El terrorista internacional tuvo la opción se convertirse en el fundador del Estado Palestino. Pero no supo, ni tampoco quiso, estar a la altura de las circunstancias. En sus últimos años de vida Arafat demostró, contra la esperanza de su pueblo y de gran parte de los líderes de todo el mundo, que seguía siendo la misma persona que en las décadas anteriores: un excelente gestor de la violencia indiscriminada, un maestro de las relaciones públicas y un demagogo de gran carisma.
Comienza su carrera político-terrorista en los "Hermanos Musulmanes" de Egipto. Sin embargo, cuando empieza a tener una importancia real es en 1968, año en el que se hace con el liderazgo de Al-Fatah y la Organización para la Liberación de Palestina. Desde entonces se convierte en la mayor pesadilla de Israel y, aunque no lo suelan reconocer, de varios países árabes. A sus acciones terroristas contra el Estado judío hay que sumar el hecho de que en dos ocasiones la OLP intentara, y lo consiguiera, crear un Estado dentro del Estado. Primero en Jordania y después en El Líbano. En el caso del reino hachemí, el resultado fue la guerra jordano-palestina conocida como "Septiembre Negro", en la que murieron unos 10.000 palestinos. En cuanto a El Líbano, Arafat y su organización se convirtieron en un factor desestabilizador de tal magnitud que condujeron al país a la guerra civil.
Una vez expulsado a Túnez, tras la intervención israelí, Arafat sigue siendo el máximo responsable de una organización dedicada a asesinar en masa y secuestrar aviones. Su carisma empieza a decaer y se convierte en un auténtico paria en el mundo árabe tras apoyar la invasión de Kuwait por el Irak de Sadam Husein. Su instinto de supervivencia le conduce a firmar los acuerdos de Oslo en 1993, lo que le permite convertirse en presidente de una entonces naciente Autoridad Nacional Palestina.
Desde ese momento gobernó con mano de hierro en los territorios por él regidos; fue un ejemplo de sátrapa oriental. Su ejercicio de poder se basó en la corrupción más absoluta mezclada con la represión de cualquier disidente. A quienes jamás quiso tocar fue a los grupos terroristas más sangrientos, a los que llegó a proteger. Lo hizo por compartir su objetivo final, la destrucción de Israel, y por ser consciente de que ni siquiera Hamas o Yihad Islámica osarían poner en duda su puesto de líder.