Los cambios legislativos y la creciente presión en misiones en el exterior como las de Afganistán han hecho que se extienda el síndrome “burnout” (quemado) entre los miembros de las Fuerzas Armadas. En el extenso y duro artículo de Sanidad Militar, dice La Razón, se avisan de las consecuencias que tiene esa patología entre sus miembros.
El principal síntoma es el “progresivo deterioro emocional” que se constata en los miembros de las Fuerzas Armadas. La primera fase de este proceso es de ilusión; la segunda la desilusión; la tercera la frustración y por último llega la desesperación.
Según La Razón, la situación es tal que se asgura que “alguien debería ser consciente de la urgencia de adoptar medidas para superar el bache emocional que están sufriendo los integrantes de los Ejércitos”. No atender a tiempo los síntomas puede hacer que el problema se enquiste y se llegue a una “parálisis de todo el sistema defensivo”.
Según la revista, varios factores han influido definitivamente en el aumento de esta patología. El primero sería las expectativas profesionales de los miembros de las Fuerzas Armadas: según La Razón, el nuevo sistema de evaluación para los ascensos “genera malestar general” y una sensación de “inseguridad y zozobra, motivada por el cambio permanente de los parámetros a valorar en dicha evolución”.
En segundo, se critica que el síndrome venga de la asignación de destinos; los informes personales anuales (que se ocultan al militar una vez que se producen”; y el “decididamente arbitrario sistema de concesión de recompensas periódicas, donde a falta de otros datos objetivos, la experiencia indica que la principal virtud que se destaca es lel servicio inmediato y personal al mando que la propone”).
Lo que se produce, en todo caso, es la sensación de que no se sirve a un “bien o ideal superior, sino al mando más inmediato que tiene la potestad de realizar los informes”. Esto potencia no las virtudes militares sino el “servilismo más mezquino, tanto en el soldado recién ingresado como en el que tiene las más altas responsabilidades”.
El artículo también se refiere a otro aspecto que contribuye especialmente a la propagación del malestar. Es la sensación de “estar entregando la vida a unos ideales que se ven sistemáticamente ridiculizados por ciertos sectores de la población, de defender una bandera que algunos de sus propios conciudadanos se empeñan en sustituir y de ofrecer la vida por una patria de la que nadie parece querer hablar y que, en cambio, algunos aspiran a modificar”.
Esto, junto al estrés creciente por el despliegue de misiones en el exterior, y el hecho de que no se disponga de “armamento con el que hacer frente a una agresión, o su empleo está seriamente restringido por las reglas de enfrentamiento”, se suman a la cadena de factores anteriores. ¿El riesgo que se corre con ello?. Generar un “grupo de militares incapacitados para realizar debidamente sus cometidos”, dice La Razón.