Hubo un tiempo en el que el PP enarboló dos banderas en torno a las que se identificaron millones de españoles: la unidad de España y el liberalismo económico. Con mayor o menor coherencia, estaba claro que esos eran los dos principios sobre los que en última instancia descansaba su programa electoral.
Eran, desde luego, otros tiempos. Desde que hace tres años en Elche Rajoy invitara a liberales y conservadores a marcharse del partido, la inmensa mayoría de los cuadros intermedios de la formación política, carentes de convicciones y deseosos de mullidos sillones, pasaron rápidamente a abrazar lo que José María Lassalle denominó "liberalismo simpático", que no era más que el batiburrillo ideológico intervencionista resultante de retorcer el pensamiento de algunos clásicos liberales (como Adam Smith) unido a las ideas de otros pensadores antiliberales (como John Rawls).
A partir de ahí, el PP ha ido degenerando hacia un centrismo populista y oportunista, muy acorde al espíritu zapateriano de los tiempos. Ha habido, sin duda alguna, honrosas excepciones, muy en particular en la Comunidad de Madrid y en torno al espíritu del "No me resigno" que el otro día Esperanza Aguirre se encargó afortunadamente de resucitar. Pero en general el partido ha renunciado a tener convicciones o, peor, ha hecho suyas las convicciones de la izquierda.
Ahí estaba, por ejemplo, el caso de Nacho Uriarte, quien durante cuatro años y medio ha presidido las Nuevas Generaciones del PP. Dejando de lado que la sección de "juventudes" de todo partido político debería desaparecer (¿qué sentido tiene politizar, en el peor sentido de la palabra, a los individuos desde su más temprana adolescencia?), lo cierto es que las NNGG se adaptaron perfectamente a la mentalidad rajoyana de diluir la ideología, de no tomar partido por nada salvo para ayudar al PSOE. El propio Nacho Uriarte lo resumió perfectamente al decir que "me gustaría en vez de oír tanto ‘soy liberal’, escuchar ‘soy del PP’".
Ayer Uriarte abandonó en Zaragoza la presidencia de Nuevas Generaciones, pero no parece que esta organización vaya a cambiar demasiado de coordenadas. Sin ir más lejos, el secretario de Comunicación del PP, Esteban González Pons, ha hecho toda una declaración de principios en ese Congreso de Zaragoza: las palabras que ha utilizado para arengar a los militantes más jóvenes de la formación política coinciden sospechosamente con el panfleto de extrema izquierda Indignaos de Stéphane Hessel, conocido antisemita que en más de una ocasión ha disculpado las atrocidades del comunismo. No sólo eso, Pons ha hecho gala de una retórica típicamente peronista al denunciar el contubernio entre el Gobierno y la "gran banca", al criticar el reparto de bonus por parte de las "grandes empresas" o al definir al PP como el "partido de los currantes".
Es lo que sucede cuando se abandonan los principios, los valores y las convicciones y se los sustituye por el populismo descarnado: que terminas siendo arrastrado por la ideología que, para nuestra desgracia, mayor éxito propagandístico ha tenido en toda la historia, el socialismo. ¿Es esto, la reencarnación de Zapatero, lo que nos depara el nuevo PP?