¿Por qué los esquimales tienen tan poca depresión a pesar de vivir en un entorno tan hostil? ¿Por qué los japoneses padecen tan pocos problemas cardiovasculares aun teniendo elevados niveles de tabaquismo? ¿Por qué Islandia tiene una de las tasas de homicidios y trastornos bipolares más bajas y Bulgaria una de las tasas de homicidios más altas? Parecería imposible dar la misma respuesta a todas estas preguntas, y sin embargo dicha respuesta existe y se llama aceite de pescado o ácidos grasos Omega 3. Hablar de un nutriente que puede prevenir, reducir y aun revertir la arterioesclerosis, el Alzheimer, la depresión, el cáncer, la osteoporosis, la diabetes tipo II, la esclerosis múltiple, la hipertensión, la infertilidad masculina, el eccema, el acné, la degeneración macular... puede sonar increíble. Si además sus 'efectos secundarios' son que te hace más inteligente y mejora tu rendimiento físico puede sonar milagroso. Pero en los Omega 3 no hay nada milagroso, simplemente hay buena ciencia.
Decía Voltaire que muy pocos son los hombres capaces de erigirse por encima de las ideas de su tiempo. Hugh Sinclair fue sin duda uno de ellos. Todo empezó cuando Sinclair, científico del Magdalen College de Oxford, se interesó a partir de los años 40 por las ínfimas tasas de enfermedades crónicas de los esquimales, y particularmente de enfermedad cardiovascular, que ya por entonces estaba convirtiéndose en una epidemia. Pero recordemos que estábamos en una época en la que se denostaba a las grasas. Por ello, en 1956 Hugh Sinclair fue víctima de burla y ridiculización cuando publicó en la prestigiosa revista The Lancet su teoría de que el incremento en la población de casos de trombosis coronaria, leucemia y cáncer de pulmón se debía al descenso del consumo de determinados ácidos grasos esenciales. Incluso la Universidad de Oxford acabó renunciando a sus servicios. Sin embargo, Sinclair era un apasionado de su trabajo y llegó a realizar importantes expediciones y estudios con los inuit –los esquimales de las regiones árticas– que confirmaron sus teorías.
No obstante, para hablar de los Omega 3 podríamos remontarnos no unas décadas atrás, sino incluso unos cuantos miles de años atrás. En 2009, un estudio de Science apuntaba a que fue hace unos 164.000 años en Pinnacle Point, en Sudáfrica, cuando el homo sapiens empezó a manipular el fuego, gracias a las habilidades cognitivas desarrolladas. Lo fascinante es que un estudio de Nature de 2007 afirmaba que exactamente por aquel entonces y en Pinnacle Point tuvo lugar la inclusión en la dieta humana del pescado con sus ácidos grasos Omega 3. Todo se entiende cuando sabemos que el Omega 3 DHA es el principal componente estructural del cerebro.
No puede negarse que los Omega 3 se han convertido en más que una promesa en lo que algunos han venido a denominar psiconutrición, esto es, la nutrición orientada a mejorar nuestro estado psíquico. Joseph Hibbeln, psiquiatra y bioquímico, ha dedicado la mayor parte de su actividad científica a mostrar la correlación entre bajo consumo de Omega 3 y conductas violentas, depresivas o suicidas. Posiblemente su estudio más conocido fue publicado en 1998 en The Lancet, donde demostró que los países con mayor consumo de pescado padecen las tasas más bajas de depresión y a la inversa. En realidad, es abrumadora la literatura científica publicada en estos últimos 15 años sobre los beneficios psíquicos de los Omega 3. En 2006, Hibbeln y Bill Lands, el científico vivo con más experiencia en este campo, publicaron en el American Journal of Clinical Nutrition una demostración en 24 países de cómo el consumo de Omega 3 se correlaciona inversamente con la depresión, el trastorno bipolar o la mortalidad por suicidio. Hoy, la Asociación Americana de Psiquiatría recomienda al menos 1 gramo diario de Omega 3 frente a los desórdenes emocionales.
Si esto te parece sorprendente, lo cierto es que la historia de los Omega 3 va mucho, muchísimo más allá. Pensemos por un momento en la enfermedad crónica que mata a más personas en todo Occidente. En efecto, la enfermedad cardiovascular. Si quisiéramos explicar de un modo clásico y sencillo las fases previas a un ataque cardíaco hablaríamos de (1) la arterioesclerosis o estrechamiento arterial, que favorece que se formen (2) coágulos sanguíneos o trombos, que al dificultar la circulación aumentan exponencialmente el riesgo de (3) arritmias. Un medicamento cardiovascular ideal es aquél que combate la arterioesclerosis, los coágulos y las arritmias. Pero dicho 'medicamento' ya existe: son los ácidos grasos Omega 3. Un estudio de 2009 del British Journal of Clinical Nutrition estimaba que los Omega 3 pueden reducir hasta un 92% el riesgo de ataque cardíaco. Cada vez más cardiólogos reconocen que el nivel de ácidos Omega 3 en sangre es el mejor predictor de un ataque al corazón, por encima de los factores de riesgo cardíaco por antonomasia: el colesterol total, LDL, HDL, triglicéridos, homocisteína o proteína C reactiva.
La importancia crucial de los Omega 3 para la salud humana va de la mano de otro hecho fundamental: debemos reducir drásticamente el consumo de ácidos grasos Omega 6 (aceites de girasol, maíz o soja), de acción antagónica. Recomendar a la población consumir más pescado azul y suplementar aceite de pescado purificado y concentrado en Omega 3 EPA y DHA desde la infancia hasta la vejez es posiblemente la medida nutricional con un impacto más directo y positivo en nuestra salud. Incluso el Pentágono de EEUU está estudiando sus aplicaciones en el ámbito militar. Los Omega 3 son pieza clave para entender las enfermedades de la civilización, y si nos preguntamos por qué tiene tantas aplicaciones este nutriente, podríamos responder de una manera sencilla: porque es el mejor antiinflamatorio natural. Y por ello es un componente central de cualquier dieta antiinflamatoria.
Gracias a nutrientes como los Omega 3, poder dar la vuelta a las enfermedades es una realidad.