Pensar hoy en la epidemia de obesidad y en la prosperidad traducida en una avalancha de calorías es, en la mayoría de mentes, por no decir en casi todas, todo uno. Y en el fondo el llamado pensamiento calórico (engordamos porque comemos más calorías que las que gastamos) no parece desafiar el sentido común. Es lo que Kelly Brownell de la Universidad de Yale ha denominado "ambiente tóxico" y cuyo razonamiento hemos leído una y otra vez: es el ambiente tóxico de sobreabundancia calórica junto con falta de ejercicio físico lo que nos aboca al sobrepeso y la obesidad.
Sin embargo, al menos desde los años 60, se sabe que existe una relación entre pobreza –y no riqueza– y obesidad. Cuanto más pobre se es, más proclive a padecer obesidad. Esta aparente paradoja que choca con la asunción del "ambiente tóxico" se ha intentado explicar debido a que las personas de clase alta tienen más presión por estar delgados o que las mujeres delgadas tienen más posibilidad de ascenso social. Lo cual son subterfugios para eludir precisamente una paradoja. ¿No será quizás que la idea del "ambiente tóxico" parte de un error? Si examinamos la historia y literatura científicas podemos encontrar, tal como hace Gary Taubes en "Why we get fat", múltiples casos en los que los estratos más pobres son los más obesos:
1954. Indios pima EEUU: se corrobora la rampante obesidad, hallada ya décadas atrás, de estos indios de Arizona. Más de la mitad de estos indios a la edad de 7 años sufre de obesidad. Se cataloga como una sociedad con "pobreza extendida".
1959. Charleston, Carolina del Sur: entre los afroamericanos, el 18% de hombres y 30% de mujeres son obesos. Actualizado a valor de compra de hoy, tenían ingresos mensuales entre 150 y 1.100 euros.
1960. Durban, Sudáfrica: el 40% de las mujeres zulúes son obesas. La mayor obesidad en mujeres no se correlaciona con mayor alimentación que los hombres.
1961. Trinidad: nutricionistas americanos hablan de la extendida malnutrición a la par que obesidad en la isla. Un tercio de las mujeres mayores de 35 son obesas, mientras consumen menos calorías de las recomendadas por la OMS.
1963. Chile: los trabajadores de factorías, sometidos a trabajo físico intensivo, sufren cerca del 40% de obesidad.
1965. Johanesburgo, Sudáfrica: las mujeres mayores de 65 años bantúes, que son las más pobres, sufren "severo sobrepeso" en el 30% de casos.
1969. Ghana: "Se puede concluir que la obesidad severa es común en mujeres entre 30 y 60 años".
1970. Lagos, Nigeria: 5% de varones y 30% de mujeres son obesos.
Otros son los casos de Kingston en Jamaica, Oklahoma o el condado Starr en Texas. Nótese además la inanidad del argumento de las "calorías gastadas" en tanto los que realizan trabajos con más esfuerzo físico, que suelen ser clases más modestas, sufren más obesidad.
El pensamiento calórico lleva a constantes paradojas o pensamientos circulares absurdos. Dicho claramente, resulta un fracaso. En lugar de pensamiento calórico deberíamos hablar de pensamiento hormonal, y en lugar de ambiente tóxico referido a las calorías, de ambiente inflamatorio. No todas las calorías son iguales. Y los pobres tienden al sobreconsumo de las calorías más inflamatorias (léase que más engordan): carbohidratos refinados, azúcar y aceites vegetales altos en Omega 6. Entre las reformas nutricionales pendientes, está la reforma de nuestra mentalidad.