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Agapito Maestre

Cataluña, salvaje y victimista

Sus malos políticos tienen la feísima costumbre de ocultar hechos y personajes, simular acciones históricas e inventar leyendas para diferenciarse de España, cuando en realidad han sido la quintaesencia más cutre y deplorable del peor tradicionalismo.

El artículo victimista de Maragall contra Zapatero es propio de la obsesiva y degenerada mentalidad nacionalista de creerse que Cataluña es diferente al resto de España. No, Cataluña, o mejor, las elites políticas catalanas no son diferentes a las de otras regiones de España; si acaso son más peligrosas y, sobre todo, más cobardes. Nunca reconocen su colaboracionismo con el poderoso y con el represor. Ahora Maragall quiere alejarse de Rodríguez Zapatero, como antes otros catalanes taparon su estrechísima colaboración con el Movimiento y la Guerra Civil española. Jamás asumen su responsabilidad. Jamás reconocerán sus culpas. El gimoteo de Maragall sobre la manipulación de socialistas y nacionalistas llevada a cabo por Zapatero para aprobar un Estatuto basura, una ley que mata la Constitución, revela toda la maldad de un político dependiente del Gobierno de España.

En efecto, Maragall colabora, defiende e incluso hace suyo hasta sus últimas consecuencias el proyecto político de Rodríguez Zapatero, que no es otro que fragmentar a su antojo y según sus intereses de poder la nación española. Sin embargo, cuando el presidente del Gobierno expulsa del proceso a Maragall, éste llora desconsoladamente y grita que ha sido engañado. Cataluña, otra vez, ha sido engañada, repite el político defenestrado. A pesar de todo, a Maragall aún le queda alguna expectativa y se pregunta: "¿Cómo acabará todo esto?" Pobre. Pues es fácil de prever, si se tiene en cuenta el pasado de esta región. Las elites políticas catalanas culparán de todos sus males a España. La historia de la pobre Cataluña siempre ha terminado así, expoliando a España, pero culpando al resto de españoles de todos sus males.

Cataluña nunca fue nada sin España, pero, reitero, sus malos políticos tienen la feísima y cruel costumbre de ocultar hechos y personajes, simular acciones históricas e inventar leyendas para diferenciarse de España, cuando en realidad han sido la quintaesencia más cutre y deplorable del peor tradicionalismo. Esa ocultación ha hecho creer a algún ingenuo que Cataluña era diferente, sí, moderna, europeísta y con una fuerte sociedad civil. Mentira. La prueba es la actual situación de Cataluña: una sociedad al margen de la historia democrática, que reclama una nación de carácter medieval, antieuropea y dirigida por unas cuadrillas de políticos ajenos al tejido social.

Si Cataluña como comunidad política hubiera albergado una fuerte sociedad civil que mirase a Europa, jamás habría permitido el espectáculo totalitario de prohibir, siguiendo pautas nazis, a millones de ciudadanos a expresarse en español en la escuela, o hacer crecer la "cultura" en catalán a costa de la negación de la cultura española. Todo es mala fe en el nacionalismo catalán. Maragall es otra prueba de esa obcecación. No quiere enterarse del aislamiento histórico de Cataluña cuando ha querido separarse de España. Más le valdría leer a George Sand o a Eugenio d´Ors para enterarse, de verdad, de dónde vienen sus problemas.

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