La izquierda política y mediática se debate entre el escándalo y el sermón, ante la magna concentración de botelloneros convocada este viernes en veinte ciudades españolas. El pensamiento único no sabe a qué carta jugársela. La generación que hizo a Zapatero presidente a golpe de botellón y de botellazo contra las sedes del PP utiliza el SMS para montarse el botellón ácrata y lúdico-festivo, con vodka de garrafa y sin pancartas a granel. Parece que no están por la labor de unirse al botellón de Montilla y las diputadas de cuota en el pasillo del Congreso, el botellón solidario con el feminismo zaherido de Miss Maputo. No cuenten tampoco con la generación Logse para un botellón de “respeto institucional a jueces y fiscales” a las puertas de Génova 13. Es lo que a Gallardón, Prisa y Vocento les gustaría, un gran botellón centrista que deje el PP hecho unos zorros, a merced del servicio municipal de limpieza de Gallardón. Pero esas juergas son demasiado pijas para los usos de la peña del “No a la guerra” y el “Sí al tunning”. Una cosa es llamar a Aznar “asesino”, que molaba cantidad, y otra muy distinta corear “Viva el centro”, “Viva el Sumario del 11-M” o “Todos somos campesinas africanas”. Cuando has llegado al poder, ya no es como antes. Tu estrella decae en los botellones. Ya no te invitan a ninguno, y a los que tú intentas montar, no va nadie.
Habrá que darles a estos chicos una nueva agenda de botellones contra la derecha, no sea que se desmovilicen antes de dar la mayoría absoluta al PSOE. Buen intento, el de El País: en realidad, lo que pretenden los fans de DJ Dyc con su cogorza de este finde es “llamar la atención sobre algunos problemas reales de la juventud, no siempre bien entendida por sus mayores, o simplemente reivindicar el muy justo derecho al ocio”. Eso es: siempre “hay motivo”, que dirían los cineastas de Cultura contra la guerra, aunque no lo haya. Porque a la hermandad de la litrona le chupa un pie y parte del otro “reivindicar el muy justo derecho al ocio” o “algunos problemas reales de la juventud”, como lo demuestra el hecho de que votaron en tromba al Gobierno de las Kelly finder, el mismo que los condena a una educación pública tercermundista a fin de que no puedan, en el futuro, disponer de la autonomía personal necesaria para reivindicar algo más valioso que un “muy justo derecho al ocio”: un país libre, con un gobierno limitado y leyes iguales para todos, en el que se responsabilicen de su ocio, de sus negocios y de sus vidas.
El caso es que el nihilismo trae malos recuerdos al PSOE. Los bastonazos de Jon Manteca en las manifestaciones estudiantiles de 1986 no iban dirigidos contra la derecha, sino contra el mobiliario urbano. Lo mismo ocurre, veinte años después: la basura y el descontrol que producen los botellones desconcierta e incomoda a la ministra de Sanidad, al de Interior y al consenso socialista imperante porque “carece de discurso”, como definió el problema Juan José Millás este viernes, en el programa de la Nierga, en la SER. Su sermón radiofónico contra el botellón ilustra sobre el pavor de la élite progresista a perder el control de los jóvenes. “Me deja perplejo una manifestación sin otro objeto que el de beber”, protestó Millás, que comparó las manifestaciones de París, “para pedir mejores salarios”, con los botellones de España, en los que “un joven de extrema derecha y otro de extrema izquierda, uno que se haya manifestado contra el Estatuto de Cataluña y otro a favor, pueden unirse en comunión con la sagrada botella de Smirnoff”. Una botellonera de Granada que participaba en el programa puntualizó que ella había estado “en una manifestación contra la LOU del PP” pero que también le gusta divertirse los fines de semana con sus amigos.