El debate entre Mayor Oreja y López Aguilar tuvo detalles interesantes por parte del primero. Al segundo dejé de prestarle atención al poco rato de empezar su perorata; me defraudó este muchachote de Canarias al que en alguna ocasión le concedí cierta inteligencia y empaque político... Se ha convertido en un vendedor de malas retóricas. El adolescente y reiterativo discurso de López Aguilar, que más parecía dirigido a fanáticos que a personas desarrolladas, es para olvidar.
El candidato del PSOE repetía y repetía pobrísimas consignas para descalificar al PP con insultos ridículos. ¡Por Dios, señores socialistas, dejen ya de darle patadas a un burro muerto! Cada vez que López Aguilar recordaba el franquismo me hacia vomitar –retóricamente hablando– sobre el tipo de sociedad que mantenía la dictadura, porque es la misma que mantiene el zarrapastroso populismo-obrerista del PSOE. Por desgracia, es la única fórmula que el PSOE tiene para movilizar el voto y mantenerse en el poder. La cosa socialista se parece cada vez más al socialismo negro que a la socialdemocracia liberal.
Cualquier cosa es buena para esta gente, excepto que se desarrollen poderes de control, enjuiciamiento y obstrucción de este neopopulismo socialista. Apoyarse en los más desfavorecidos de la crisis que, por otro lado, ellos no tratan de superar sino de gestionar con retórica y demagogia es la condición para reducir la legimitidad política a la social. Esta gente no quiere ciudadanos dispuestos a rebelarse, resistir y expresar su disidencia del que tiene el poder político o económico, sino borregos que siguen sus consignas: "somos jóvenes, modernos, optimistas, etcétera". En fin, el PSOE sólo aspira a gritar palabras vacías para un pueblo de imbéciles y acobardados, resentidos y miserables. Lo malo es que ese pueblo existe. Está ahí. Se repite. Es España al desnudo.
Pues eso es lo que tuvo éxito en el pasado y, seguramente, lo seguirá teniendo. Se trata, por encima de otras consideraciones, de negar la posibilidad de que haya rebeldes, resistentes y disidentes a su populismo. El muchachote del PSOE estuvo, pues, perfecto dentro de ese "canon". Todo lo soporta el "relato" socialista, excepto que haya alguien de pie. Tienen pavor de un hombre de pie. Sus "consignas" son ridículas, sí, cuando alguien toma la palabra y marca con vigor su distancia del desorden establecido por la mayoría de Zapatero y su gente. No se trata de revolucionarios ni de artistas ni tampoco de poetas. Se trata de sencillos hombres libres, ciudadanos españoles no dispuestos a bajar la testuz y decir: ¡Basta! Algo de eso salió de la intervención de Mayor Oreja en algún momento del espectáculo televisivo. Por ejemplo cuando mencionó que el aborto libre y gratuito para menores de edad –yo añadiría también la inyección letal para los ancianos– no es el paraíso socialista. Es algo más sucio: es un basurero.
El candidato del PP argumentó con cierta decencia sobre aspectos básicos para que sobreviva nuestra sociedad, desde el punto de vista democrático, y quizá llegue a desempeñar un rol significativo en ese club de naciones. Objetivo imposible de alcanzar, razonaba Mayor Oreja, si España seguía presentándose en Europa como una "nación" débil y sin cohesión política, económica y social. Esto al menos lo dejó muy claro Mayor Oreja: sin una nación fuerte España no es nada en Europa. Por el lado económico, el asunto es aún más trágico; España con la doble tasa de desempleo de la media europea no sólo es un país mal visto entre sus aliados, sino que puede ser tratado como apestado, entre otras razones porque Europa no juzga de intenciones y proyectos, utopías y futuros, sino de resultados y datos reales como el representado por una cifra de parados que superan los cuatro millones.
El debate, en fin, fue triste como la vida de la nación, pero la intervención de Mayor Oreja, menester es reconocerlo a su favor, nos hizo sentir en algún momento la nostalgia de la política.