Es difícil mantener la calma y sobre todo, contener la rabia y la indignación cuando ETA ha vuelto a matar, y lo ha hecho además en un pueblo gobernado por ANV. Porque conozco esa execrable normalidad que acompaña a cada atentado no sólo en el PV, sino también en el resto de España. Me sigue impresionando escuchar a los vecinos del asesinado relatar lo ocurrido, y no verles la cara, no soporto ese miedo que les hace esconderse; ese miedo y ese desprecio hacia el sufrimiento de los demás. Me llena de hastío escuchar una vez más las palabras de condena de nuestros responsables políticos, escuchar a nuestro presidente del gobierno decir que los etarras se pudrirán en la cárcel, escuchar al lehendakari vasco llamar valientes a los empresarios vascos.
Me llena de asco saber que la familia de Ignacio Uria comparte vecindario con los chivatos y los encubridores, me llena de dolor y de rabia comprobar que año tras año, atentado tras atentado, la historia se repite sin que nada cambie. Yo me pregunto, ¿tenemos los vascos derecho a la y griega, a la alta velocidad? ¿Cómo se entiende que se construya una carretera escoltando a los trabajadores? Cada vez que circulo por la autovía que une Pamplona con San Sebastián, pienso en los tres asesinados por ETA., ¿tenemos derecho al progreso en estas infames condiciones? ¿Cuándo vamos a tener líderes políticos de verdad que asuman la responsabilidad de combatir el terrorismo? Porque la democracia vasca es una mentira, la empatía vasca es otra gran mentira, y hasta que no reconozcamos todos el problema, nada va a cambiar, nada, para nuestra desesperación, nuestra frustración permanente ante líderes frívolos e incapaces. Exijo que se dé prioridad a derrotar a ETA en todos sus frentes, porque por mucha carretera estupenda que tengamos, por mucha infraestructura moderna que construyamos, seguiremos siendo la vergüenza de Europa.
Precisamente había preparado una intervención para una universidad en Madrid y había escogido el episodio que marcó mi compromiso contra ETA; curiosamente, tiene que ver con otra gran infraestructura vasca, la nunca operativa central nuclear de Lemóniz; el 29 de enero de 1981 José María Ryan era secuestrado por ETA; José María era el ingeniero jefe de la central nuclear de Lemóniz, en Vizcaya, una central que nunca llegó a funcionar y con un historial de atentados y víctimas terrible; ETA pide a cambio de su liberación el desmantelamiento de esta central nuclear. Ocho días después, aparece su cadáver con un tiro en la nuca, los ojos vendados, maniatado, al borde de un camino forestal. Tenía 39 años. Mujer y cinco hijos. Los medios entonces mencionan a la "organización militar ETA", autora del crimen, en esto hemos mejorado sustancialmente, pero en sus declaraciones anónimas, lo cual sigue siendo igual de repugnante, los compañeros de Ryan se refieren a él "como un euskaldún de toda la vida". Vamos, "uno de los nuestros", uno de los que nadie en el pueblo sospecha que pueda ser objetivo de ETA. Uno de los que nunca se "mete en política" -como si defender la democracia y la vida de todos fuera política-
La palabra "terrorismo" no aparece en ninguna de las líneas que he vuelto a leer. Yo estudiaba entonces COU, tenía 17 años, y la fotografía de esta víctima en un blanco y negro sobrecogedor, su historia, me impactaron profundamente; tanto fue así que participé por primera vez en una manifestación en San Sebastián, con una compañera de clase, y recuerdo muy bien los insultos de quienes nos observaban desde las
aceras, las piedras que volaban sobre nuestras cabezas. En el instituto apenas hubo espacio para el debate, no creo recordar que se interrumpieran las clases como sucedía cuando se apresaba a algún terrorista o fallecía alguno de los asesinos mientras manipulaban explosivos. Pero me consta que se produjo la primera huelga en el PV por una víctima del terrorismo. Tengo que admitir que aún sabiendo lo que sucedía a mi alrededor, tomé consciencia del problema del terrorismo por aquella noticia, y muy especialmente, por aquella fotografía que recogieron todos los medios de comunicación. Fue aquella imagen en blanco y negro la que me impulsó no sólo a tomar conciencia, sino a movilizarme por primera vez contra el terrorismo, pero también por las víctimas, por su inocencia, su soledad, su vulnerabilidad frente al monstruo del terrorismo.
El nacionalismo se defendía en los medios de las acusaciones de ETA de su último comunicado, y no dedicaba una sola línea a la víctima. El poder, en este caso, el nacionalismo vasco gobernante, ignoraba una vez más a la víctima. Hoy el lehendakari estará en una manifestación ajeno a su responsabilidad, como un vasco más, aunque no lo es, es el RESPONSABLE de todos nosotros, es NUESTRO presidente, y no puede esconderse entre la, espero, multitud, insisto, escondido entre los suyos. Es como la camorra, a veces la familia terrorista mata incluso a sus propios miembros del clan, por eso la indignación hoy entre el mundo nacionalista es tristemente mayor.
Hoy algún medio de comunicación nos mostraba una interesante partida de cartas, la que jugaba a diario Ignacio Uría. Ayer volvió a jugarse. Sin él, pero estoy segura de que ya habrán encontrado repuesto, allí, la vida sigue, con o sin Ignacio, con o sin atentado. Para qué inmutarse. Tú puedes ser el próximo, así que callandito a casa, y ni un comentario en las tiendas, en el trabajo, o con algún vecino en el ascensor de tu casa, sólo con los que conoces muy pero que muy de cerca, vamos, t u madre o alguien así. Con el resto nunca se sabe. A mí misma me sucede. En algunas tiendas conmigo hablan los dueños, pero en cuanto entra alguien, enmudecen.
Cuando era joven, debería decir más todavía, no fue mi entorno escolar o educativo, ni el social, ni siquiera el familiar, mucho menos el político, el que despertó mi interés por el problema del terrorismo y por las víctimas del terrorismo, antes de serlo yo misma; no vino nadie a mi casa a buscarme y pedir mi solidaridad por la causa, como tampoco sucederá con los demás. En mi caso, fueron los medios de comunicación los que sirvieron de espejo neutro, opaco, para acercarme a la realidad. Hoy esa información se ha tornado opinión en la mayoría de los casos, y no sé muy bien cual es su percepción.
Los barómetros y las encuestas siguen mostrando a una sociedad preocupada por el terrorismo, contraria a la negociación y que apoya a las víctimas. O debería decir que ha tomado partido por las víctimas como si fuéramos un frente anacrónico abierto. Yo quiero defender una vez más, primero, mi frustración porque ETA sigue matando, pero también porque siento que estamos gobernados por líderes incapaces y sin voluntad de trabajar por terminar con el problema del terrorismo; quiero reivindicar nuestro cansancio ante la absurda normalidad con la que se convive en el País Vasco; no puedo imaginar el miedo con el que los trabajadores de la Y Griega vasca saldrán hoy y los demás día s a trabajar. Toda mi solidaridad desde aquí para todos los trabajadores del País Vasco.
Quiero reivindicar mi independencia, pero también nuestra diversa afiliación política; nuestra necesidad de que se respete a las víctimas en los momentos de mayor dolor para que no se exhiba nuestro sufrimiento, y también cuando nos manifestamos públicamente. Nuestro derecho como colectivo a exigir determinadas actuaciones políticas y a sancionar aquellas que atentan contra nuestro principio de justicia. Quiero defender hoy más que nunca la memoria de quienes han sido asesinados, sobre todo a Ignacio Uría, desde la dignidad y la coherencia, desde mi compromiso, por pequeño que sea. Y recordar que todos somos necesarios. Especialmente desde la responsabilidad que nos une a nuestros hijos.
Ana Iribar
Viuda de Gregorio Ordóñez