Aminatur Haidar está poniendo en riesgo su vida. Es una luchadora por los derechos de un pueblo que fue abandonado por España ante la amenaza de Marruecos. Pero, en mi opinión, el asunto de Haidar va más allá de poner en cuestión la posición de una nación irresponsable, España. También traspasa el ámbito de la denuncia de Marruecos, que impide por todos los medios que se celebre un referéndum de autodeterminación en la zona. La huelga de hambre de Haidar se instala en los territorios frágiles del desasosiego, o sea, de la conciencia individual. La conducta de Haidar, desde el punto de vista moral y político, debería servir para interpelar la conciencia moral de todos nosotros.
Por supuesto, una acción tan dramática como la proyectada por Haidar se dirige a la conciencia colectiva de eso que llamamos España; pero, sobre todo, debería de ser un toque de atención a esa conciencia moral que ha estado adormecida durante décadas ante la cuestión saharaui, en realidad, ante el silencio inmoral de los españoles con su antigua colonia. En otras palabras, si el comportamiento civil –tan cívico es que sólo pone en riesgo su propia vida– de esta mujer no nos hace sentir vergüenza y, por supuesto, culpa a los españoles, entonces estamos muertos como ciudadanos.
Haidar es muy consciente del significado de su acción. No se trata de una persona que pueda ser fácilmente manipulada por cualquier "moratinos" de turno o un actorcillo de cartón piedra. Haidar sabe que puede morir por defender sus principios. El resto es ruido. O peor: inmoralidad. El mayor exponente de esa grosera conducta es la frase de Moratinos: "Es ella quien tiene que decidir y asumir su responsabilidad". ¡Cuanta miseria moral albergan estas palabras! El ministro de Asuntos Exteriores, comparado con la lucha de Haidar, es peor que ridículo. Es un peligro público.
En cualquier caso, es menester no olvidar que el asunto que defiende Aminatur Haidar no sólo pone a los pies de los caballos al Gobierno en particular, y a toda la casta política en general que se sienta en el Congreso de los Diputados, sino que nos zarandea moralmente a todos y cada uno de los españoles, sin excepción alguna, ante una de las mayores inmoralidades y tropelías que ha cometido nación alguna: dejar abandonado a su suerte a una población en un antiguo territorio español.
El hecho histórico-político decisivo es que tanto la España de un Franco moribundo, que prefirió mirar para otro lado ante la Marcha verde organizada por el primo del Rey de España –por cierto, dónde está situado el primo español, casi hermano, de Hassan II, en este conflicto con Marruecos– como la España actual, basada en un régimen de derechos tasados por la mayoría gobernante, ha pasado salvajemente de la población de la antigua colonia española. He ahí la conducta criminal y cobarde que la acción de Haidar ha hecho evidente.
En fin, si la decisión heroica de Haidar no es suficiente para que los españoles reconozcamos nuestras inmoralidades con los saharauis, entonces esto ya no tiene solución. Si los españoles no somos capaces de sentir tristeza ante la lucha de Haidar, entonces nunca llegaremos a ser ciudadanos de una nación libre. Nadie escurra, pues, el bulto. La actitud de esta mujer saharaui nos pone a todos los españoles en nuestro sitio. Somos unos miserables por mantener un silencio sepulcral ante el abandono de España del pueblo saharaui.