Si sigues una dieta antiinflamatoria, experimentarás importantes y favorables cambios en cómo te ves y sientes, física y mentalmente. La razón puede explicarse desde un punto de vista genético y antropológico: sencillamente los humanos estamos diseñados para comer así.
Son dos los momentos en la historia de la humanidad en los que la dieta humana cambió de una forma más radical en relación con lo que el ser humano ha estado consumiendo durante milenios. El más cercano de ellos es la revolución industrial que nos trajo alimentos extraños a nuestra dieta como azúcar y harinas refinadas, los aceites vegetales o los cereales instantáneos por citar algunos. Para el momento más antiguo hemos de remontarnos unos cuantos siglos atrás, a la revolución agrícola del Neolítico, que nos surtió con una variedad y cantidad de cereales hasta entonces inimaginable. Los eventos alimenticios acaecidos en ambos momentos trastocaron considerablemente la estructura de la dieta a la que el ser humano ha estado expuesto durante más tiempo. A pesar de las lógicas variaciones según los lugares, carne (y el pescado en las zonas donde había acceso a él), huevos, frutos secos, agua, vegetales y frutas conformaron la práctica totalidad de la dieta humana durante decenas de milenios. Incluso los productos lácteos han estado durante la abrumadora parte de la historia alejados de las regiones cálidas, precisamente en las cuales se gestó la evolución del homo sapiens.
Un editorial del American Journal of Clinical Nutrition, publicado en diciembre de 2009, nos recuerda la importancia de tener en cuenta nuestras raíces nutricionales. En dicho editorial, los autores señalan que nuestro cuadro genético fue seleccionado a través de comportamientos y factores ambientales como la dieta, que hicieron posible la aparición de la especie humana tal como la conocemos en África hace unos 100.000 años aproximadamente. Desde entonces, nos hemos adaptado a algunos cambios, como el mantenimiento tras la infancia de la enzima lactasa para poder digerir la leche (en concreto su lactosa, que es un azúcar). Pero como antes señalaba respecto a los lácteos, son las sociedades nórdicas las que mejor se han adaptado a la leche, mientras sociedades como las de Oriente Medio, históricamente sólo expuestas a estos productos durante unos siglos, poseen una muy baja tolerancia a la leche. A pesar de algunas adaptaciones, los autores señalan que "los principales procesos bioquímicos y fisiológicos se han mantenido preservados" desde el Paleolítico.
Una de las tesis centrales de este estudio es que las migraciones de los humanos por la Tierra y los cambios en la cultura provocaron cambios también en la dieta tan profundos que hicieron imposible una adecuada evolución genética. ¿El resultado? La aparición de enfermedades degenerativas como la arterioesclerosis que subyace típicamente en la enfermedad coronaria e infarto cerebral, diversas formas de cáncer, obesidad o diabetes tipo II. Todos deberíamos estar de acuerdo en una conclusión de los autores: los consejos nutricionales habituales no están funcionando. ¿Su propuesta? Repensar dichos consejos mirando hacia "la fundación biológica de la humanidad". Para apoyar sus ideas citan un artículo científico de la revista Nature publicado en noviembre de 2009, que concluye: "Es difícil refutar la afirmación de que si las poblaciones modernas volvieran a un estado cazador-recolector, la obesidad y la diabetes no serían las amenazas de salud pública que hoy son". Exactamente.
Es asimismo interesante recordar que los humanos del Paleolítico tenían una estructura ósea y muscular similar a un atleta hoy de triatlón. Podían combinar la fuerza con la rapidez siguiendo una dieta cuyos hidratos de carbono eran en esencia frutas y vegetales. Sin embargo, hoy el arroz y la pasta son el dogma aún prácticamente inatacable en nutrición deportiva. Lo que se les está diciendo a los deportistas es lamentable: usad una fuente de energía de baja calidad como los hidratos de carbono en lugar de la mejor posible, la grasa. Además, la hiperinsulinemia que provoca el exceso de carbohidratos ralentiza la recuperación y reduce la fluidez en la transferencia de oxígeno. Una dieta muy alta en carbohidratos y pobre en grasas es tan imperante en el deporte como autodestructiva.
Como podemos comprobar, lo alto en carbohidratos y bajo en grasas ha sido y es más que políticamente correcto. Es el pensamiento único en salud y nutrición. Posiblemente se deba a esto que muchos de los seguidores y defensores de la nutrición paleolítica y las dietas restringidas en carbohidratos, tal como ha afirmado el New York Times, seamos liberales. Y es que los liberales siempre nos hemos caracterizado por un espíritu crítico, especialmente hacia las verdades por decreto. La dieta 'oficialmente correcta', empero, permanece como tal a pesar del dramático crecimiento en las tasas de problemas cardiovasculares, metabólicos o de cáncer en las últimas décadas, a pesar de su más que dudosa fundamentación científica, y a pesar de que trasgrede los principios antropológicos sobre los que hemos evolucionado los humanos. Cuanto más sigamos negando nuestra historia y nuestro pasado, más condenaremos nuestro futuro.