- Hola Enric, ¿no te acuerdas de mí?
- ...
- Ayer por la noche pensé mucho en ti y..
- ¿Y te metiste tres dedos?
- Cuatro. Porque estaba muy húmeda y me entraban muy bien, suavemente, como nunca...
Es el punto álgido del séptimo relato de "Olivetti, Moulinex, Chaffoteaux et Maury", el polémico libro de Quim Monzó que es de lectura obligatoria para todos los adolescentes catalanes que se presentan a la Selectividad. Un libro publicado hace ya 26 años y que, en su día, hasta obtuvo un premio, el de la Crítica Serra d'Or, allá por 1981.
Catorce relatos breves, a veces tanto que sólo la sal gorda impide que pasen desapercibidos al lector. A caballo entre la pornografía y un presunto erotismo de pésimo gusto, el autor catalán da rienda suelta a su creatividad dibujando otros tantos personajes imposibles. Un desfile de enfermos mentales y anormales surgidos de la imaginación del escritor.
Un demente, decidido a cometer un asesinato por simple placer:
Por la tarde, mientras miraba la tele, conseguí formularlo de manera coherente. Y (como si confiara en que el hecho de escucharlo en palabras, claras y rotundas, me tuviera que asustar y, por consiguiente, desdecirme) lo repetí en voz alta.
- He de matar a alguien
(...) Entendia una verdad que me parecía atroz por ser tan cierta: no es culpable quien comete un crimen, sino aquel que, habiendo cometido un crimen, se deja capturar. (...) No me hacía falta, pues, decidir a quien matar: sería el azar quien me condujera a la víctima.
Una ninfómana, que confiesa a su novio cómo se divierte con un tercero sin escatimar detalles:
En cambio, aciertas de lleno cuando dices que con Bert me lo paso mejor. ¡Y tanto! Me gustaría que pudieses medir las diferencias que os separan que son, también, mentales. Y, como eres un tanto masoquista, te contaré que al musitarme al oído todo lo que me hará, me pone húmeda como tu no me has puesto jamás. Puedo pasarme horas y horas acariciándole y, cuando me harto, hago que descargue donde quiera. (...) ¿Te has excitado al leer cómo me soba Bert? Me soba y me palpa y me pone los dedos por todas partes, por todos los agujeros que encuentra (y yo se los pongo a él) (...)
En el autobús, cuando va lleno, le pongo la mano dentro del abrigo, y dentro de la bragueta, y se la agarro, dura, firme y caliente, y se la sacudo al ritmo de la marcha del autobús, hasta que se me derrama en los dedos, y me los relamo mientras bajamos.
Un violador vocacional que se regodea en el delito:
De pequeño, cuando me preguntaban: "y tú, majo, ¿qué quieres ser de mayor?, contestaba: "Depravado". Y he dedicado todos los esfuerzos de mi vida en conseguirlo. (...)
Movido por la experiencia inicial, de primeras me convertí en violador.
Y, dado que no puede haber reflexión teórica fructífera si no va acompañada de una praxis consciente, fui (alternativamente, consecutivamente, simultaneámente) exhibicionista, voyeur, pervertidor de menores, gigoló, sádico, amante de la zoofilia, masoquista, sodomita. Terreno que tenía prohibido, terreno que tomaba al asalto. Ninguna aberración me era extraña. (...) me tuve que masturbar mirando fotos de animales (cerdos, perros y burros) que penetraban a boquiabiertas damiselas de cabello rubio teñido. (...) Comencé a desnudarla, opuso poca resistencia. La lucha por quitarle la falda fue un poco más ardua. Eso me dio coraje: por fin una resitencia en sentido estricto después de mucho tiempo. (Estas adolescentes de ahora que ni se te resisten, te hacen perder el aliciente por las pequeñas cosas de la vida). Me ví obligado a aplicarle la fuerza. (...) Le desgarré las medias, que eran de raso, y cuando intenté meterle un dedo constaté que no podía: pasaba alguna cosa extraña. (...) No solamente no la forcé, sino que, para satisfacerla, utilicé pepinos, zanahorias, berenjenas. Dice que me quiere mucho.
Y para terminar, una pareja de jóvenes, aislados en un pueblo de Holanda, disertan sobre las drogas y sus efectos:
Mmm. Sería el paraíso que alguien tuviera un ácido por aquí (...) ¿Has probado alguna vez el ácido? ¿Sí? Me extraña. ¿Y las setas alucinógenas? Eso, seguro que no lo has probado nunca, ¿verdad? No, claro. Yo sí. Las setas son… Es imposible explicarlo. Las setas son… Todo. Son como una película. Te lo pasas como en una película de Walt Disney: el cielo de un azul profundísimo, de decorado, falso y al mismo tiempo verdadero como nunca
Escucha, ¿a qué se llama nieve? ¿a la heroína o a la cocaína? Qué ironía, hablar de nieve, ahora: estando rodeados. Podríamos salir e inyectárnosla toda (o esnifarla, depende): así sí que nos iríamos rápidamente. Yo, una vez, tuve un novio que se pinchaba, y era un problema porque no se empalmaba nunca; y a mí, cuando una cosa no se puede hacer, aun me entran más ganas de hacerla. Imagínate, me moría por follar con él, y no había manera.