L D (Patricia Tablado) La capital del Turia ha amanecido engalanada. Cientos de banderas blancas y amarillas, con los colores del Vaticano, adornaban las ventanas desde hace tiempo. Algunas de ellas lucían crepones negros, en recuerdo de la tragedia que se vivió el pasado lunes, cuando 42 personas fallecieron en la estación de metro de Jesús. Precisamente en esa estación ha comenzado para los peregrinos la visita del Papa. Desde las ocho de la mañana, cientos de personas se agolpaban en las vallas para poder divisar al Santo Padre en su primera visita a nuestro país. Los valencianos, solidarios con los visitantes, han arrojado agua a los peregrinos que estaban bajo sus ventanas para mitigar el calor y hacerles más fácil la espera.
En esa boca del metro, donde poco después Benedicto XVI depositaría una corona de flores, los valencianos aún recordaban la tragedia. Algunos contaban como sólo unos días antes se habían agolpado para apoyar a las víctimas de la tragedia. En ese puesto del recorrido, donde los Príncipes de Asturias esperaban al Pontífice, las Fuerzas de Seguridad que acompañaron a los heridos y fallecidos el pasado lunes, eran los héroes. Los asistentes, informados en todo momento por radio o por teléfono de dónde se encontraba el Papa, le recibieron entre aplausos y vítores. Esta visita papal, preparada desde hace tres años, ha llenado a los valencianos de orgullo, pues saben que es el tercer viaje que hace fuera de Italia durante su pontificado.
El calor que reina en la ciudad desde primeras horas de la mañana, y que supera los 30 grados, no ha impedido que los vecinos se acerquen a la boca de metro donde hace menos de una semana acudieron para expresar su solidaridad con las víctimas. Los peregrinos han aclamado al destacamento de Protección Civil y de Bomberos que participaron el lunes pasado en las tareas de rescate tras la tragedia del metro, pero también a los Príncipes de Asturias y a la alcaldesa de Valencia que, junto con el presidente de la Generalidad valenciana, han acompañado al Pontífice en todos los puntos de su recorrido.
Durante toda la ruta que separa la estación de metro de Jesús de la Catedral, el siguiente punto del itinerario del Papa, se ha podido ver a cientos de peregrinos que animaban la espera con cánticos, unas veces vitoreando al Papa “Se nota, se siente, el Papa está presente” y otras veces para pedir alguna canción a una de las numerosas bandas que se repartían por todo el recorrido. Así pues, el Pontífice ha ido acompañado de música durante todo el camino, al tiempo que podía ver desde el papamóvil los principales monumentos de esta bellísima ciudad: la plaza de toros, el Ayuntamiento, y por último la Catedral, donde la incertidumbre y las ganas de ver al Papa eran, si cabe, mayores.
Una de las cosas que más llaman la atención al visitante es la cantidad enorme de voluntarios de todas las edades que siempre están dispuestos a echar una mano. Con sus inconfundibles camisetas blancas de mangas azules –que destacan en el mar de camisetas amarillas incluidas en el “pack del peregrino”, que también contiene una mochila, un rosario, una botella de agua e información variada sobre la ciudad y sobre el EMF— los voluntarios han animado toda la ruta ayudando a la Policía en sus labores.
Una vez en la Catedral, destaca la enorme cantidad de religiosos que esperan la llegada del Papa. Es en las calles aledañas donde la gente se apiña para divisar el papamóvil, y, una vez pasa, corren en paralelo al vehículo con la esperanza de volver a ver a Benedicto XVI. Ni el calor, ni el sol, ni los comerciantes –algunos de ellos han retirado los toldos para que los peregrinos no se agolpen en sus escaparates— detienen a las personas que esperan ver al Papa.
“Esta es la juventud del Papa”, “Se nota, se siente, el Papa está presente” y muchos otros gritos se oyen mientras se espera que aparezca el Pontífice. De pronto alguien avisa de que su primo le ha dicho por el móvil que está a punto de llegar y algo agita a la muchedumbre, que comienza a lanzar confeti con los colores vaticanos y empiezan a aplaudir. Los niños pasan a primera fila automáticamente, hasta los que han llegado dentro de sus carritos. Nadie quiere perderse a Benedicto XVI.
Antes del papamóvil llegan varios vehículos oficiales, dentro de los cuales sólo se puede ver a Rita Barberá, la alcaldesa, la única que viaja con los cristales bajados. Un poco más allá, una joven comenta a su amiga que no le gusta aplaudir sin saber quién está dentro, porque no quiere aplaudir a Zapatero.
La llegada de Benedicto XVI a la Catedral también es saludada con aplausos y vítores, y una vez entra en la basílica, hay muchos que permanecen en la plaza siguiendo los actos que transcurren dentro del templo en unas pantallas gigantes. Los peregrinos se cuentan unos a otros lo que pasa dentro de la iglesia. El Papa se pone serio –durante todo el trayecto ha ido sonriendo y saludando a los cientos de personas que le han acompañado— y habla de la familia, de la importancia de dar testimonio de fe y de que hoy en día haya demasiados mensajes que impulsan al hombre a “actuar como si Dios no existiera”.
Poco después, el Pontífice ha rezado el Ángelus en la basílica de la Virgen de los Desamparados, y todos los peregrinos se han marchado contentos a descansar. O a ir guardando sitio en el Puente de Monteoliveto, donde por la noche transcurrirá un encuentro festivo y testimonial a modo de las vigilias que tanto gustaban a Juan Pablo II.