"Se veía venir". Era la frase más escuchada anoche en la sala de espera de la UCI y quirófanos del Hospital Reina Sofía de Murcia. La madre de Pedro Alberto Cruz, consejero de Cultura y Turismo de la Comunidad de Murcia, la repetía como un mantra, y los demás familiares asentían en silencio. A unos metros de la escena, los cirujanos se esforzaban en reconstruir los huesos faciales del paciente sin que perdiera la visión del ojo izquierdo, el más afectado por la brutal agresión padecida.
Una de la mañana. Los colaboradores y amigos de Cruz en la consejería comentan las barbaridades que se escriben en los foros de los medios regionales y la forma torticera en que se presenta la noticia en algunos medios nacionales de izquierdas. Lo hacen en voz baja para que la esposa del consejero no lo escuche y tampoco sus padres, que pretenden pasar la noche en las incómodas butacas de la sala hospitalaria.
"Se veía venir". Y es que para familiares y amigos es inevitable pensar que "se veía venir" tras las manifestaciones semanales que los sindicatos de la región vienen organizando contra el ejecutivo de Valcárcel, la figura de Pedro Alberto Cruz era la más vilipendiada. ¿La razón? Ser hijo de un primo de la esposa del presidente regional. De nada le ha servido ser uno de los principales expertos en arte moderno de la región de Murcia, además de doctor y profesor universitario, de colaborar habitualmente en las revistas internacionales más prestigiosas del mundo del arte, haber publicado varios libros y monografías de gran repercusión académica o dirigido largos años una de las principales instituciones culturales murcianas.
Su condición, no elegida, de pertenecer tangencialmente a la familia política del presidente fue para las fuerzas sindicales motivo suficiente para abrir la veda dialéctica contra él, en la que no se han privado ningún calificativo, pero eso sí, después del adjetivo "sobrinísimo", que es la forma canónica con que los sindicalistas han decidido referirse al consejero. Aún no se sabe quiénes fueron los agresores ni las intenciones que les movieron a romperle literalmente la cara a Pedro Alberto, pero sí que se refirieron a él como "sobrinísimo".
Pedro Alberto Cruz descansa ya en su habitación, con el rostro recompuesto a base de placas de titanio y tornillería diversa. Al menos no le van a quedar secuelas en la visión del ojo izquierdo, la zona más dañada por la paliza.
Dos de los principales colaboradores del consejero, los únicos que permanecen en el hospital en esta madrugada junto a la familia, deciden irse a descansar un rato. Me voy con ellos, con Enrique y Paco, directores generales, pero sobre todo leales amigos.
También la esposa de Cruz se va unas horas a casa, preocupada por la forma en que va a explicar a su hija de dos años que su papá tiene ahora la cara "rara". Pide a unos familiares que le acompañen "hasta la puerta de mi casa, por favor, hasta que esté dentro", porque ni la certeza de que algo así es casi imposible que se repita evita el pánico a pasar de nuevo por el lugar de la agresión.
Mientras abandonamos la sala, la madre de Pedro Alberto nos dice a todos "tened mucho cuidado, mucho cuidado" y lo repite hasta que nos perdemos tras una esquina del pasillo. Antes de despedirnos a la puerta del hospital los tres manifestamos nuestro acuerdo con una idea elemental: esto de que sean las víctimas las que tienen que cuidarse y no los agresores antes ocurría sólo en Cuba o Venezuela. Con Pedro Alberto, Murcia ha entrado en tan siniestro club; ese en el que la política se dilucida a través de la acción de las bandas de la porra.