L D (Luis del Pino) El 11 de septiembre de 2001, terroristas islámicos llevaron a cabo el atentado más sangriento de la Historia. La imagen de las torres gemelas ardiendo y colapsando, después de que dos aviones se estrellaran contra ellas, quedó grabada en la retina de centenares de millones de personas de todo el mundo, que tuvieron la oportunidad de ver el segundo de los impactos en directo.
Seis días después, con el país en estado de shock, el ex-senador demócrata y ex-candidato presidencial Gary Hart, que por aquel entonces trabajaba como consultor de seguridad nacional, advertía: "Esto no es el fin. Es sólo el principio, y habrá otros ataques en este país. El próximo no se hará mediante aviones comerciales. Será químico, biológico o nuclear". El ex-senador era contundente en su pronóstico: "No tenemos tiempo". Y concluía afirmando que los líderes políticos debían actuar contra la posibilidad de un ataque mediante armas bacteriológicas.
La advertencia no podía haber sido más oportuna, porque al día siguiente de que Gary Hart pronunciara aquellas palabras, alguien depositó cinco cartas en un buzón de correos situado en el número 10 de la C/ Nassau de Nueva Jersey, muy cerca de la Universidad de Princeton. Aquellas cinco cartas contenían un polvo con esporas de ántrax, una bacteria letal, junto con una carta manuscrita en inglés, en la que podía leerse:
11 de septiembre de 2001
Éste es el siguiente
Ahora, tomad penicilina
Muerte a América
Muerte a Israel
Alá es grande
Aquellas misivas de la muerte tardarían unos días en llegar a su destino y, de hecho, ni las autoridades ni la opinión pública conocerían su existencia hasta la primera semana de octubre. Por lo cual, no deja de ser curioso el artículo que la revista Time publicaba el 23 de septiembre, y en el que afirmaba que los investigadores que estaban siguiendo el rastro de los terroristas del 11-S se habían incautado de un manual sobre fumigación desde aviones, por lo que cobraba importancia la hipótesis del futuro uso de armas químicas o bacteriológicas por parte de los terroristas. La revista afirmaba que las autoridades habían identificado cerca de una treintena de cepas mortales o muy peligrosas de virus y bacterias susceptibles de ser utilizados por terroristas, entre las que destacaba... el ántrax.
El 25 de septiembre, la OMS advertía de que los países debían tener preparados planes eficaces de respuesta frente a los ataques con armas químicas o biológicas. Según la OMS, el ántrax, la viruela, la peste y el botulismo eran los agentes más susceptibles de ser usados para liberarlos en el ambiente de forma deliberada.
El 26 de septiembre, el epidemiólogo Javier Figueroa, del Hospital del Veterano, en Puerto Rico, colaborador del Grupo de Trabajo en Biodefensa de los EEUU, prevenía contra los ataques terroristas con armas biológicas, y ponía el ejemplo de que un ataque con ántrax a una ciudad como Washington podría tener consecuencias devastadoras, que se acentuarían si las condiciones meteorológicas eran favorables para este tipo de atentados: "Si el viento está soplando fuerte y es una noche clara, podrían registrarse entre uno y tres millones de muertos y el efecto expandirse en un área de 300 kilómetros cuadrados". Figueroa advertía: "El carbunco, o ántrax, es casi 100 por cien mortal y su propagación no es fácil de detectar porque no tiene sabor ni olor". También indicó que no le extrañaría que fuera usado en Afganistán, donde en aquel momento se preveía un conflicto bélico tras los atentados de EEUU.
El 30 de septiembre, el senador demócrata por Massachusetts, Edward Kennedy, mandaba una carta al presidente George W. Bush en la que le pedía que multiplicara por cuatro el presupuesto para combatir el bioterrorismo. Ese mismo día, el gobierno francés anunciaba que todos los gérmenes patógenos depositados en laboratorios o industrias francesas se encontraban bajo máxima protección, ante el temor a un ataque biológico. Al día siguiente, era el gobierno neozelandés el que anunciaba la puesta en marcha de un plan contra el terrorismo con armas biológicas. También ese mismo 1 de octubre, investigadores de la Escuela de Medicina de Harvard y del Instituto Whitehead, en Massachusetts, y del Instituto Howard Hughes de Maryland, comunicaban que habían hecho un descubrimiento que podría permitir hacer frente a la amenaza de ataques con ántrax. Aunque todavía no sabían la razón que les hacía inmunes, habían descubierto que una cepa de ratones de laboratorio poseía una modificación en el gen Kif1C, localizado en el cromosoma 11, que les protegía contra la infección por ántrax.
Como puede verse, las cartas con ántrax no habían sido aún detectadas, pero ya se respiraba en el ambiente el miedo cerval a un ataque biológico con ese agente patógeno.
El pánico se desata
El 4 de octubre, saltaba a los medios el primer caso de contagio por ántrax en Florida. Las cartas habían llegado a su destino.
La persona afectada, que murió al día siguiente, era Bob Stevens, editor gráfico del semanario The Sun. Como luego se supo, las cinco cartas con ántrax habían sido enviadas a otros tantos medios de comunicación: uno en Florida y cuatro en Nueva York (ABC News, CBS News, NBC News y New York Post).
Pero esa era sólo la primera oleada. El 9 de octubre, dos cartas más con esporas de ántrax fueron depositadas en el mismo buzón de correos de Nueva Jersey. Esta vez iban dirigidas a dos políticos demócratas: el portavoz del grupo de senadores demócratas, Tom Daschle, y el presidente del Comité Judicial del Senado, Tom Leahy. Esta vez, el texto de la carta era ligeramente distinto:
11 de septiembre de 2001
No podéis detenernos
Tenemos este ántrax
Ahora moriréis
¿Tenéis miedo?
Muerte a América
Muerte a Israel
Alá es grande
Entre el 4 y el 14 de octubre, se contagiaron nueve personas, desatando el pánico en los Estados Unidos. A ese pánico contribuyó el hecho de que numerosas personas, instituciones y empresas comenzaron también a recibir cartas con polvos blancos que, en realidad, no contenían ántrax. Aquellos envíos eran simplemente bromas pesadas, o intentos deliberados, por parte de ciertas personas, de aumentar el grado de histeria de la población.
En el ínterin, EEUU acababa de lanzar, el 7 de octubre, la operación Libertad Duradera de invasión de Afganistán, para desalojar a los talibanes del poder.
En total, las siete cartas enviadas en las dos tandas provocaron el contagio de 22 personas en los EEUU, cinco de las cuales morirían: además de Bob Stevens, murieron dos carteros, una inmigrante vietnamita que trabajaba en Nueva York y una anciana de 94 años.
¿Quién está detrás de los ataques?
La pregunta que todos los americanos se hacían, a medida que los medios iban publicando noticias cada vez más alarmantes, era quién estaba detrás de aquellos ataques. El FBI ofreció una recompensa de 2,5 millones de dólares a quien aportara información que permitiera detener al autor de los envíos.
Inicialmente, las autoridades de los EEUU declararon, el 14 de octubre, que podía ser Al Qaeda la responsable, ya que tenían constancia de que un laboratorio de la Cruz Roja en Afganistán cultivaba ántrax para la fabricación de vacunas. Seis días más tarde, otro portavoz del gobierno americano apuntaba como posible responsable a Sadam Hussein.
Esas hipótesis, sin embargo, no se sostendrían mucho en pie. Los investigadores contaban con dos pistas distintas para determinar la autoría de los envíos: por un lado, el análisis de las propias cartas (la letra manuscrita y los matasellos); por otro lado, el estudio de la cepa de ántrax que las cartas contenían.
El 25 de octubre, el FBI hacía público que la grafía de las cartas manuscritas apuntaba a un autor de origen estadounidense, por lo que el gobierno americano comenzó a plantearse la hipótesis de que la responsable de los ataques fuera alguna organización ultraderechista americana.
Cuatro días más tarde, el 29 de octubre, los análisis de las esporas de ántrax de las cartas revelaban que ese material biológico correspondía a una cepa originalmente cultivada en un laboratorio del ejército americano: el Instituto del Ejército para la Investigación Médica sobre Enfermedades Infecciosas, situado en Fort Detrick, Maryland. Esa cepa, denominada "cepa Ames" había sido distribuida en su día a otros 15 laboratorios de los EEUU y a 6 laboratorios extranjeros, por lo que podía haber llegado a manos de cualquiera. Sin embargo, el hecho de que se tratara de una cepa de origen estadounidense hacía perder fuerza a la hipótesis de que el ataque fuera responsabilidad de terroristas islámicos. El FBI descartó oficialmente el 30 de octubre la relación entre las cartas con ántrax y los ataques del 11-S.
Y, con eso, el asunto desapareció de la actualidad informativa casi con la misma rapidez con la que había aparecido. No se registraron nuevos envíos de cartas, ni nuevos casos de contagio.
Las investigaciones
Lo que no se detuvo fue la maquinaria de la investigación. A principios de 2002 se logró secuenciar el genoma completo de la bacteria que las cartas contenían. En junio de ese mismo año, los análisis de carbono radioactivo demostraron que las bacterias habían sido cultivadas menos de dos años antes del envío de las cartas.
En agosto de 2002, los investigadores lograron determinar el buzón exacto desde el que se habían enviado las letales misivas, después de analizar más de 600 buzones de correos cercanos a la Universidad de Princeton.
A partir de ahí, las investigaciones se enredaron en una enconada controversia científica sobre los aditivos que el ántrax de las cartas contenía, controversia que duró seis años y que daría lugar a la publicación de un sorprendente número de artículos en las revistas especializadas. El objetivo era determinar con exactitud el laboratorio del que el ántrax había salido.
Aquellas investigaciones tan técnicas fueron poniendo el foco cada vez más sobre los propios científicos del laboratorio de Fort Detrick. Las autoridades americanas llegaron a sugerir que uno de ellos, Steven Hatfill, estaba siendo investigado, pero Steven Hatfill demandó al gobierno americano y al FBI por aquellas insinuaciones y consiguió que le indemnizaran con 5,8 millones de dólares.
La noticia sorpresa saltó a los medios el pasado 1 de agosto de 2008, cuando conocimos que otro investigador del mismo laboratorio, Bruce Edwards Ivins, se había suicidado con una sobredosis de Tilenol con codeína. Cinco días más tarde, el FBI declaraba que el único responsable de los ataques había sido ese investigador. Asunto cerrado.
O tal vez no, porque el informe de conclusiones presentado por el FBI el 18 de agosto de este año parece no haber satisfecho a nadie en los EEUU.
Pánico a la española. El caso Serhane
El pánico en torno a los envíos con ántrax no se limitó a Estados Unidos. En muchos otros países del mundo se comenzaron a recibir inmediatamente, nada más conocerse el primer caso de ántrax en EEUU, cartas conteniendo polvos blancos, que en todos los casos resultaron ser falsas alarmas (salvo, posiblemente, un caso confirmado en Chile, aunque se desconoce quién pudo realizar aquel envío).
En España, las primeras cartas conocidas se recibieron el 17 de octubre en el periódico El País y en una cooperativa agrícola de Zaragoza. Es posible que hubiera otras cartas anteriores, pero no saltaron a los medios. En menos de un mes, las autoridades detectaron más de 600 envíos, la mayoría de los cuales consistía en cartas que tan sólo contenían harina, yeso o polvos de talco. Un episodio chusco, dentro de aquella histeria desatada también en nuestro país, fue la campaña de American Express, que distribuyó el 20 de octubre numerosas cartas publicitarias con el desafortunado lema: "Abra y espolvoree".
Al menos siete personas fueron detenidas en España por enviar falsas cartas: uno en Luesia (Zaragoza), dos en Alicante, otros dos en Valencia, uno en Tenerife (de nacionalidad alemana) y dos más en Ceuta. La carta de Ceuta contenía polvos de talco y su remite estaba escrito en árabe. Todos los detenidos confesaron que habían realizado los envíos como venganza contra alguna persona concreta o simplemente para gastar una broma pesada a algún amigo o familiar.
Lo curioso del caso es que una de las personas que denunció en España la recepción de una carta sospechosa es un viejo conocido nuestro.
Según consta en el sumario del 11-M, y hasta ahora había pasado desapercibido, en la noche del 4 de diciembre de 2001, Serhane Farkhet, alias El Tunecino, uno de los presuntos suicidas de Leganés, se presentó en el Hospital de la Princesa, en Madrid, con un sobre que acababa de recibir. El sobre contenía unos polvos blancos de origen desconocido.
El episodio dio lugar a la apertura de unas diligencias previas de investigación en el Juzgado de Instrucción número 42 de Madrid. Pero, efectuados los análisis correspondientes del contenido del sobre, se comprobó que (al igual que en todas las demás cartas recibidas en España) ese polvo no contenía ántrax. Así que las diligencias en cuestión se cerraron casi inmediatamente.
En cierto modo, se trataba de una carta extemporánea, porque la histeria inicial ya había pasado y el asunto del ántrax había desaparecido de los medios a mediados de noviembre.
Alguien decidió, sin que conozcamos su identidad ni el motivo, gastar una broma a quien luego se convertiría en uno de los culpables oficiales del 11-M. O tal vez lo que se quería era ya poner el foco sobre su figura, que empezaba por aquel entonces a resultar muy conocida en los ambientes musulmanes de Madrid.