(Libertad Digital - Víctor Gago)El presidente se llevó un libro a su retiro veraniego en Doñana. Según explicó el 7 de agosto, la única rutina que iba a seguir era ir de pesca, pasear, hacer deporte, escuchar música brasileña recomendada por su esposa y leer "un libro de un escritor que plasma su visión sobre Madrid". Nos quedamos intrigadísimos, con ganas de preguntarle: "Presidente, ¿qué libro es ése sobre tan palpitante tema?"
Ahí es nada, plasmar una visión sobre Madrid. Mesonero Romanos lo intentó y fíjate cómo acabó, liberal y conservador perdido como Esperanza Aguirre.
El acoso a Godoy en Aranjuez dejó en Galdós el poso de una aversión a todos los motines, a esa chusma ciega y barrenera como la que el PSOE mandó a las sedes del PP a reflexionar con el hocico empapado de una jauría.
Por no mencionar a González Ruano, madrileño de lupanares y catedrales, que echaría a patadas a Zerolo de la carroza del Orgullo, por ordinario y puritano. Los que han mirado al límite el alma de Madrid han acabado "plasmando", sin excepción, "visiones" de la libertad.
A menos que el libro sobre Madrid elegido por el presidente para contribuir a la campaña del Ministerio de Cultura –"Si tú lees, ellos leen"– sea una guía turística escrita por Suso de Toro, o las galeradas de las memorias de Miguel Sebastián –de título provisional: "La playa bajo los lingotes"– , el misterioso volumen tiene que haber infligido un daño tremendo a su mente.
Para que luego digan que leer sin moderación es bueno para la salud. Que le pregunten al Quijote. Menos mal que el presidente sólo metió un libro en el neceser, todo un ejemplo de equilibrio para los escolares de Educación para la Ciudadanía. ¿Acaso no se las apañó Mao con un único Libro? No pretenderemos, ahora, enmendarle la plana al Gran Timonel...
El primer día de las vacaciones de Aznar en Oropesa del Mar, las agencias de noticias escupían el catálogo de Amazon. Aquel acopio de erudición en una sola cabeza y en tan poco tiempo resultaba abrumador. De José Ángel Valente a Robert Kagan, de Jiménez Lozano a Vaclav Havel, de Octavio Paz a Vargas Llosa, de Sergio Pitol a Pere Gimferrer.
Aquello tuvo que reactivar al noble gremio de los porteadores. Ningún Falcon de la Fuerza Aérea soporta tanto saber, ninguna azafata te factura semejante legado y sobrevive en su empleo para contarlo. A su lado, bajar a la playa en chancletas, con una toalla raída al cuello, el Ipod encadenado a un bucle infinito de canciones de Travis y una edición de bolsillo de Carson McCullers con churretones de Elizabeth Arden Factor 15 era como invitar a bailar a la novia del primo de Zumosol sin saber que está felizmente prometida.
Ni tanto, ni tan poco.
Gobernantes de todas las latitudes y de todos los colores sienten una irrefrenable pulsión narcicista con la lectura. Creen, tal vez, que ellos serán los primeros en conciliar la política y el espíritu, en gobernar al fin con las reglas de la verdad y no con las del poder. Todos los intentan, todos se pegan el gran batacazo.
Algo íntimo para cualquier lector, como la ropa interior, las oraciones del día o una confidencia al oído, lo convierten en un vulgar tatuaje en la rabadilla, un alarde de bragas por fuera de los pantalones.
Hacen de la sensibilidad un politono, como cuando le dieron el premio Cervantes a Antonio Gamoneda por prescripción gubernativa y Zapatero se abalanzó en las tribunas con una marimba de tópicos sobre un poemita de tosco realismo social acerca del frío que hace en los trenes por la mañana temprano y lo chunga que era la vida del minero durante el franquismo. En Gamoneda hay muchos registros, y el presidente eligió el único que entiende en plan folleto de Ikea, presumiendo, encima, de insuflarle una dignidad de placard victoriano.
El presidente se ha trasladado a Asturias, sin que conste el paradero de su libro. ¿Lo habrá acabado? ¿Se lo habrá dejado en la mesilla? Fanático de las últimas páginas, Augusto Monterroso empezaba a veces a leer por ellas. ¿Qué dice la última página del libro de Zapatero? El libro de las vacaciones de Zapatero tiene el misterio inane y balbuceante de todas sus ideas. Un libro, una mentira monosílaba, el resto de la vida para pensar en ello.