El discurso de investidura de Rajoy ha traído muchas novedades. La primera y principal es que introduce normalidad en un Parlamento que, durante casi ocho años, tuvo que soportar ocurrencias, chascarrillos y retórica hueca de un presidente del Gobierno terriblemente ideologizado y trasnochado. Populista. Al lado de Rajoy, y supongo que también de sus nuevos ministros, los líderes socialistas que acompañaron a Zapatero se nos presentan como figuras del pleistoceno. Rajoy se ha mostrado como un gobernante prudente y serio, moderno y normal. La normalidad, sí, le ha quitado el puesto a la patología política de un "discurso" de buenos y malos, de españoles de primera y de segunda, de gente a la que se le perdona todo e individuos permanentemente estigmatizados.
Por fortuna, la retórica resentida ha desaparecido en favor de una plática normal. Ciudadana. El único riesgo que corre la normalidad es que derive en inercia. La demora y la lentitud, o peor, el dejarse llevar por la indolencia de quien ocupa una institución como si fuera de su propiedad, y toma tarde y mal las decisiones políticas, fueron siempre una de las peores rémoras de los gobernantes españoles en otras épocas. Se trata de esa manía española del "vamos a hacer", "tenemos que empezar", etcétera, pero nunca se hace nada de modo rápido y efectivo.
Sin embargo, no creo que "el vuelva usted mañana" sea el caso que tenemos a la vista. Varias son las razones que me llevan a ser optimista; en primer lugar, porque Rajoy ha señalado, por un lado, un conjunto de medidas y acciones que son más o menos inmediatas y con fechas muy concretas, y, por otro lado, ha anunciado propuestas serias y de calado a más largo plazo, por ejemplo, la transformación de nuestra Enseñanza Media a través de ampliar el actual y escuálido bachillerato hasta tres años. El discurso de Rajoy ya no es una apelación al cambio, sino de cambio real.
Real y obvio es también el cambio que se ha producido en la Asamblea que controlará al nuevo Ejecutivo, como se ha demostrado en las réplicas y contrarréplicas del discurso de investidura de Rajoy. Esos cambios, en mi opinión, impedirán las tentaciones de indiferencia, quietud y, en fin, indolencia que pudiera albergar un Ejecutivo respaldado por una amplía mayoría parlamentaria. El nuevo Parlamento es, sin duda alguna, muy diferente al que pastoreó Zapatero. Rajoy tendrá que debatir con una cámara de diputados mucho más plural y fragmentada que la anterior. Por este camino, creo que el bipartidismo, que ha imperado hasta ahora, tiene sus días contados.
Tres ejemplos son suficientes para demostrar esa pluralidad. El primero es dramático, pero también es real, por desgracia, como dijo el portavoz de Amaiur, Rajoy tendrá que soportar y debatir con esos representantes políticos. El segundo ejemplo se refiere a la composición de una izquierda fragmentada que no se pondrá fácilmente de acuerdo para combatir al Gobierno, es decir, PSOE e IU utilizarán métodos, argumentos y armas políticas diferentes, por lo tanto, Rajoy tendrá que emplearse y enfrentarse de modo también diferente a socialistas y comunistas. Y, en tercer lugar, Rajoy tendrá que vérselas, y ya hemos visto el tono del primer encuentro, con un nuevo grupo parlamentario que antes no existía, el Grupo de UPyD, liderado por Rosa Díez; todo eso por no decir nada del amplio, plural y extenso Grupo Mixto que no está dispuesto a callar.
Con todo, y esto exige otra columna, el PP tendrá una de sus principales batallas políticas con CiU. ¿Considerará Rajoy que el voto negativo de CiU para aprobar su investidura es una derrota mayor que la abstención del PNV?