(...) Recientemente leí la edición del profesor Theodore Khoury (Müster) del diálogo que el erudito emperador bizantino Manuel II Paleólogo, probablemente durante el invierno de 1391 en Ankara, mantuvo con un persa culto acerca del cristianismo y del Islam y sobre la verdad de ambos. Presumiblemente fue el propio emperador el que escribió, durante el asedio de Constantinopla entre 1394 y 1402, este diálogo; se explica así por qué sus razonamientos sean transcritos de manera más detallada que los de su interlocutor persa. El diálogo se extiende sobre todo sobre la imagen de Dios y del hombre, pero necesariamente también siempre de nuevo sobre la relación entre las –como se decía- tres "Leyes" o tres "reglas de la vida": Antiguo Testamento-Nuevo Testamento-Corán. No pretendo discutir esta cuestión en esta lección; querría tocar sólo un argumento –más bien marginal en la estructura de todo el diálogo- que, en el contexto del tema "fe y razón", me ha fascinado y que me servirá como punto de partida para mis reflexiones sobre este tema.
En la séptima conversación (o controversia) editada por el profesor Khoury, el emperador toca el tema de la yihad, de la guerra santa. Seguramente el emperador sabía que en la sura 2, 256 se lee: "Ninguna constricción a la fe". Es una de las suras del periodo inicial, según los expertos, durante el cual Mahoma mismo estaba aún sin poder y amenazado. Pero, naturalmente, el emperador conocía también las disposiciones, desarrolladas sucesivamente y fijadas en el Corán acerca de la guerra santa. Sin pararnos en detalles, como la diferencia de tratamiento entre los que poseen el "Libro" y los "incrédulos", él, de una manera sorprendentemente brusca, se vuelve a su interlocutor simplemente con la pregunta central acerca de las relaciones entre religión y violencia en general diciendo: "Enséñame también lo que Mahoma ha traído de nuevo, y os encontraréis solamente cosas malas e inhumanas como su orden de difundir a través de la espada la fe que predicaba". El emperador, después de haberse pronunciado de esta manera tan convincente, explica después minuciosamente las razones por las cuales la difusión de la fe mediante la violencia es algo irracional. La violencia contrasta con la naturaleza de Dios y la naturaleza del alma. "Dios no se complace con la sangre –le dice-, no actuar siguiendo a la razón es contrario a la naturaleza de Dios. La fe es fruto del alma, no del cuerpo. Por lo tanto, quien quiera llevar a alguien hacia la fe, necesita la capacidad de hablar bien y de razonar correctamente, sin violencia ni amenazas... Para convencer un alma razonable no es necesario disponer ni del propio brazo, ni de instrumentos para herir, ni de ningún medio con el que se pueda amenazar a una persona de muerte...".