No está descaminada la señora Pérez-Espinosa, candidata del PP por Asturias, cuando dice que "sin las siglas del partido ningún nombre es nada". Ella es el más vivo ejemplo de su afirmación. ¿Quién conoce a esta mujer fuera del PP? Quizá sus votantes la hayan tratado en anteriores elecciones, pero, fuera de ese núcleo, no creo que ejerza liderazgo alguno sobre nadie. Puede, sin embargo, ganar perfectamente las elecciones autonómicas, porque los nombres de los candidatos apenas cuentan al lado del poder de la maquinaria partidaria. Esta señora, pues, tiene todo a su favor para salir elegida. No tiene nada qué decir que no se lo dicte el partido, o mejor, el jefe del tinglado.
Las declaraciones de Pérez-Espinosa me recuerdan a las de Trinidad Jiménez, la socialista, cuando dijo que ella no debatía con Tomás Gómez por la candidatura de Madrid, porque ella pertenecía al mismo partido que su contrincante y, por lo tanto, tenían la misma ideología. El partido es todo. Lo grave, sin embargo, no es que estos seres partidarios digan estas barbaridades políticas y, por supuesto, antidemocráticas, sino que la gente los sigue a píes juntillas. Es como una peste que la mayoría de la población no se fije ya en los candidatos, incluidas las elites intelectuales del PP que no paran de exclamar, cuando alguien objeta el tipo de oposición que hace Rajoy, que ahora lo decisivo es mandar a su casa a Zapatero. Quizá tengan razón; de acuerdo; no seré yo quien discuta con gente tan crispada, y con tantas ansias de poder a cualquier precio, que no es el momento de discutir el liderazgo de Rajoy.
Pero todo eso no puede hacernos olvidar que la gente que vota con esos parámetros de silencio, aceptación de todas las maldades antidemocráticas de los partidos, es no sólo inculta políticamente sino que está contribuyendo a prolongar un régimen ficticio que apenas tiene nada que ver con la democracia. Quien no se fija en los candidatos, es decir, quien vota siglas y marcas, como si se comprara un detergente o cualquier otra fruslería, contribuye al crecimiento de un régimen de "democracia morbosa" tanto como los dirigentes de los actuales partidos políticos. De todas maneras, en el caso de Asturias, que tenga cuidado la señora Pérez-Espinosa, porque la dignidad de Álvarez-Cascos, esa que le hace renunciar a su militancia en el PP, puede traducirse en la creación de un partido político de carácter regional para competir con el resto de partidos en las autonómicas.
¿Conseguiría ganar ese supuesto partido del señor Álvarez-Cascos las autonómicas? Quién sabe; pero, de momento, introduciría el miedo en el cuerpo a los del PP de Asturias y, de paso, abriría una brecha en la reducción de la actividad política a lo que hacen los dos grandes partidos políticos. Por dignidad, en fin, se ha largado el antiguo secretario general del PP de su partido; pero, sobre todo, por dignidad puede quitarle la mayoría al PP en Asturias. La dignidad, o mejor, la aspiración a la dignidad para ser feliz, mostrada por el señor Álvarez-Cascos, quizá sea más importante que la simple felicidad hallada por la señora Pérez-Espinosa en su nuevo puesto de candidata del PP.