"Yo acuso", dos palabras que resuenan en la conciencia europea por la novela de Emilio Zola, es el título elegido por Ayaan Hirsi Ali para su libro, una colección de ensayos críticos con el Islam. Deplora a los radicales que, con el Corán como argumento, justifican los mayores atropellos contra los "infieles". Y contra las mujeres, sojuzgadas por una cultura brutalmente machista.
"Si dijera en Somalia las cosas que digo en el parlamento de Holanda, me matarían". Una sola frase que resume el largo camino que ha recorrido Ayaan Hirsi Ali desde que abandonó su país, cuando solo tenía seis años y su marido estaba ya decidido, hasta la Holanda. De su país natal viajó a Arabia Saudita, donde cumplió los siete años, de ahí a Etiopía y año y medio más tarde a Kenia. Allí viviría once años más.
Su belleza serena y su elegancia le permitieron trabajar como modelo, lo que le abrió las puertas a la universidad. "Vengo de un continente que está dividido por la guerra civil, y quería entender porqué". Estudió políticas "y es así como comencé a aprender sobre el poder, las instituciones, sobre la ciudadanía; sobre lo que hace de Europa Europa, y de los países en desarrollo lo que son ahora".
Ella ha denunciado en otras ocasiones que "Somalia está compuesta por una población que es musulmana al ciento por ciento. Aumentan, por desgracia, las enseñanzas radicales de un número enorme de la población, y la posición de las mujeres somalíes nunca ha sido tan mala como lo es ahora".
"No me intimidan"
Se declara ex musulmana, una herejía que en el caso del islamismo puede llevarle a la muerte. Ha documentado y denunciado literalmente miles de casos de violencia física contra las mujeres en nombre del Islam. También apelando a esa religión, le ha llovido un torrente de amenazas de muerte. Ali ha dicho en alguna ocasión que "no me intimidan las amenazas y los intentos de cerrarme la boca, porque vivir en un rico país occidental europeo como este, yo tengo la protección que no tendría en Somalia o África o en cualquier otro país islámico".
Parte de Europa ha elegido cerrar los ojos frente a la amenaza islamista, y Hirsi Ali se topó con esa ceguera voluntaria en el partido en que se inició en política, el socialdemócrata. Por ello lo abandonó, yéndose al partido liberal, desde el que ha defendido sin descanso y sin concesiones los derechos de las mujeres en países musulmanes.
La mujer musulmana
A las niñas se les practica la ablación del clítoris, una operación dolorosa y peligrosa, que cercena sin posible remedio la sexualidad de millones de mujeres musulmanas. Hirsi Ali habla en "Yo acuso" de su propio caso. Puede tener consecuencias a largo plazo para la salud, e incluso la Organización Mundial de la Salud ha mostrado su preocupación por la posible transmisión del SIDA por esa vía.
En Egipto esta práctica se extiende al 97 por ciento de la población. En su libro La cara oculta de Eva, Nawal El Saadawi documenta la medida en que se practica esta mutilación a mujeres desde el primer mes de vida hasta la pubertad. Se hace en las peores condiciones para la víctima.
Ayaan Hirsi Ali tenía seis años cuando salio de su pais. Esa misma edad tuvo cuando se casó una de las mujeres de Mahoma, un matrimonio que se consumó tres años más tarde. La familia musulmana y la occidental son muy distintas. Mientras que la tradición judeo cristiana fija el núcleo familiar en torno a un hombre y una mujer, la posibilidad de poligamia bajo el Islam cambia por completo los diferentes papeles de hombre y mujer. No son ya los dos sustento de la familia, sino que la segunda queda por y para el servicio del hombre. Él puede repudiar a cualquiera de sus mujeres, lo que les conlleva el fin de la vida civil y con ella incluso de la física. Pero ellas no tienen derecho al divorcio.
El castigo físico
"La discriminación contra la mujer árabe", dice Wajiha Al-Huweidar, "comienza en el útero". Los varones reciben la atención, el cariño, el dinero y la educación que se les niega a las niñas. Una discriminación que continúa toda la vida, porque "son débiles", son "una tentación", tienen "más trampas que Satán".
El versículo 4:34 emplaza el castigo físico de la mujer, que es una práctica común. El Instituto Pakistaní de Ciencias Médicas ha registrado que nueve de cada diez mujeres han sido golpeadas, maltratadas o vejadas sexualmente por faltas como cocinar un plato que no es del gusto del marido. Los 4:11 y 2:282 establecen que la herencia y el valor del testimonio en un juicio de las mujeres es la mitad del de los hombres.
Según el Profeta, el infierno está ocupado mayoritariamente por mujeres. En el Islam no se ha producido la separación entre religión y derecho que se ha operado en Occidente. Desde que en plena Edad Media se hablaba de la separación entre "el poder temporal" y el "espititual", se ha ido forjando una separación de Iglesia y Estado que es inconcebible en el Islam, por lo que estas enseñanzas de Mahoma tienen una relevancia práctica real.
Mientras que las violaciones de mujeres por cascos azules crea vergüenza y una dura respuesta de las sociedades occidentales, el versículo 33:50 sanciona el derecho del musulmán a violar a las mujeres capturadas en combate. Pero, precisamente por haber sido violada, una mujer puede ser condenada a la lapidación. Una muerte cruel que le espera a la que haya cometido adulterio o reciba la sospecha de su marido de que así ha sido, suficiente para condenarla.