(Libertad Digital) A mediados del mes de agosto, la dictadura militar de Birmania anunció que incrementaría los precios de los combustibles. De un día para otro, el diesel y la gasolina costaron el doble. El gas comprimido que se utiliza en los autobuses públicos, hasta cinco veces más. En un país rico con un pueblo pobre, los aumentos impactaron de lleno en los ciudadanos más desfavorecidos. Después del transporte público, la escalada llegó a los artículos de primera necesidad como el arroz y el aceite de cocina.
Los grupos opositores encabezados por la Liga Nacional para la Democracia (LND) salieron a las calles para protestar en Rangún contra las medidas gubernamentales. El 19 de agosto unas cuatrocientas personas desafiaron al régimen. La movilización fue la más importante en las dos últimas décadas en un país que ha estado sometido a gobiernos militares durante los últimos 45 años. La reacción fue inmediata: grupos paramilitares disolvieron las manifestaciones mientras que la Policía detuvo a los activistas.
La represión tuvo un efecto contrario y las protestas se extendieron a varias ciudades. En una de ellas, Pakokku, el 5 de septiembre el Ejército uso la fuerza para dispersar una manifestación pacífica en la que tomaron parte varios monjes budistas. Tres de ellos fueron detenidos y golpeados por los soldados. Al día siguiente, sus compañeros tomaron como rehenes a varios funcionarios locales y exigieron al régimen que les presentara una disculpa antes del 17 de septiembre. Al expirar el plazo, los religiosos suspendieron los servicios que ofrecían a militares y comenzaron a encabezar las protestas que crecen en número.
El poder budista
En un país montañoso y eminentemente rural, cuyas autoridades han mostrado una mínima tolerancia ante las críticas, los monjes budistas son muy reverenciados porque a lo largo de la historia el clero ha ocupado un lugar prominente en las movilizaciones políticas. Los expertos consideran que una agresión directa contra ellos desataría un levantamiento nacional. En una reciente declaración, el grupo llamado "Alianza de todos los monjes budistas birmanos", que coordina las protestas, calificó a la Junta Militar de "enemigo del pueblo" y prometió continuar con las movilizaciones hasta que se haya "borrado la dictadura militar del territorio de Birmania" –oficialmente Unión de Myanmar–. El régimen asegura que las últimas manifestaciones están dirigidas por "elementos destructivos internos y externos".
En la antigua Birmania, los monjes budistas han constituido una institución relevante, tanto por su papel de guía espiritual como por haber fungido como intermediarios entre el pueblo y los reyes que estuvieron en el poder hasta finales del siglo XIX. Actualmente, unos quinientos mil de ellos pueblan las pagodas y monasterios, aunque sólo un diez por ciento estaría verdaderamente politizado.
Los monjes birmanos han estado a la vanguardia en las protestas contra el poder colonial del Reino Unido hasta el levantamiento popular de 1988 tras la devaluación de la moneda y otras desastrosas decisiones económicas. El Gobierno de entonces envió al Ejército para disolver las manifestaciones en las que también participaron masivamente monjes budistas. Se calcula que unas tres mil personas fueron asesinadas.
Los analistas internacionales consideran que una reacción violenta del régimen está a punto de suceder porque la Junta Militar ha comenzado a notar paralelismos con el levantamiento de 1988. Hasta ahora, la contención puede deberse, en parte, a que los jefes militares no han tenido que enfrentar las protestas al residir en Nay Pyi Taw, la nueva capital. Otros aseguran que China, su principal aliado, les ha exigido contención.
Pobre rico
En los últimos cuarenta años el régimen ha hecho poco para mejorar los servicios básicos de los birmanos. La Organización Mundial de la Salud afirma que la dictadura invierte sólo sesenta céntimos de dólar por persona en materia de salud. Eso provoca que unos 150.000 niños menores de cinco años mueran anualmente por malaria, infecciones respiratorias agudas y diarrea. Además, el número de personas infectadas de sida (más de seiscientos mil) es de los más altos del sudeste asiático.
En Birmania hay ricos yacimientos de petróleo, estaño, antimonio, zinc, cobre, acero, plomo, carbón, tungsteno, gas natural y, lo más importante, piedras preciosas. Cuenta con extensiones grandes de maderas y produce arroz, legumbres, ajonjolí, maní, caña de azúcar, cemento, otros materiales de construcción, productos farmacéuticos, fertilizantes y ropa. El país enfrenta deforestación, grave contaminación y una falta de medidas sanitarias. Constantes sismos, ciclones, deslaves, inundaciones y una sequía ancestral afectan al país.
La última extravagancia de la Junta Militar que encabeza el general Than Shwe ha sido la construcción de Nay Pyi Taw ("sede de reyes"), a unos cuatrocientos kilómetros de Rangún. No todos los birmanos la pueden visitar y está prohibida para los extranjeros, sobre todo periodistas. los ciudadanos atribuyen los constantes cortes de energía eléctrica que sufren desde hace años al despilfarro que los generales hacen en la nueva metrópoli.
Tampoco nadie sabe por qué se fundó la ciudad. Unos dicen que responde a una "decisión estratégica" contra un ataque por mar. Otros a que Shwe quiso emular a los antiguos monarcas y se mandó construir una. Pero, en un país donde el rumor sustituye a las noticias por el control estricto sobre los escasos medios de comunicación, los más creen que todo es producto de las constantes consultas que Than Shwe hace a adivinos para tomar decisiones gubernamentales.
Con información de EFE, Europa Press, CNN, BBC y Fox News