Es un placer acompañarles hoy aquí, en Pamplona, y un honor poder hacerlo para presentar un libro tan científicamente sólido, tan riguroso y tan oportuno como el que hoy nos convoca: Vascos y navarros en la Historia de España.
Se trata de un libro que recoge los trabajos de unas jornadas celebradas entre 2003 y 2004 para analizar la contribución de los vascos y de los navarros a la cultura y a la Historia común de España. El libro recuerda, una vez más, que esa contribución de vascos y navarros al acervo común ha sido extraordinaria.
El libro explica con maestría la trayectoria histórica de Navarra como comunidad propia y singular y, simultáneamente, como parte de la Nación española, al tiempo que pone en evidencia la tremenda falsedad de quienes, en sus ansias secesionistas, anexionistas y totalitarias, no han tenido reparo alguno en falsear y manipular hechos históricos incuestionables en pos de sus objetivos.
El libro demuestra, en efecto, con la objetividad propia de los auténticos historiadores, con la fidelidad estricta a los hechos y acontecimientos históricos, que el proyecto secesionista y anexionista del nacionalismo vasco, insensible al horror provocado por el terrorismo de una banda asesina, se alimenta de una historia inventada.
Ese proyecto separatista sólo tiene cabida en las mentes de quienes inventan naciones y utilizan o recogen los frutos de la violencia para reclamar soberanías imaginarias, sacrificando la libertad de muchos y la vida de otros, y negando la existencia de la Nación que nos une a todos, que es España.
La Sociedad de Estudios Navarros me concedió el honor de prologar este libro. Escribí entonces, y mantengo ahora, que este libro demuestra que “Navarra y el País Vasco -o, más exactamente, navarros y vascos- están en la Historia de España y son ellos mismos Historia de España, de la mejor España, ésa que se fragua con la lealtad hacia una idea común que trasciende la diversidad de lo que eran fragmentos del futuro Estado común”.
El libro muestra este engarce común a partir del estudio académico de quince profesores, quince estudiosos de la materia que nos ocupa. Creo que éste es el ámbito en el que la Historia debe ser analizada y sometida a debate. Puede y debe ser sometida a controversia académica desde el más escrupuloso respeto a la realidad de los hechos.
Lo que vemos en los últimos tiempos, lamentablemente, es otra cosa. Asistimos atónitos a la reescritura política de la Historia, retorciendo los hechos y reanimando los peores fantasmas del pasado para que sean el rencor y la división quienes enmienden la plana a la propia Historia.
Esto es lo que ha ocurrido en estos últimos años con la denominada Ley de Memoria Histórica.
Como explica el profesor Varela Ortega, la propia denominación de la Ley incurre en una contradicción en sus propios términos. La memoria es una capacidad de cada individuo, individualmente considerado. Las memorias colectivas, simplemente, no existen, por definición. Cuando alguien pretende crearlas es porque busca algo muy distinto a cualquier cosa que tenga que ver con la Historia.
Porque aquí lo que se ha buscado es azuzar la división y el odio entre los españoles. Y es que se trata, en efecto, de una Ley promovida por un gobierno que prefiere remover nuestro peor pasado en lugar de trabajar por un mejor futuro. Mi opinión es que la historia hay que dejársela a los historiadores. Los políticos están para otra cosa. Están para mejorar la vida de las personas.
Los buenos historiadores, como los que han contribuido a este libro, son los que deben ocuparse de hablar y escribir de Historia.
En ese mismo proyecto de reescritura política de la Historia se enmarca la creación de eso que han denominado Euskal Herria, de inventadas raíces milenarias. Todo vale, al modo en el que Orwell imaginó a su alienado Winston Smith, para destruir y reinventar cada día las falsedades que convengan a la actual alianza política entre el nacionalismo secesionista y anexionista y la izquierda oportunista.
Porque, para asombro de muchos, la izquierda española, ayuna de ideas tras el derribo del Muro de Berlín, no se ha esforzado en reencontrar su cuerpo ideológico, como sí ha hecho la izquierda de muchos otros países desarrollados, de una forma mínimamente decente y coherente.
La izquierda española ha tirado al cubo de la basura el principio de igualdad, ha renegado de la libertad y se ha entregado sin solución de continuidad al nacionalismo.
Queridos amigos,
En otoño de este año, si no lo remediamos a tiempo, está convocado lo que no es otra cosa que un acto de secesión. Está convocado desde la presidencia de un gobierno autonómico, pese a que esa pretensión es tan rotundamente ilegal que su mera proposición es un auténtico disparate.
No es tarea de los historiadores poner freno a los políticos, como ya he dicho. Ni siquiera puede serlo cuando asistimos a los peores desvaríos de algunos políticos. Ésa es una tarea de todos los políticos que aún mantienen alguna dosis de sentido de Estado. Y aún más que de los políticos, es una tarea que requiere el concurso y el respaldo de los ciudadanos, de todos nosotros.
Ese inadmisible acto de secesión convocado para el otoño sólo podrá celebrarse si ocurre algo que los ciudadanos españoles pueden evitar. Sólo podrá ocurrir si sigue gobernando en España esa izquierda descreída que quiere mantenerse en el poder a cualquier precio, engañando a los españoles siempre que les convenga.
Su lema es “como sea”, faltando a la verdad cuando les interesa. Que ése es su lema y su método de engaño nos lo ha demostrado este gobierno en esta legislatura, como ayer certificó su máximo dirigente.
En su objetivo de lograr las cosas “como sea”, da igual que España sea una Nación de ciudadanos libres e iguales, como dice nuestra Constitución, o que sea otra cosa muy distinta. Porque ¿qué más da cuando se afirma que hasta la propia Nación es un concepto discutido y discutible?
Gobernar “como sea” significa negociar políticamente con los terroristas y mentir a los españoles sobre esa negociación. Significa, como sabemos que ha ocurrido, poner encima de la mesa de la negociación con los terroristas la soberanía nacional, la Constitución y la “territorialidad”, es decir, la entrega de Navarra. Y negarlo todo en público para confesar finalmente que no se dijo la verdad.
Porque el protagonista de este disparate nos ha confirmado que, efectivamente, esos temas han estado en la mesa de negociación con los terroristas. La excusa o justificación ahora es, no se lo pierdan, que no se llegó a un acuerdo. Al parecer, da igual que esos asuntos fueran objeto de negociación.
Millones de ciudadanos, como quien les habla, nos quedamos estupefactos e indignados cuando supimos que el mismo que había firmado el Pacto Antiterrorista en la Moncloa por la mañana, por la tarde ya se había reunido en secreto con los terroristas para negociar lo contrario de a lo que en público se había comprometido esa misma mañana.
Después supimos que las negociaciones políticas con los terroristas siguieron hasta 2004.
Ayer supimos también que el presidente del gobierno decidió sentarse a seguir negociando políticamente con los terroristas pocos días después de que estos asesinaran a dos personas en un atentado. Con esos terroristas a los que él mismo había llamado “hombres de paz”.
Aquel atentado terrorista, que el presidente del gobierno ha calificado varias veces de “trágico accidente mortal”, tuvo lugar precisamente un día después de que él mismo nos garantizara a todos los españoles que un año después todo iría mucho mejor.
El presidente del gobierno nos prometió después de ese atentado terrorista que la negociación estaba literalmente suspendida. El Ministro del Interior lo reiteró y aclaró “diciendo” que estaba completamente “finiquitada”, “liquidada”.
Ayer pudimos constatar lo que ya habían publicado diversos medios de comunicación: que todo eso era una nueva mentira.
Tampoco nos dijeron la verdad cuando excarcelaron a un sanguinario terrorista responsable de veinticinco asesinatos, que fue algo que decidió el gobierno pero que quiso atribuir a los tribunales de justicia.
Igualmente lamentable ha sido durante estos años el uso torticero de la fiscalía, manipulada a antojo para legalizar o ilegalizar a trozos a las formaciones políticas del entramado terrorista, según convenga en cada momento.
Y hoy muchas personas de bien se preguntan: ¿es posible confiar en los responsables de todo esto?
¿Puede alguien fiarse de quienes han engañado tantas veces a todos los españoles?
¿Puede tener alguien duda de que después de todo estos lamentables episodios, si ganaran las elecciones, seguirían gobernando “como sea”, es decir, entregando la libertad, renunciando a la dignidad y traicionando a la verdad?
Porque, ¿cómo vamos a creerles ahora cuando dicen que no volverán a negociar con ETA cuando acaban de admitir que nos mintieron? ¿Cómo nos vamos fiar de quien admite que nos ha mentido una y otra vez?
En marzo podremos evitar que estas cosas continúen sucediendo. No podremos evitar que siga gobernando en el País Vasco ese nacionalismo vasco que ha hecho suyas las reivindicaciones políticas de los terroristas. Aunque quizá lo ha hecho para así disimular que son los de las pistolas quienes les marcan la agenda política.
Pero sí podremos evitar algo muy importante. Podremos evitar que el nacionalismo secesionista y anexionista y el oportunismo de izquierdas sigan dándose apoyo mutuo para sus objetivos de demoliciones compartidas.
Y podremos también conseguir que España sea como cualquier democracia avanzada. En esas democracias un gobernante que ha engañado conscientemente a los ciudadanos en algo tan importante como negociar políticamente con los terroristas queda inhabilitado para seguir gobernando.
Podemos y debemos evitarlo el próximo mes de marzo. Es una obligación moral que nos compromete a todos los españoles. También –y muy especialmente- a todos los navarros. Porque, de todos los españoles, sois vosotros, los navarros, los que probablemente más os jugáis en este envite.
En primer lugar, y sobre todo, es una obligación moral si queremos que España siga siendo España. Que siga siendo la Nación de ciudadanos libres e iguales que consagra la Constitución de 1978. Esa Nación unida y plural, respetuosa con los fueros, con las lenguas, con la diversidad. Si queremos mantener el proyecto democrático que nos ha permitido los mejores años de libertad y prosperidad de nuestra historia reciente, debemos ser conscientes de que en marzo se ponen en juego muchas cosas.
En estos cuatro años hemos asistido al ensayo general de lo que puede ser una representación trágica de naciones inventadas. Hemos visto Estatutos que crean naciones inexistentes. Hemos conocido que ha habido negociaciones con terroristas en las que un Gobierno ha puesto la soberanía, la libertad y la dignidad encima de una mesa de negociación mientras se despreciaba a las víctimas del terrorismo. Y debemos saber que esa alternativa no es obligatoria. Podemos y debemos evitarla. Los autores de este libro repasan con la minuciosidad de su oficio momentos muy dolorosos de nuestra Historia que no debemos repetir ni siquiera como farsa.
Me gustaría terminar expresando un deseo que está en nuestra mano cumplir si nos lo proponemos entre todos. Mi deseo es que los historiadores de las próximas generaciones puedan relatar cómo los españoles todos -los navarros, los vascos, los andaluces, los catalanes, los gallegos, los riojanos, los aragoneses, los extremeños, los murcianos, los valencianos, los castellanos, los canarios, los isleños…-, cómo los españoles todos logramos superar un difícil bache. Cómo esta crisis nacional puedo superarse con la voluntad de la mayoría, apostando por la libertad, la justicia y la dignidad. Mi deseo es que los historiadores puedan relatar cómo logramos recomponer lo mucho que nos une para seguir construyendo entre todos un futuro común que para los historiadores será, seguirá siendo, la Historia de España.