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¿Cuál es la situación actual de Hezbolá?

El primer aniversario del inicio de la Segunda Guerra del Líbano puede ser un buen momento para repasar cuál es la situación actual de la organización politico-terrorista Hezbolá en la zona, poniendo especial interés en lo que a sus capacidades armamentísticas se refiere. Pues, no en vano, la misión de la ONU consiste, en gran parte, en impedir su rearme militar.

El primer aniversario del inicio de la Segunda Guerra del Líbano puede ser un buen momento para repasar cuál es la situación actual de la organización politico-terrorista Hezbolá en la zona, poniendo especial interés en lo que a sus capacidades armamentísticas se refiere. Pues, no en vano, la misión de la ONU consiste, en gran parte, en impedir su rearme militar.
L D (R. Colomer) Fue el 12 de julio 2006, el día en el que Hezbolá secuestró a dos soldados israelíes, Uri Goldwasser y Eldad Regev, y asesinó a otros tres que se encontraban realizando maniobras rutinarias en la zona norte de Israel.
 
Entonces, el Gobierno de Ehud Olmert se encontraba enfangado en la enésima crisis diplomática con el Ejecutivo islamista de Hamás por la captura del joven militar Gilad Shalit, de 21 años. La agresión de Hezbolá fue calificada por Israel de "acto de guerra" y se emprendió una mediática contienda.
 
Tras 34 días de intensa batalla, se firmó una resolución de la ONU, la 1701, en la que se acordaba el envío de una fuerza multinacional, la Finul, cuya misión consistría en evitar el rearme de la organización terrorista liderada por Hasán Nasrala. ¿Qué hay de eso un año después? 
 
Lamentablemente, los datos que se manejan en torno a las capacidades de la organización islamista de carácter chií no puede llevar más que a la preocupación. De acuerdo con los servicios de inteligencia israelíes, extraídos por la organización The Israel Project, el arsenal de Hezbolá rondaría los 20.000 cohetes; aunque si por el contrario se atiende a las palabras del máximo dirigente Hasán Narsala la cifra asciende a 33.000.
 
Más en detalle y como ya ocurriera en la Segunda Guerra del Líbano, se observa que las armas con las que cuenta la organización islámica proceden de Siria o de Irán. La mayoría de los cohetes que la organización terrorista lanzó contra el norte de Israel y que mataron a 55 israelíes, 43 de ellos civiles, fueron manofacturados en Siria. La república de los ayatolás, por su parte, según detalla el informe de The Israel Project , ha suministrado este año a la organización extremista de Hasán Narsala elementos antibalísticos; misiles de largo alcance o, incluso, de una nueva banda defensiva probada en esta pasada primavera en Teherán.
 
Hezbolá, también, ha reconstruido sus búnkers. Complejos espacios defensivos bajo tierra equipados con sofisticadas instalaciones comunicativas y con acceso a una estructura de túneles y pasillos que reduce su vulnerabilidad. Y ha reparado los lugares estratégicos desde donde se lanzaban los misiles caseros.
 
Es, entonces, una evidencia el rearme militar de Hezbolá, una fuerza que se suma a la supuesta victoria moral adquirida con la firma del alto el fuego con Israel el verano pasado sin haber liberado a los dos soldados israelíes que aún permanecen en cautiverio y de los que se desconoce cuál es su estado.
 
En general son datos que apelan al realismo y no al idealismo con el que los bienpensantes valoran las operaciones en el exterior, como recientemente se ha visto en España, cuyos efectivos en el Líbano no contaban con los equipamientos necesarios. Un realismo que, a su vez, debería animar a una nueva revisión de la misión de la fuerza multinacional que a la vista está que no logra cumplir sus objetivos.
 
Si bien es cierto que la atención, ahora, está concentrada en la dividida palestina y en los enfrentamientos en el campo palestino de Naher el Bader entre los islamistas suníes ligados a Al Qaeda y el Ejército, mirar de perfil lo que está ocurriendo en el Sur del Líbano sería una irresponsabilidad por parte de la comunidad internacional.
 
Los explosivos están en las manos de Hezbolá, faltaría una excusa para volver a encender la mecha.

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