Las declaraciones de Sánchez Manzano, ex comisario de los TEDAX, a un juez distinguiendo entres simples objetos y muestras para descubrir el arma utilizada por los criminales del atentado del 11-M, me hacen sospechar lo peor. La distinción entre simples objetos o muestras no puede ser más tramposa, pues, al final, siguiendo la pura lógica procesal, siempre tendrá razón el perito o especialista que hace el distingo. Acaso por eso, las oscuras, vacilantes y contradictorias frases de este imputado por falso testimonio, omisión del deber y encubrimiento que han publicado la prensa, me llevan a pensar que este "magnicidio" político del 11-M es un caso, o mejor, un terrible acontecimiento fundacional de la muerte de la democracia en España y, por extensión, seguramente de la crisis de la política en el siglo XXI.
En otras palabras, quien crea que el 11-M está juzgado para siempre en la historia de España con un cierre en falso de una comisión parlamentaria y una sentencia judicial llena de contradicciones, habrá que llamarle con justicia inmoral y, por supuesto, anti-demócrata; quien oculte el grito de dolor de las víctimas del 11-M, "queremos saber", está colaborando no sólo a la muerte de la democracia en España, sino a explicar las causas de su fallecimiento. Es, pues, un deber moral de todo demócrata contribuir al esclarecimiento del 11-M; pero, hoy por hoy, después de lo sucedido el 14-M y, sobre todo, de las experiencias de un Gobierno que ha vuelto la espalda a la democracia –ya protestan por su inconsistencia democrática hasta sus terminales mediáticas–, habrá que tomarse muy en serio la tesis más radical de los analistas, que hay muchos y buenos en España y el extranjero, de este luctuoso acontecimiento.
¿Cuál es esa tesis? Es sencilla y limpia: el 11-M representa el primer golpe de Estado perfecto del siglo XXI. Por un lado, mi consideración intelectual por esta tesis ha sido tal que nunca me he atrevido a discutirla; y, por otro lado, el respeto personal que me merecen sus autores intelectuales es tan fuerte que me ha estimulado a buscar pruebas para probarla. Naturalmente, la tesis del golpe de Estado perfecto, o sea, que la mayoría de la población no se ha enterado todavía –quizá nunca se percate– de lo que ha pasado realmente ha sido desarrollado con argumentos y pruebas muy diferentes, pero todas ellas vienen a concluir que los atentados dieron lugar a un cambio político que, después, se ha revelado como un cambio de régimen.
Aunque la mayoría de los medios de comunicación se empeñen en ocultarlo, hay pruebas hasta la saciedad para decir que vivimos ya otro régimen; en efecto, el problema político de España no es ya el déficit de nuestro sistema democrático, ojalá pudiéramos hablar de deficiencias subsanables, sino del peligro de la desaparición de la democracia. Sí, sí, lean la prensa y verán los esfuerzos que es menester hacer para hallar a alguien que hable de verdad, o sea, en serio de democracia. Por el contrario, a lo más que llega el común de los analistas políticos es a entonar la palinodia racionalista: "Eso no pasa en una nación democrática", o peor, eso no sucede, dicen los críticos del sistema, en un país normal de carácter democrático. ¡Claro que no suceden esas cosas allí donde hay un sencillo sistema democrático! El engaño es que hacemos como si aquí, después del 11-M, hubiese democracia... Pero, desgraciadamente, no la hay, porque tanto el PSOE como el PP no han querido saber nada del 11-M.
El 11-M es para Zapatero como el 26 de octubre de 2002 –el día que las fuerzas especiales rusas del Grupo Alfa irrumpieron en el teatro Dubrovka, en Moscú para "liberar" a 922 personas secuestras por un grupo checheno– para Putin. Los dos son actos fundacionales de un poder que asume el modo y contenido del mismo mal que tiene que combatir.
En fin, ojalá salga algo claro del juicio contra Sánchez Manzano. Pero me temo lo peor.