Los rostros de los políticos españoles son cada vez más feos. Producen pavor. En privado, no se salva ninguno, son feos y estúpidos con avaricia; y en el ámbito público resultan odiosos por su miserable hipocresía. El político es falso e inauténtico. Acaso por eso los españoles temen a sus políticos más que a un nublado. Decir gobernante es decir pillastre. Decir socialista o popular es decir lo mismo. Siempre dan asco y, a veces, miedo, pero siempre aprendemos de sus torvas miradas. Las risas fingidas y las muecas absurdas dominan sus abotargadas caras. Parece que sólo piensan en comer, comer y comer. Pillar y pillar a cualquier hora del día es bueno para esta gente.
Y, sobre todo, los políticos españoles sólo quieren descansar, descansar y descansar. No hacen nada, pero sólo piensan en sestear. Ahora, se van de vacaciones y ya no vuelven hasta febrero. Por mí, naturalmente, pueden quedarse en sus puñeteras casas toda la vida. Eso mismo piensa la mayoría de los españoles. Los políticos son, según una encuesta reciente, el cuarto o tercer problema para los españoles. Se equivocan mis conciudadanos. Los políticos españoles son el primer problema de España. Tienen secuestrada la democracia. Y, sin duda alguna, el primero de los secuestradores se llama Rodríguez Zapatero.
A pesar de todo, dicen que el presidente del Gobierno quiere largarse. Soy escéptico. Pero me entretengo leyendo entre líneas las crónicas políticas sobre una posible retirada de Zapatero del cartel electoral del PSOE. La conjetura no es descabellada. La mayoría de los cronistas ponderan tres asuntos para pronosticar este abandono: primero, dejaría paso a otro compañero, o mejor compañera, de partido ante los resultados de las encuestas, es decir, una exagerada ventaja del PP en los sondeos electorales acentuaría sus miedos y dejaría a otro su puesto; en segundo lugar, Zapatero estaría sufriendo un desgaste psicológico, cercano a la depresión, que le impediría seguir asumiendo su trabajo de destrucción de España como una labor meritoria; y, en tercer lugar, se largaría a su casa, porque ya no sería capaz de soportar la crítica más repetida en estos años: desde la muerte de Fernando VII, repiten sus críticos, Zapatero es el político más nefasto que ha soportado España.
Es curioso que nadie hable de un posible abandono de Zapatero por un prurito democrático. Ningún cronista contempla su abandono como un ejercicio de autolimitación democrática, a saber, dos legislaturas serían más que suficientes para probar la bondad de su designio político y, de paso, para que nadie abuse del poder. La lección democrática de Aznar, que no se presentó a un tercer mandato por higiene política, no ha sido contemplada al hablar de una hipotética salida de Zapatero. He ahí el principal argumento para mantener que no estamos ante un político normal, centrado en resolver los problemas de su país y preocupado por entregar a quien le suceda una nación más grande que la recibida.
Eso a Zapatero no le preocupa absolutamente nada; más aún, desconoce el valor de la palabra Nación. Tampoco le ha importado lo más mínimo el Estado. Jamás se le ha ido la cabeza por cuestiones de Estado. Al contrario, ha utilizado, o mejor, ha destejido todos los grandes vínculos del Estado-nacional para justificar su poder. Y, sin duda alguna, lo ha conseguido con cierto éxito. Por lo tanto, no va a dejar ahora de disfrutar de su obra. Si se va, cosa que dudo, sólo lo hará porque las encuestas le metan el miedo en el cuerpo... ¿Huirá por cobardía? ¿Conseguirá prevalecer ese motivo sobre la facilidad con que le gana al sosegado Rajoy?