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Moratinos: ¿el peor ministro de Exteriores de la historia?

Desde su nombramiento en 2004 Moratinos ha sido uno de los ministros más criticados de los sucesivos gobiernos Zapatero, pese a lo que ha logrado mantenerse en el ejecutivo desarrollando una política con continuos tropezones, grandes errores y, en general, una línea infame de apoyo a las dictaduras.

Desde su nombramiento en 2004 Moratinos ha sido uno de los ministros más criticados de los sucesivos gobiernos Zapatero, pese a lo que ha logrado mantenerse en el ejecutivo desarrollando una política con continuos tropezones, grandes errores y, en general, una línea infame de apoyo a las dictaduras.

Los últimos meses han sido un duro calvario político para Moratinos que ha tenido que enfrentarse a problemas en casi todos los frentes de la política exterior: el verano le regaló una crisis inesperada con nuestro vecino del sur, Marruecos, en la que además tuvo que sufrir la humillación de que fuese el Ministro del Interior el que viajase a Rabat para representar la solución del problema.

Poco después los problemas se han multiplicado con "amigos" como Venezuela, de nuevo en el sur, en este caso con Gibaltrar, además de ser humillado por su homólogo israelí, el peculiar Lieberman, que dijo a él y al francés Kouchner que solucionasen sus problemas en Europa antes de intentar arreglar los de Medio Oriente.

Problemas y conflictos que han sido el colofón a una gestión con magros resultados políticos y deplorables planteamientos morales: empezando con las relaciones con la primera potencia del mundo, para las que el desastre de los primeros días y la retirada de Irak no ha logrado ser superado completamente ni con el "acontecimiento planetario" de la coincidencia de Zapatero con Obama, y el último desplante del presidente americano al no presentarse en mayo en la cumbre Europa–EEUU así lo demuestra.

En otros campos, ha llamado la atención el empeño, también fracasado, de cambiar la política común de la UE respecto a Cuba, en un giro copernicano respecto a la posición de los gobiernos de Aznar que ha significado poner la diplomacia española al servicio de la dictadura de los Castro, como demostró su actuación en la expulsión de disidentes y demócratas cubanos este verano, que ahora malviven en nuestro país olvidados por las autoridades.

También ha sido significativo su empeño en una "alianza de civilizaciones" que ha tenido tintes poco menos que ridículos y sólo ha encontrado eco en países tan "civilizados" como el Irán de Ahmadineyad o la Turquía cada vez más radical de Erdogán, sin olvidar sus intervenciones en el conflicto palestino israelí que, en muchas ocasiones, han sido perfectos ejemplos de la irrupción de un elefante en una cacharrería. Por ejemplo la reacción española al asunto de la "flotilla de la libertad" fue de las más tempranas y de las más radicales de la UE.

Por último, las relaciones con Venezuela, siempre al son que ha ido marcando el dictador Chávez, han sido otro ejemplo de cómo hacer el ridículo ante todo el mundo: la visita de apaciguamiento del gorila rojo tras el "por qué no te callas" del Rey fue quizá el momento más visible de esa sumisión, al menos hasta el actual episodio con el etarra Cubillas.

Y es que en sus seis años y medio al frente de la política exterior española Moratinos ha impuesto una diplomacia del diálogo que en realidad ha sido percibida, tanto en España como en el extranjero, como una continua concesión a nuestros enemigos y una huida permanente de los conflictos que la propia debilidad de nuestra política no dejaba de generar.

El hombre de Castro en Europa

The Wall Street Journal definió a Moratinos como "el hombre de Castro en Europa". Y es que su gestión al frente de Exteriores ha tenido en la dictadura castrista su principal preocupación, brindándole un apoyo que ha hecho dudar si era ministro de Exteriores del Reino de España o de Cuba.

Se marcó como objetivo prioritario la suspensión de las sanciones impuestas por la UE a la dictadura tras la ola de represión en 2003, conocida como la Primavera Negra. El 18 de marzo de ese año, 75 disidentes y periodistas fueron detenidos y condenados en juicios sumarísimos a penas de hasta 28 años de cárcel. La muerte de Orlando Zapata en febrero pasado confirmaba lo que venía denunciado la disidencia durante estos años. Nada ha cambiado en la isla-cárcel. La vida de los cubanos se hace cada vez más insoportable. Centenares de presos políticos se pudren hacinados en las prisiones de la revolución, donde son torturados y vejados sistemáticamente.

Los infames Comités de Defensa de la Revolución, que no son otra cosa que turbas de energúmenos dedicadas a amedrentar a todo aquel que ose pensar por sí mismo, campan a sus anchas. Las jineteras son cada vez más y más jóvenes. En definitiva, 51 años de infamia que han condenado a todo un pueblo a la miseria material y, lo que es peor, en muchos casos también la moral.

Con este panorama, Moratinos se dedicó los últimos seis años a ejercer de embajador de los Castro en la UE. De hecho, esta era una de las prioridades de la presidencia de la Unión Europea estrenada recientemente, aunque la falta de apoyo entre el resto de gobiernos europeos, especialmente los de aquellos países del Este que han vivido bajo el yugo comunista, les ha forzado a aparcar esta cuestión.

El compadreo con la dictadura conllevaba el desprecio a los disidentes. En esta tarea se ha empleado con entusiasmo el ministro Moratinos. En sus dos viajes a Cuba se ha negado a recibir a los disidentes, con esa displicencia propia de despotilla en prácticas. Envió al embajador Zaldívar con la misión de romper cualquier vínculo con esa parte de la isla en la que decencia es sinónimo de resistencia: los disidentes dejaron de ser invitados a la Embajada en la recepción que se celebra con motivo de la Fiesta Nacional, el 12 de octubre. En su lugar, acuden los artistas e intelectuales orgánicos, probablemente la parte más repugnante de toda dictadura.

Una vileza mejor retratada que nunca en abril de 2007. Moratinos asistió impasible a una evacuación, vía oral, de su colega, en el sentido más amplio de la palabra, Felipe Pérez Roque en la que negaba la existencia de presos políticos –entre ellos el ya fallecido Orlando Zapata– e insultaba a la disidencia. El ministro español se mostraba satisfecho al término de su visita a La Habana que calificó de muy positiva. Dos años después Moratinos volvió a visitar a sus amigos y, de nuevo, se esforzó en desdeñar a los demócratas cubanos.

En su última visita a La Habana en julio de 2010, Moratinos anunciaba la "liberación" de 52 presos políticos, todos ellos encarcelados durante la Primavera Negra. No era más que un destierro a España, pactado con el régimen castrista. Moratinos intentaba así justificar su política de estos últimos años y utilizar a los presos como moneda de cambio para que la UE levante las sanciones a la dictadura, a cambio de un gesto de cara a la galería de los Castro sin que en la isla nada haya cambiado realmente.

La última infamia ha sido el trato a los cubanos desterrados en España, a quienes Moratinos ha obligado a dispersarse por España, les ha negado la condición de lo que son, refugiados políticos, situándolos en un limbo jurídico e incumpliendo las condiciones pactadas con ellos para aceptar el destierro.

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