Ágora es una película tendenciosa. Ideológica. Es el óbolo que paga la izquierda "cultural" y totalitaria a los favores de Zapatero. Llevar a cabo una crítica del fanatismo es, según el director de la "cosa", su principal objetivo. Arrogancia no le falta al cineasta. Le sobra por todas partes, porque demuestra con creces que ningún fanático puede pensar el fanatismo. Eso sería tanto como el loco que quiere curar al psiquiatra de su normalidad. Ágora es el documento ideológico de un fanático que pretende curar a Occidente de una enfermedad actual que sólo él percibe: el cristianismo es un "fundamentalismo" del mismo tipo que el islamismo.
Pero si un fanático está imposibilitado para pensar el fanatismo, menos todavía tiene instrumentos intelectuales para hacer una crítica de quien defiende violenta, o sea, fanáticamente unas creencias, opiniones o ideologías. El crítico cínico del fanatismo es peor, mucho peor, que el dogmático. Éste es alguien. Tiene algo insobornable: su conciencia de verdad. Porque el dogmático defiende su verdad, por encima de cualquier tipo de escepticismo, con razones y serios argumentos, sin duda, tiene más credenciales intelectuales que un vulgar fanático de la piara de Zapatero. Prefiero, pues, discutir con dogmáticos, aunque tengan sangre de una ilustración decadente, que con pedantes fanatizados por Rodríguez Zapatero. Prefiero discutir con almas apasionadas y cultas que con ideólogos totalitarios.
No discutiré, pues, con el guión de esta película. No hay nada que apreciar. Es enteramente despreciable. Ágora, sí, no es la cinta de un dogmático, de alguien dispuesto a defender su verdad con la argumentación, sino de un fanático que desconoce por completo las bases mínimas de la cultura occidental. Sólo un fanático, a medio alfabetizar, puede producir tal engendro. Pero eso no es todo. Hay algo todavía más sucio. El alma enferma que ha producido Ágora jamás entenderá la idea más grande que la Antigüedad griega y romana, judía y la cristiana nos ha legado: la idea de libertad que se adquiere en el proceso de actuar. Esa concepción de la libertad, esa grandiosa experiencia de Hipatia, ha muerto en este documento ideológico de lo "políticamente correcto", o mejor, del fanatismo del atroz relativismo del todo vale.
La cartilla ideológica, o peor, el catecismo laico que defiende el director de esta película está reñido con el espíritu de Hipatia y la idea de libertad de la Antigüedad. Ágora reniega de la idea de libertad de esa época, y sobre todo desconoce cómo esta idea, realmente sagrada, se encarna en modos de vida que no pueden prescindir de ella si no a costa de hacer la vida misma indigna y aborrecible.
Pero esta película, en mi opinión, contiene algo peor. Rebosa malicia por todas partes. Resentimiento. Es un impedimento crucial para entender que todo documento de la historia, como diría Walter Benjamín, contiene barbarie y civilización. En fin, "en el alma maliciosa", como nos enseñó Sor Juana Inés de la Cruz, "no entra la sabiduría".