional, todos los aparatos del Estado están a su disposición. Y, en verdad, dispone de ellos, aunque dicho sea con ironía, no con gran habilidad, sino con cierto salvajismo, es decir, la mayoría de los españoles saben que esta mujer tiene mucho poder, pero poca, quizá ninguna, fuerza moral.
Insisto: la fuerza moral de la vicepresidenta es mínima en su historia pública. Esa apreciación ni es subjetiva ni obedece a un análisis de sus intenciones, sino es algo que está a la vista. Basta mirarla y sabemos de qué va esta mujer. Basta oírla y apreciamos que siempre trata de esconder algo. Basta saber cómo mintió sobre su residencia en Valencia y nadie dirá que tiene un gran patrimonio moral. La famosa bronca a la presidenta del Tribunal Constitucional es sólo otro caso más de los cientos que podrían aportarse, entre los que no cabe olvidar la recomendación reciente al fiscal General del Estado para que recurriera la sentencia del TSJV sobre el posible delito de Camps por recibir unos regalos.
En fin, a pesar de la rectificación de la señora de la Vega a sus presentadores paraguayos, no sabría qué responder a la pregunta: ¿Fue o no fue la vicepresidenta del Gobierno socialista hija de un alto dirigente franquista?