LD (Víctor Gago) El penúltimo homenaje no ha despedido de una vez por todas a Jesús Polanco, qué lástima pero adiós y todo ese rollo, sino que lo ha traído del otro barrio agarrado de los pelos, como el ángel llevó al profeta Habacub al foso donde Daniel retozaba con los leones. Agarrado de los pelos. Menudo profeta, al que hay que arrastrar. Qué fraude, el tal Habacub. ¿Tienen pelos los fantasmas? Felipe González debe saberlo. Sigue en contacto con Jesús Polanco. De alguna forma, despachan sobre los asuntos diarios. Su ángel que lo agarra de los pelos –los que sean– y lo trae del otro barrio al foso donde el pequeño Daniel está a punto de ser zampado.
"Jesús estaría sufriendo por los daños colaterales del fuego amigo de esta segunda guerra del fútbol tan absurda que estamos viviendo".
Había una presencia extraña en la cara de Felipe González. Una energía de ascuas histéricas, como de pelo revuelto.
Se reunieron para traerlo de vuelta, oficiaron una misa o una tenida para traerlo de vuelta con el poder de acojonar de antaño. Una ceremonia sobre fondo gris tirando a luto, con Diego El Cigala como organista zaíno. La liturgia de Prisa, hacer que el poder se exprese en un fondo neutro y oscuro. Una intimidación sobre la boca de un pozo, un miedo expresionista. La legendaria sobriedad que Polanco imprimió a su prole. Hasta que Ekáizer empezó a hacer el chorra en 59 segundos –o menos–.
Juan Cruz borda las notas necrológicas, las escribe con asma, que es un sucedáneo sintético de las elegías cínicas de González Ruano, que las escribía con el pulmón negro por el tabaco. Pero el homenaje del Círculo de Bellas Artes no iba a ser un discurso funerario, sino una sesión de espiritismo.
En la Antigüedad, los discursos funerarios facilitaban el paso al otro barrio. Se acunaba al difunto para que el trayecto por la Laguna Estigia le pillase durmiendo, sobre todo si Caronte había empinado el codo ese día. Justo lo que no necesita el heredero de Prisa, que su padre duerma para siempre. El pequeño Daniel desamparado en el foso de los nuevos leones de Zapatero: los Roures, los Barroso, los Contreras.
No lo devorarán, porque el inestable dueño del foso les ha echado cena abundante. Un canal de televisión, neutralidad puñetera en la guerra del fútbol, fin de la inmunidad de Prisa. No habrá festín ni sacrificio ni rechinar de dientes, porque Roures, con su tele verde sin antenas y su periódico amarillo a 50 céntimos –en el mercado, nada cuyo precio sea la mitad puede valer el doble– no puede conseguir que Zapatero sea reelegido, y en cambio, Cebrián aún puede impedirlo con el más oxidado de sus cañones Berta.
Por eso había ocho ministros, ocho, comulgando en la misa laica de este jueves en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Si hay que traer del otro barrio a Polanco, no es para que evite una guerra, sino para que impida otro dueño de los leones.
A Hamlet, se le aparece su padre en las murallas de Elsinor para advertirle que su tío es un traidor y su madre, un putón verbenero. Ignacio Polanco no ha tenido tanta suerte, pero, por fortuna, aún tiene a Felipe González, que sabe cómo agarrar de los pelos a un fantasma.