Dos ejemplos de lo apuntado por Aguirre son sendos artículos de Haro Tecglen que reproducimos a continuación:
"Dies Irae" publicado en Informaciones, Madrid, 20 de noviembre de 1944.
La voz de bronce de las campanas de San Lorenzo, el laurel de fama de la corona fúnebre, la piedra gris del Monasterio, los crespones de luto en todos los balcones del Escorial, los dos mil cirios ardiendo en el túmulo gigantesco coronado por el águila de Imperio que se eleva en la Basílica, lloran en esta mañana, con esa tremenda expresión que a veces tienen las cosas sin ánimo, la muerte del Capitán de España.
Hasta el sol y el paisaje han cubierto su inmutable indiferencia con el velo gris de la lluvia y la niebla, y cae sobre la ciudad —lacrima coeli— una llovizna fina y gris.
El instituto, el subconsciente, nos ha repetido sus frases, sus profecías, sus oraciones; y no ha sido voz de ultratumba la suya; ha sido voz palpitante de vida, de la vida y el afán de todos estos magníficos camaradas de la Vieja Guardia, del Frente de Juventudes, de la Sección Femenina... La doctrina del Fundador vive en ellos como en aquellos tiempos, y si el cuerpo de José Antonio está muerto bajo la lápida, su espíritu tiene calor de vida en la de todos los camaradas de la Falange.
Se nos murió un Capitán, pero el Dios Misericordioso nos dejó otro. Y hoy, ante la tumba de José Antonio, hemos visto la figura egregia del Caudillo Franco. El mensaje recto de destino y enderezador de historia que José Antonio traía es fecundo y genial en el cerebro y en la mano del Generalísimo.
Y así, en este día de dolor —Dies Irae— a las once —once campanadas densas de todos los relojes han sido heraldos de vuelo de su presencia—, la corona del laurel portada por manos heroicas de viejos camaradas ha llegado a la Basílica, y, entre la doble fila de seminaristas —cirios encendidos en sus manos— ha pasado al Patio de los Reyes y ha entrado en el crucero. Ha sido depositada sobre la lápida de mármol donde grabado está el nombre de José Antonio y la palma de honor y martirio. Había dolor en todos los semblantes. Mientras el coro entonaba el Christus Vinci y los registros del órgano cantaban la elegía del héroe muerto, a nosotros nos parecía oír la clara palabra de José Antonio elevarse de allí donde el mármol vela su cuerpo.
Una alegría tenemos; la de ver que a José Antonio sucede un hombre tan firme y sereno como el que lleva a España por los senderos que él marcó.
Hasta el sol y el paisaje han cubierto su inmutable indiferencia con el velo gris de la lluvia y la niebla, y cae sobre la ciudad —lacrima coeli— una llovizna fina y gris.
El instituto, el subconsciente, nos ha repetido sus frases, sus profecías, sus oraciones; y no ha sido voz de ultratumba la suya; ha sido voz palpitante de vida, de la vida y el afán de todos estos magníficos camaradas de la Vieja Guardia, del Frente de Juventudes, de la Sección Femenina... La doctrina del Fundador vive en ellos como en aquellos tiempos, y si el cuerpo de José Antonio está muerto bajo la lápida, su espíritu tiene calor de vida en la de todos los camaradas de la Falange.
Se nos murió un Capitán, pero el Dios Misericordioso nos dejó otro. Y hoy, ante la tumba de José Antonio, hemos visto la figura egregia del Caudillo Franco. El mensaje recto de destino y enderezador de historia que José Antonio traía es fecundo y genial en el cerebro y en la mano del Generalísimo.
Y así, en este día de dolor —Dies Irae— a las once —once campanadas densas de todos los relojes han sido heraldos de vuelo de su presencia—, la corona del laurel portada por manos heroicas de viejos camaradas ha llegado a la Basílica, y, entre la doble fila de seminaristas —cirios encendidos en sus manos— ha pasado al Patio de los Reyes y ha entrado en el crucero. Ha sido depositada sobre la lápida de mármol donde grabado está el nombre de José Antonio y la palma de honor y martirio. Había dolor en todos los semblantes. Mientras el coro entonaba el Christus Vinci y los registros del órgano cantaban la elegía del héroe muerto, a nosotros nos parecía oír la clara palabra de José Antonio elevarse de allí donde el mármol vela su cuerpo.
Una alegría tenemos; la de ver que a José Antonio sucede un hombre tan firme y sereno como el que lleva a España por los senderos que él marcó.
Eduardo Haro Tecglen
"Gracias, Stalin", sección "Escáner", publicado en el suplemento Babelia del diario El País, Madrid, 2 de enero de 1999.
César Vidal es autor de varios libros históricos o biográficos acerca de nuestra guerra civil. Son muy valiosos: investiga cuidadosamente, unas fichas se cruzan con otras, descubre, hace su exposición y no oculta sus opiniones personales acerca de situaciones y personajes. En la biografía de Durruti (Temas de Hoy, 1996) repudia también a quienes puedan seguir hoy su metodología, "basada en la intransigencia y la violencia", a la que resulta "imperioso enfrentarse incluso en nuestro tiempo". Quizá equipare una violencia de la época de las grandes luchas sociales, en la que nadie se abstenía, con la que ahora está en tregua.
Ahora sale otro libro suyo que aún no he leído, sobre las brigadas internacionales: en sus declaraciones previas se anuncia como desmitificador, y parece que trata de quitar la aureola de romanticismo y de lucha por las libertades y de enfrentamiento antifascista a los voluntarios que vinieron a España. Una gran parte fueron italianos y alemanes exiliados de los fascismos. Hubo muchos americanos, muchos franceses del Frente Popular; creo que los ingleses, en gran parte intelectuales, fueron quienes mejor lo expresaron en cartas, libros y poemas. La desmitificación, ateniéndome a lo publicado, consiste en decir que eran comunistas. No lo eran todos; incluso los comunistas eran un minoría. Como ocurrió en el histórico congreso de escritores antifascistas, en Valencia y en Madrid durante la guerra. Algunos de los comunistas conversos lo denunciaron luego: incluso lo habían preparado ellos mismos. Sin embargo, los que acudieron a las Brigadas, y los que se reunieron en los Congresos, estaban convencidos de que actuaban por su idea frente a una agresión fascista que les atañía.
César Vidal es autor de varios libros históricos o biográficos acerca de nuestra guerra civil. Son muy valiosos: investiga cuidadosamente, unas fichas se cruzan con otras, descubre, hace su exposición y no oculta sus opiniones personales acerca de situaciones y personajes. En la biografía de Durruti (Temas de Hoy, 1996) repudia también a quienes puedan seguir hoy su metodología, "basada en la intransigencia y la violencia", a la que resulta "imperioso enfrentarse incluso en nuestro tiempo". Quizá equipare una violencia de la época de las grandes luchas sociales, en la que nadie se abstenía, con la que ahora está en tregua.
Ahora sale otro libro suyo que aún no he leído, sobre las brigadas internacionales: en sus declaraciones previas se anuncia como desmitificador, y parece que trata de quitar la aureola de romanticismo y de lucha por las libertades y de enfrentamiento antifascista a los voluntarios que vinieron a España. Una gran parte fueron italianos y alemanes exiliados de los fascismos. Hubo muchos americanos, muchos franceses del Frente Popular; creo que los ingleses, en gran parte intelectuales, fueron quienes mejor lo expresaron en cartas, libros y poemas. La desmitificación, ateniéndome a lo publicado, consiste en decir que eran comunistas. No lo eran todos; incluso los comunistas eran un minoría. Como ocurrió en el histórico congreso de escritores antifascistas, en Valencia y en Madrid durante la guerra. Algunos de los comunistas conversos lo denunciaron luego: incluso lo habían preparado ellos mismos. Sin embargo, los que acudieron a las Brigadas, y los que se reunieron en los Congresos, estaban convencidos de que actuaban por su idea frente a una agresión fascista que les atañía.
Dice César Vidal que la idea de las brigadas partió de Stalin y dicen otros que las reuniones en el Madrid cercado también fueron cosa de él. Recuerdo lo que para los habitantes de la ciudad cercada en noviembre de 1936 supuso, primero, la llegada de Durruti que aportó a la defensa su "intransigencia y su violencia". Recuerdo, inmediatamente, el desfile de los brigadistas en el camino de la Casa de Campo y de la Ciudad Universitaria. Todos empezaron a morir ya: creían que esa muerte era la suya.
Vi la solidaridad, de conciencia del mundo, de ayuda moral, la llegada de los intelectuales de todo el mundo: quedan las canciones de Paul Robeson reeditadas ahora y grabadas en un concierto que dio en Moscú: gracias por todo, Stalin.
Eduardo Haro Tecglen